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Los latinoamericanos suceden a Larsson

La corrupción y la crisis globalizan el género negro

PAULA CORROTO

Después de la marea nórdica, llegada junto al fenómeno Millenium de Stieg Larsson, es hora de enfocar la mirada hacia otros autores. La reciente Semana Negra de Gijón ha demostrado que existe un grupo importante de autores, en su mayoría españoles y latinoamericanos, cuyas novelas retratan la decadencia de sus respectivos países. Además, son escritores que no están encorsetados por el género. Como en un buen guiso, mezclan el crimen con la política, hacen un retrato familiar e introducen elementos de la cultura pop.

Esta focalización hacia Latinoamérica y España muestra la depuración de las nacionalidades en este género. Ya no pertenece al ámbito anglosajón y ni siquiera pueden apropiárselo ahora los escandinavos. Según el director de la Semana Negra, Paco Ignacio Taibo II, la clave está en que este festival ha sido fagocitado por andaluces y argentinos. 'Me quedé bastante sorprendido, pero cuando me puse a contar a los escritores andaluces invitados me salieron catorce', afirma. Entre ellos, el sevillano Juan Ramón Biedma (El humo en la botella, Salto de página) y el cordobés Francisco José Jurado (Benegas, Almuzara).

Esta globalización del género y su paradójica concreción en países como Argentina, se basa en las actuales convulsiones que sufre el mundo. La crisis económica algo de lo que saben bastante los argentinos tras el corralito con las caídas de las bolsas, los recortes sociales, el colapso generalizado del sistema capitalista y el enfado ciudadano son un material de primera fila para todo autor, aunque no sea un especialista en novela negra. El colombiano Mario Mendoza, así lo ve: 'En EEUU no hay dinero para los inmigrantes pero sí para pagar a la General Motors. Esto está empezando a ocurrir en Europa. El mundo va a ser cada vez más negro y ahí está la novela negra para contarlo'.

Sin embargo, esto no significa un triunfo del realismo. Es quizá el género que con mayor soltura denuncia a una sociedad y sus desigualdades, pero como dice el escritor argentino Raúl Argemí, ya no estamos hablando de realismo-socialista en el que los ladrones eran ladrones. Las novelas de Gabriela Cabezón, La Virgen Cabeza, con su delirio argumental y juegos del lenguaje, y la de Guillermo Orsi, Ciudad Santa, con su tono paródico, son prueba de ello.

La consecuencia de este proceso en el que parece que la novela negra es capaz de asimilarlo todo es la progresiva importancia que cobra la novela de reportajes. Ahí está el ejemplo de Sangre joven, de Javier Sinay, uno de los triunfadores de la Semana Negra. Para Luisgé Martín, autor de Las manos cortadas, 'es un cóctel explosivo' al que se puede sumar 'un subgénero como la novela de corrupción'. Y en este caso no hay que ir muy lejos. El caso Brugal o la trama Gürtel podrían ser un buen argumento para una novela. Se cumpliría así la máxima de Carlos Salem: 'En España cada vez hay más voces de novela negra porque el telediario ya nos satura'.

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