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"La nostalgia es mal asunto"

Esta semana llega a las librerías ‘Vista cansada’, el nuevo libro de Luis García Montero, un ejercicio de memoria personal e histórica de gran poesía subversiva.

CARLOS PARDO

Luis García Montero (Granada, 1958) se prepara para cumplir los 50. Quizá por eso haya decidido titular su último libro con el sintomático título de Vista cansada (Visor). Si sus poemas suelen hablarnos de un individuo con las preocupaciones de cualquiera que no escribe poemas, en esta colección de versos el personaje es claramente el propio García Montero.  

¿Son estas sus memorias?

Desde luego el libro es un ejercicio de memoria. Este año cumplo los 50 y es un momento oportuno para recordar y juzgar el significado del paso del tiempo y del paso de la historia de España en esta mitad de siglo. Pero al escribir sobre la memoria conviene huir de los desahogos anecdóticos, para que los poemas sirvan también al lector. He escrito mis memorias, pero intentando que sean significativas sobre la educación sentimental de un tiempo.

Un ejemplo es ‘1958’, poema que reconstruye las raíces de la sociedad actual partiendo del año de tu nacimiento. ¿Qué pesa más, la historia personal o la historia de España?

Son inseparables. El niño que recuerda es inseparable de la ciudad provinciana que vivía el franquismo al final de los años cincuenta. El joven que entra en la Universidad y en la política es inimaginable sin un país que busca la libertad cuando estudia, canta o hace el amor. El hombre que pasea con sus hijos por unas calles españolas habitadas por inmigrantes, recuerda los trenes que hace apenas 30 años se llenaban de andaluces que viajaban al norte para huir de la pobreza. El personaje del libro no puede separar sus sentimientos íntimos de la transformación de una sociedad que ha pasado de la pobreza a la pasión por el consumo, un cambio más importante incluso que el paso de la dictadura a la democracia.

¿De qué está cansado?

El título, claro está, lo puso el oculista que me recetó gafas para leer. Me pareció simbólico, adecuado para los 50 años. Uno está cansado de ver situaciones que se mantienen por mucho que se proteste contra ellas. Pero el cansancio no sólo afecta a los ojos propios, sino a lo que se observa, a los valores de una modernidad sin fuerza para defender su propia dignidad. Se aceptan dioses, reyes y tribunos; existen campos de concentración, torturas y genocidios que nacen en nombre de occidente. Renunciamos a defender nuestras ideas en nombre del voto útil y nos arrodillamos delante de la urna. Se acude al oculista porque se quiere observar la realidad de forma clara.

Aunque es un ejercicio de memoria, deja claro en el primer poema que no es una obra nostálgica.

La nostalgia es mal asunto. Yo no provengo de un lugar sino de un tiempo más importante que una identidad patriótica, pero el pasado no puede convertirse en una cárcel. Me molestan quienes se conmueven al recordar 1936 y son insensibles al horror de las pateras en 2008. La valoración del pasado debe permitir una postura ante el presente y un modo de elegir el futuro.

Es un poeta contracorriente. Usted sigue defendiendo la participación cívica de la poesía. ¿Qué nos puede aportar la poesía?

El poeta que pasa toda una tarde buscando la palabra precisa encarna al individuo dispuesto a pensar las cosas tres veces. La poesía defiende el matiz, sin grandes titulares. Es una defensa del lenguaje como espacio público en el que dialogan las conciencias de autor y lector. En una época que liquida los espacios públicos y las conciencias individuales, es más político y revolucionario que decir quién es bueno o malo.  

¿Poesía para usar a diario?

El futuro no sucede a kilómetros de distancia, sino en el cuarto en el que nos levantamos todos los días.

Los poemas ‘Democracia’ dan a entender que el mundo se ha vuelto más complejo. ¿Qué es para usted la política?

Dedico dos poemas a la democracia porque hoy peligra la autoridad de los ciudadanos sobre sus destinos. Como los totalitarismos tradicionales, el capitalismo liquida los poderes del Estado. No soy nostálgico con la caída del Muro de Berlín, que viví como un alivio. Conocí bien el sistema del socialismo real y no tenía nada que ver con la lucha de la izquierda española contra la dictadura. Mi momento de crisis sobrevino cuando comprobé que dentro de la democracia, con la presión de los medios de comunicación oficiales, puede cambiarse en un mes la opinión de un país. Por ejemplo, el referéndum sobre la salida de España de la OTAN en 1986. Poder decir lo que uno piensa no es lo mismo que poder pensar lo que uno dice. La política es una de las actividades más nobles del ser humano, el deseo de ordenar la convivencia a través del diálogo.

¿Y la historia de la literatura? Algunos de los poemas de mayor fuerza están dedicados a su formación como poeta. A sus amigos de papel o de carne y hueso.

Los lectores vivimos con un libro en las manos, no podemos diferenciar lo que vivimos en la calle y en los libros. Mi tradición tiene un punto de referencia clave en la tumba republicana de Antonio Machado en Colliure. Crecer en Granada fue buscar la ciudad suprimida con la muerte de García Lorca. Rafael Alberti, Jaime Gil de Biedma y Ángel González han sido amigos íntimos y maestros. Conforme pasan los años, uno vive también junto a los muertos, como si se perteneciera de verdad a dos mundos. Sigo saliendo con ellos y enseñándoles mis poemas. Quiero que no se olviden de mí. Peor que perder la memoria, es que tu pasado se olvide de ti.

Por Paula Corroto


Luis García Montero lleva inscrito en sus versos la ciudad de Granada, allí donde nació en 1958. Por su poesía, su historia, y sus poetas. García Lorca por montera. Porque en él también respira la Generación del 27, del personalismo de Luis Cernuda y de la pasión progresista de Rafael Alberti, poeta que le sirvió para su tesis doctoral en la universidad.

También hay en él rastro de la poesía social. El realismo de poetas como Gil de Biedma o Ángel González enganchan a la perfección con aquellos poemas que nos hablan del día a día. Se convierte así en un poeta sabiniano, pero sin el toque canalla, sin el realismo sucio que hizo furor en los ochenta. El poeta granadino narra, cuenta historias de la calle en sus versos. Critica y denuncia, pero sin olvidar el lenguaje poético y surrealista de sus maestros liberales que marcaron estilo en la época pre Guerra Civil.   

Admirado por la crítica –en su haber están algunos de los premios de poesía más importantes, como el Nacional–, puede enorgullercerse: el público hasta hoy tampoco le ha dado la espalda.

 

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