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"La librería que más vende en España es Carrefour"

La cultura en el laberinto industrial. Juan Barja y Javier Gomá denuncian que el mercantilismo ahoga a la cultura desde hace 30 años

JESÚS MIGUEL MARCOS

El pleno del Congreso aprobó el martes la cacareada ley Sinde para proteger los contenidos sujetos a derechos de autor en internet. El debate público en el último año ha sido intenso, pero ha quedado enmarañado por el enrocamiento de las posiciones y una falta de claridad, casi siempre premeditada, de los conceptos en cuestión. ¿Esta ley defiende a los creadores o a los que gestionan sus derechos? ¿Es la industria cultural representante legítima de la cultura? ¿O lo son los actores, los músicos, los escritores...? ¿Y cuáles son los límites de la propiedad intelectual? Sobre estas cuestiones conversan el director del Círculo de Bellas Artes de Madrid, Juan Barja, y el director de la Fundación Juan March, Javier Gomá, dos personas que han vivido de cerca la evolución cultural en España en los últimos 30 años.

Javier Gomá: Uno de los fenómenos más importantes de los que he sido testigo en España es la clara evolución de la cultura hacia una industria de la cultura. La cultura es básicamente la producción de creadores (poetas, filósofos, pintores), y esa creación siempre ha tenido un soporte industrial, pero lo prevalente era el ánimo de dar a conocer el talento, el genio, la emoción poética y la originalidad filosófica. Junto a eso, ha ido apareciendo la industria cultural, que es la decidida conversión de la cultura en mercancía, utilizando los mismos criterios y tecnologías que utiliza con los zapatos o los coches. Hoy he sabido, por ejemplo, que la librería que más vende en España es Carrefour. Y no solo eso: la literatura para consumo de masas ha sustituido a la auténtica producción cultural en las librerías, en los medios de comunicación, en la crítica literaria, en la distribución y en las editoriales.

Barja: 'La mayor parte de la canción actual es copia de otras copias'

Juan Barja: El que primero habló de industria cultural fue Adorno y lo hizo despectivamente, para dejar claro que eso no era cultura. Yo creo que habría que definir bien los términos, empezando por la palabra creador. Hoy cualquier tipo que hace el plagio número 327 se llama a sí mismo creador. La mayor parte de la canción actual, cuyos protagonistas son los que más se reivindican como creadores, es copia de otras copias. ¿Y cuál es aquí la creación? Tampoco me gusta el término producción cultural: una cosa son los textos y otra cosa es el producto. El producto lo hace la industria.

Público: Y la industria consigue unos derechos sobre el producto cultural.

J. B.: Eso provoca que en el mundo entero se esté dando un fraude de ley: se le llama derechos intelectuales a los derechos industriales. Se confunde el derecho del creador de esa obra con el derecho del que la reproduce o el que la graba. Y eso es muy interesante para la industria, no es nada casual, porque así se van convirtiendo los derechos en eternos. Un ejemplo: los derechos farmacéuticos caducan a los diez años. En el caso de los presuntos creadores, se alarga hasta los 80 años. Y surgen falacias como la comparación entre un libro y una finca.

J. G.: La industria cultural prácticamente ahoga y reprime a la cultura. Eso merece ser denunciado. Y ocurre a todos los niveles. No hay convivencia, hay ocupación de la industria.

J. B.: Uno de los problemas graves de los últimos 30 años es la utilización del eslogan, que lo invade hoy todo. Hay gente que con una ocurrencia hace una pieza conceptual o una película.

J. G.: ¿Y lo ves como efecto de la mercantilización?

J. B.: Lo veo como síntoma. Por ejemplo, el eslogan el libro es cultura. El libro no es cultura. El 90% de los libros no son cultura, el libro es un vehículo, un producto, lo que será cultura será el texto. Pero a los industriales les interesa mucho que el libro sea cultura. Quieren que se compren libros, no quieren que se discuta qué libro. Luego está lo de los gestores culturales. Eso es una tendencia terrible que viene de Estados Unidos, que ha provocado que hasta en los hospitales pongan a un director gerente por encima de la dirección médica. La gerencia ha pasado luego a la cultura y ha pasado al libro. La mayor parte de los editores no son editores, son directores de marketing. ¿Cómo va a decidir si un libro es bueno o malo si el 80% de los editores no leen libros? Esto no es ninguna broma.

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Gomá: 'No hay convivencia, hay ocupación de la industria'

J. G.: Hay cosas que tienen todo el sentido dentro de un paradigma, pero en este caso lo que está cambiando es el paradigma. El derecho a la propiedad está transformándose. Se ve en todos los ámbitos, uno muy visible es el del urbanismo. El nuevo derecho urbanístico impone al propietario tantas obligaciones que casi lo convierte en empresario. La propiedad intelectual también debe protegerse. ¿Pero qué ocurre cuando lo que está variando no es algo dentro del sistema, sino el sistema mismo? ¿Qué ocurre cuando las nuevas tecnologías están produciendo un cambio de paradigma que dejan en desuso las normas que eran válidas en el paradigma anterior? Lo que no quiere decir que , hasta que no cambie completamente el paradigma, no haya que proteger la propiedad intelectual. Es verdad que no hemos encontrado unas técnicas para sustituir a las anteriores, que tendrán que ver con un nuevo modelo de negocio.

J. B.: No sabemos qué va a pasar. El cambio de paradigma está siendo demasiado acelerado. Y estoy de acuerdo con Javier en que, estando en un período de transición, hay que proteger ciertos derechos. Sería muy bueno que se matizara cuáles son esos derechos. La mayor parte de las novelas que se publican no le pagan derechos a Balzac, que es el que inventó de verdad toda esa novela moderna que tiene tanto éxito ahora. Cuando Javier o yo escribimos algo, somos plenamente conscientes que nuestro es un 5%, todo lo demás es tejido que nos viene de lecturas, reflexiones, que es el tejido de la cultura, que vivimos sobre ella.

Público: Aun así, la cultura se identifica con el producto.

J. B.: Una cosa tremenda de los últimos años es la idea de que la cultura es muy importante en España porque representa un 5% del PIB. Eso es darle la vuelta a las cosas: gracias a que hay cultura, hay Constitución; gracias a que hay cultura, no nos matamos unos a otros o no nos matamos tanto; gracias a que hay cultura, es posible la política. Lo que pasa es que hablamos de inmateriales que no se pueden valorar como PIB. Pero para que haya PIB, hacen falta esos inmateriales. La gente de la cultura debería estar orgullosa de decir: nos dedicamos a algo en lo cual lo fundamental no es el PIB directo, sino que posibilitamos que haya convivencia, sociedad, política y PIB. Hay una obsesión neurótica por las cifras. Y yo no estoy en contra del copyright, pero hay que modular la idea de copyright en relación con las obras y con su duración.

J. G.: Tengo la impresión de que le concedemos a la ley un poder taumatúrgico. Parece que el futuro de la cultura depende de un texto, como si la ley pudiera transformar la sociedad. Si los hábitos demuestran que esa ley no responde a la realidad, esa ley caerá en desuso. Más bien pienso que tiene que haber un cambio general de modelo de negocio de los autores.

J. B.: Un nuevo modelo de industria. La industria siempre coloniza estas cosas. Lo va a hacer.

J. G.: Si lo que está transformándose es la sociedad, la ley no va a parar eso. Hay que tomar unas diligencias provisionales, pero tampoco confío en el poder mágico de la ley.

Barja: 'El libro no es cultura, el 90% de los libros no son cultura'

Público: Si casi todo es industria, ¿dónde está la cultura?

J. B. : Se acaba de producir cultura política en Egipto, por ejemplo. La poesía ha resistido mejor en estos últimos años, entre otras cosas porque no produce dinero. Es que es así. ¿Cuántos novelistas admiramos en los últimos 50 años? Yo a dos, porque la industria lo ha colonizado todo y está produciendo novela banal. Hay una infatilización generalizada. Si te pones a hablar de Pasolini, te miran como a un apestado.

J. G.: Es verdad esa trivialización de la que habla Juan, que yo prefiero llamarla vulgarización. Creo que en estos momentos se está gestando una civilización sobre bases nuevas. La combinación entre secularización e igualitarismo, que es algo del siglo XX, tiene un hijo que es la vulgaridad. Esa vulgaridad debe ser el punto de salida y no el de llegada. La cultura está en un proceso tentativo, reversible, precario, pero estamos en sus primeros pasos.

J. B.: Yo no soy absolutamente negativo. Sí lo soy sobre los productos culturales, pero no soy negativo en relación a los cambios tecnológicos, que están produciendo cambios increíbles.

J. G.: La industria se basa y utiliza hasta la náusea el concepto de lo nuevo. Lo nuevo convierte en antiguo lo anterior y nos incita la devoción por lo nuevo. Eso crea en nosotros una conciencia alienada, hay que estar al día.

J. B.: Yo tengo un eslogan, ahora que me estoy aficionando: cultura es aquello que no se consume. ¿Es consumo? No es cultura. ¿Homero? No se consume.

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