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Malvinas con cocaína

El escritor argentino Fogwill desembarca con una novela de hace 30 años y sus cuentos completos

PEIO H. RIAÑO

Todavía caían las bombas de los ingleses en las Malvinas cuando él agarró la máquina de escribir, henchido de rabia ante el invasor y un gobierno corrupto, y montó en tres días una de las grandes novelas en castellano de los últimos 30 años, Los pichiciegos, que ahora rescata con dignidad la editorial Periférica. Rodolfo Enrique Fogwill es Fogwill. Nació en Buenos Aires hace 69 años y la industria editorial española trató de colocarle en el lugar que se merece a finales de los noventa, pero fue un tiro errado. Puede que esta sea la definitiva. En estos días, junto a Los pichiciegos, llegan sus cuentos completos, compilados por Alfaguara, que lo colocan en la misma colección en la que figuran Fitzgerald, Cortázar, Nabokov, Onetti y Faulkner.

Lúcido, hostil e incontrolable, ese también es Fogwill y así es su literatura. 'Escribir es muy fácil, cualquier tarado puede escribir un libro y hacerlo pasar por bueno durante los siguientes diez años', cuenta a este periódico minutos antes de dar la conferencia Narrar en la era de la imagen', en el CaixaForum de Madrid (hoy, en el de Barcelona). Ya sea en público, ya sea en privado, Fogwill cuida lo que dice, aunque parezca que no repare en sus consecuencias: 'El lector necesita toda la verdad, pero no toda la verdad de los hechos, sino toda la verdad literaria; es decir, que el autor no le mienta. Yo le engaño, se lo digo y él lo sabe. No hay nada ahí que pueda ser creíble', cuenta sobre Los pichiciegos.

'Me rindo ante Cela, Leopoldo María Panero, Delibes y Bolaño'

Pero, la verdad, no resulta increíble leer que durante aquella guerra hubo unos cuantos soldados que, en plena batalla, decidieron abandonar el frente y la muerte, enterrándose en galerías subterráneas para sobrevivir como ratas. Eso es Los pichiciegos. 'El pichi es un bicho que vive bajo la tierra. Hace cuevas. Tiene cáscara dura y no ve. Anda de noche', eso son los pichis, en palabras de uno de los personajes de aquellos soldados enterrados.

Fogwill a secas es uno de los pocos escritores a los que se les oirá asegurar que la rabia es rentable para la narrativa. 'Un 86% de rabia y un 14% de otras emociones confusas' es el tanteo con el que escribió esta novela en 1982. 'Solamente puedo escribir en contra. Este no es un libro contra la guerra, mi propósito era denunciar un modo estúpido de hacer la guerra y la literatura. Escribo contra lo establecido y me rindo ante los valores. Me rindo ante Cela, Leopoldo María Panero, Delibes y Bolaño. ¡Me rindo ante Diego Hurtado de Mendoza! ¿Escribiste vos el Lazarillo de Tormes alguna vez? Yo tampoco, ¡eso es literatura seria!', dice tan perspicaz como desatado.

'Tomé tres gramos de cocaína por día para acabar la novela en tres días'

Si el motor fue la rabia, la cocaína fue la gasolina. 'La droga linda, qué rica la droga, sí. Adelante'. Y se dispone a desmontar el mito que baila en torno a los tiempos y las fuerzas con las que escribió aquella novela. Fueron tres días frenéticos. 'Para empezar, sólo fueron 12 gramos. Los compré a precio de oro. Pero cuando un adicto como yo tiene 12 gramos y tiene amigos, los 12 se quedan en cinco o seis. Me tomaría tres por cada uno de los tres días. Se acabó y todavía faltaba la mitad del libro'. Nos quedamos tranquilos, el mito sigue en pie.

'El mito de vencer al cansancio no es mito, es real. Pero lo pagas a un precio altísimo. Rompes tus relaciones sociales', reconoce sin ninguna melancolía por haber dejado aquel mundo. '¡El precio que pagas por ese plus de energía!'. ¿Y era fundamental escribir el libro en tres días? 'No, no, era fundamental tomar cocaína. Atención, una vez una mina [una mujer] me dijo: Vos no tomás cocaína para hacer el amor; vos hacés el amor para tomar más cocaína. Y era cierto, pero no me había dado cuenta. No era una psicóloga, era una mina experimentada', el cuento de Fogwill.

No es un fanfarrón, aunque alardee; no es un bravucón, aunque haya superado una adicción de varias décadas; no es un tarado, aunque suba la pierna más alta que Nadia Comaneci. Explica que se ganó su lugar literario molestando, por aquello de escribir siempre a la contra. 'No fue una estrategia, simplemente es mi forma de ser. Evalué otras alternativas como disimular mi forma de ser y me pareció mejor era ser auténtico' y no hizo ningún daño. Entre otras cosas porque nunca dependió en exclusiva de lo que escribía: 'Claro que ha tenido que ver en el resultado de mis novelas con que no viviera de lo que escribía. Se escribe más seguro cuando tu autoestima y tus ingresos no dependen del mundo literario, que es un mundo podrido'.

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