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'Marseille' se mancha las manos
con la política más sucia

Netflix acaba de estrenar su primera producción europea, ‘Marseille’, serie francesa protagonizada por Gerard Depardieu que combina el thriller político y el drama familiar.

Gerard Depardieu protagoniza la serie 'Marseille'.

MADRID.- El desembarco en Europa de Netflix prometía producciones en el Viejo Continente y la primera acaba de llegar a la plataforma de streaming bajo el título de Marseille, serie francesa que tiene en la corrupción política su razón de ser. Esa es la premisa de la que parte y de la que, en ocasiones, se olvida para dejarse llevar por otros derroteros que tienen más que ver con el drama familiar que con el thriller político. Pero es que en Marseille todo está relacionado. Protagonizada por Gerard Depardieu, sin duda el rostro más conocido del cine y la televisión galos, Marseille gira en torno a la lucha por el poder en la alcaldía entre maestro y discípulo con la traición del segundo al primero como detonante de la trama.

Así echa a andar Marseille. A un lado Robert Taro (Gerard Depardieu), alcalde de Marsella durante las últimas dos décadas, que ha convertido la ciudad en su patio de recreo particular. Al otro, su protegido, Lucas Barrès (Benoît Magimel), un político en ascenso deseoso de desmarcarse de la sombra de quien ha sido su padrino y que decide romper con él por la vía rápida: con una traición que está seguro que no le perdonará. Es lo que busca. La excusa, la votación para la construcción de un casino en la ciudad que los dos dicen amar y los dos quieren controlar. La lucha está servida y las elecciones a la vuelta de la esquina.

Vestida de thriller político, la primera producción europea de Netflix se adentra en los bajos fondos del poder sin dejar ninguno por tocar. Corrupción e intereses urbanísticos, drogas, delincuencia, adicciones, juegos de poder y sillones, favores sexuales a cambio de otro tipo de prestaciones, relaciones con la prensa, intereses personales, traiciones, diferencia de clases… En Marseille se mezcla todo esto como en una coctelera con un guión a veces fácilmente predecible por ajustarse, quizá en exceso, a lo que marcan los cánones.

En Marseille se mezcla todo esto como en una coctelera con un guión a veces fácilmente predecible por ajustarse, quizá en exceso, a lo que marcan los cánones

Pronto se ve que la traición de Barrès tiene mucho de venganza. Da la impresión de que el espíritu de Montecristo, ese al que Depardieu dio vida en una miniserie francesa de finales de los noventa, sobrevolase continuamente la ficción marsellesa. La venganza por un hecho pasado en la vida de Taro que Barrès conoce y del que parece ser víctima desde el principio está siempre latente hasta que estalla y tanto espectador como alcalde conocen al fin confirmándose la sospecha sembrada ya en el piloto.

Marseille cambia de género con demasiada facilidad haciendo que el segundo a veces se coma al primero, mucho más interesante. Cierto es que ambos están íntimamente relacionados. Después de todo, Taro ha tratado a Barrès como uno más de la familia compuesta por su mujer, chelista con aquejada de una enfermedad degenerativa, y su hija, periodista que se niega a firmar con su apellido para desmarcarse del ‘hija de’.

La cocina de la política francesa

'Marseille' está contada con cierto toque de búsqueda de la trascendencia y a un ritmo pausado que se dispara en los últimos tres episodios

Todo contado con cierto toque de búsqueda de la trascendencia y a un ritmo pausado que se dispara en los últimos tres episodios (los mejores), con las elecciones a solo unos días y los dos aspirantes a la alcaldía jugando una partida de ajedrez vertiginosa en la que los trapos sucios son su mejor baza. ¿Hasta dónde están dispuestos a llegar por ganar la partida? Taro y Barrès parten de un punto. El actual alcalde es visto como la víctima de una traición. Pero eso es solo al principio. Dos personajes que van y vienen evolucionado con la trama hasta un punto de no retorno en el que no hay más víctimas que quienes les rodean.

Lo más interesante y enriquecedor de Marseille, además de su impecable factura y la belleza de sus planos aéreos, es ver cómo se cocinan las listas electorales, los pactos, cómo cada candidato juega sus cartas y maneja los hilos de quienes les rodean de la manera más sucia y ruin. En definitiva, toda esa parte menos transparente de la política más oscura y pervertida que recoge la serie y que recuerda, en cierta manera, a la magnífica 1992. Quizá, porque la comparación es casi inevitable, se echa en falta ese ritmo allegro ma non tropo con el que contaba la producción italiana. Por momentos da la impresión de que Marseille se corrompe a sí misma dejándose se llevar por el camino más fácil.

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