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Que mi hijo me perdone pero quiero seguir jugando

Lo confieso, tengo casi 40 años y sigo jugando a videojuegos. Fui adicto y reincidente y ahora ya sólo recaigo muy de vez en cuando, en algún ratito libre, pese a que mi reciente paternidad se empeñe en robarme ya todos esos momentos que se perderán en el tiempo. Ignorando a los que me miran de reojo, sigo anhelando coger el mando y sentir sus vibraciones, como un yonki ansioso que espera su dosis diaria.

Empecé como muchos por culpa de los amigos, con Pac-man y los 'marcianitos' de la mítica Atari 2600. Seguí con las Game & Watch mientras paseaba de la mano de mi madre que miraba escaparates y volví a engancharme con los juegos de casete en Amstrad. Después de miles de horas escuchando pitiditos probé los PC, hasta que la Dreamcast entró por la puerta, junto con la Play y la primera Xbox. Tras la PS2, tuvo que ser Microsoft y su 360 los que me hicieran tomarme en serio esta bendita adicción. Ya eran demasiadas horas, demasiados juegos, demasiadas mentiras a la parienta. Y yo muy mayor para acostarme tarde y levantarme temprano y aún en pijama pretender escalar una atalaya más en Assassins Creed o machacar a un Big Daddy de Bioshock.

No me está siendo fácil escapar de esto, porque en el fondo no quiero. La PSP y la DS, Nintendo con su Wii, el retorno de Microsoft con la nueva Xbox One y, casi sin respiro, Sony y la PS4. Demasiadas tentaciones para esta mente débil. Pero lo estoy consiguiendo con una fuerte terapia de choque, viviendo mi cruda realidad cambiando pañales y preparando biberones, aunque no deje de mirar de reojo los anuncios de esta nueva generación de consolas, con las que ya puedes ver películas, charlar con los amigos, ver el correo electrónico y navegar por Internet.

Pero yo quiero lo mío, lo más sencillo, en un plis-plas... Jugar una partidita rápida que fluya por mis venas y me evada de las preocupaciones. Un chutecito de adrenalina digital que me lleve a nuevos mundos en 3D donde todo es posible. De verdad que lo intento pero no quiero y lo siento, Mario, papá va a seguir jugando.

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