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‘My Winnipeg’, una joya en los márgenes

SIMÓN MAZAS

Guy Maddin sabe que no hay nada más rompedor que lo primitivo. Por eso, retoma la estética del cine mudo -ritmo sincopado, rótulos, maquillaje- para componer, agazapado entre la, a veces excluyente post-modernidad, pequeñas e innovadoras fábulas underground. Despoja al cine silente de su candor y su inocencia, y lo hincha de humor perverso y de imaginación desmadrada.


Por ello, la sección de Forum, la más arriesgada de la Berlinale, ha acogido este año su primera experiencia documental. Y, como cabía esperarse, no hay lugar para lo previsible.


Retrato de un pueblo
En esta ocasión, el Winnipeg del título es nada más y nada menos que su aburrido pueblo natal canadiense.


Pero su cámara ha intentado 'buscar el encanto a ese infierno helado, si es que puede tenerlo' explicó ayer en Berlín. Si no, como así sucede, se lo inventa y, para ello, no duda en recrear su familia con un grupo de actores sobreactuados -incluso su madre se interpreta a sí misma, usar los mimbres del relato mágico -sus habitantes caminan dormidos- y llenar el filme de perturbadoras imágenes que se acercan, sin estruendos, hasta la más pura belleza.

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