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"Yo no soy como ellos, yo no quería morir"

Periodista. Retrata la vida de siete periodistas asesinados por contar lo que sabían en 'Matar a un periodista. El peligroso oficio de informar'

LÍDIA PENELO

El periodista Terry Gould (Brooklyn, 1949) paga cada mes 150 dólares canadienses para saldar el préstamo que pidió para poder financiar las investigaciones que le han permitido escribir Matar a un periodista. El peligroso oficio de informar, editado en España por Los Libros del Lince. 'No me interesa saber por qué el ser humano es capaz de hacer el mal, lo que quiero saber es por qué hace el bien', dice la cita de Vaclav Havel que abre el volumen. Eso fue lo que empujó al autor, especializado en crimen organizado, a escribir este libro que retrata la vida de siete periodistas asesinados por contar lo que sabían.

¿Qué tenían en común los siete periodistas asesinados de los que habla en el libro?

Cada uno de ellos había experimentado un momento de transformación, algo que les convenció de que había que impedir que los poderosos siguieran oprimiendo a los débiles. Murieron defendiendo a su comunidad y aceptaron la muerte como consecuencia de su trabajo. El día que llegué a Moscú para hablar con Ana Politkovskaya sobre sus compañeros asesinados la mataron. Mientras investigaba y me desplazaba a Colombia, Filipinas, Bangladesh,Rusia e Irak, seguían asesinando a periodistas.

¿Ha comprendido lo que empuja a un periodista a seguir investigando una historia a pesar de recibir amenazas de muerte?

No son locos, son periodistas con mucha conciencia social. Si vives en una ciudad y los criminales matan a un amigo tuyo, violan a tu amiga y amenazan a tus hijos, llega un día en el que decides que vale la pena morir por esta causa. Lo suyo no es una cuestión de ideales, sino un tema emocional, murieron para defender a sus vecinos.

'No es una cuestión de ideales, es un tema emocional'

Ha estado cuatro años investigando para escribir este libro. ¿Le flaquearon las fuerzas en algún momento?

Yo no soy como ellos, yo no quería morir. Es una diferencia muy importante. Todos los periodistas de los que hablo predijeron su muerte: Ana dijo: Yo seré la próxima'; Guillermo Bravo: Esta vez me van a pelar'; Khalid le dijo a su novia: Esta es la última vez que me ves'. Mientras investigaba, yo tenía pasaporte, un poco de dinero y cuatro amigos, pero los protagonistas del libro no tenían a nadie que los protegiera. Una cosa es ir a un sitio peligroso durante un mes y otra muy diferente vivir allí, con el recuerdo de tus amigos muertos sabiendo que no te espera una muerte heroica o bonita. A muchos les cortan la lengua o les agujerean el cuerpo con taladros.

¿Cómo consigue salir inmune de lugares tan peligrosos?

En todos los lugares que he recorrido había insurgentes, zonas de guerra y fanáticos islamistas. Todos sabían que preguntaba sobre los asesinatos de periodistas. Cuando llegaba a la capital del país, buscaba a alguien de alguna organización de derechos humanos que fuera honesta, un intérprete y un fixer, alguien que conoce a todos los delincuentes, los políticos y a la policía. Él les convencía de que si me mataban la prensa internacional se les tiraría encima.

¿Es un método infalible?

'Creo que todos los periodistas asesinados siguen con vida'

Sirve con la gente que está oficialmente en el poder, pero no con Al Qaeda o las FARC. No negaré que pasé miedo, y me arriesgué, pero nunca investigué directamente los asesinatos, yo me centraba en la vida de las víctimas. Además, de muy pequeño aprendí a tratar con delincuentes.

¿Cómo?

Mi abuelo era gángster en Odesa, en Rusia. Llegó a Estados Unidos en 1910 y su jefe era Arnold Rothstein. Cuando mi padre creció mi abuelo intento captarlo para la banda, pero a los veinte dejó la pistola y se convirtió en una persona legal. En la planta baja del bloque donde crecí había un sitio de apuestas de la mafia, y es donde compraba helados a la vuelta de la escuela. En la puerta, los mafiosos tenían a sus matones y cuando entraba, me pegaban. Entonces comprendí que la mejor manera de defenderme era hacerme amigo de los jefes, empatizar con ellos. Aprendí a hacer reír a los criminales y consolar los rincones torturados de su corazón.

¿Con los libros que escribe, todavía confían en usted los criminales?

Nunca intercambio informaciones, pero cuando veo un gángster haciendo un montón de cosas malas y queda impune, le investigo y escribo sobre él. El mundo de los gángsters cambia cada seis meses. Al Capone tenía 26 años cuando era el jefe y no duró mucho tiempo.

En los ochenta se marchó de EEUU para llevar una vida retirada. ¿Se plantea dejar el periodismo?

No, hay que seguir contando. Cuando entrevistas a la viuda o al huérfano, te emociona tanto que te obliga a querer contar la historia. Creo que todos los periodistas asesinados siguen con vida. Escribí este libro con esa finalidad. Recordar lo que investigaban es hacer que su trabajo no muera nunca. Ahora tengo otra historia que quiero contar: en noviembre voy a Afganistán, pero de momento no puedo avanzar nada más.

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