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Novelar la Guerra Civil

JESÚS FERRERO*

* Escritor, autor de 'Las trece rosas'

La Guerra Civil se ha ido convirtiendo en un leitmotiv de la novela española ya desde antes de que acabara la contienda y promete durar por una razón bien simple: dentro de nuestra historia, es la última época en la que se hace creíble y tangible el heroísmo y la acción, elementos cardinales de toda épica, de modo que siempre que queramos hacer épica fundamentada en la historia vamos a pensar en la Guerra Civil como el escenario más privilegiado para ese menester. Pero ocurre lo mismo si nos queremos acercar a la literatura trágica: el fantasma de la Guerra Civil surge una vez más de las sombras para susurrarnos que aquello sí que fue una tragedia, y además colectiva.

Se puede decir que dentro de nuestra novela, la Guerra Civil conforma ya todo un género, como en América el western, la novela sureña o la novela criminal. Un género que ha pasado ya por tres fases. La primera tuvo lugar durante la guerra y en la inmediata posguerra. Casi todos los escritores de este período escriben como perros rabiosos, empezando por el sobrevalorado Agustín de Foxá. Pero hay que advertir que la literatura de los perdedores de entonces es igualmente rabiosa y sofocante. Ocurre siempre que escribimos sobre hechos que aún no han acabado de acontecer y que los tenemos todavía encima.

En la segunda fase, los escritores empiezan a tomar ya más distancia, y emerge una visión de la guerra más sustancial y también más alucinatoria. Pongo dos ejemplos supremos: El manuscrito cuervo, de Max Aub, y La leyenda del césar visionario, de Francisco Umbral. Pero hay muchos otros escritores notables del mismo período que dejaron páginas inolvidables sobre la guerra: Delibes, Aldecoa, el mismísimo Benet y sus Herrumbrosas lanzas.

La tercera fase la están representando novelistas que ya no vivieron la Guerra Civil y que la toman como un escenario del pasado. Se trata de un periodo que se inició con Luna de lobos, de Llamazares, a principios de años ochenta y que ha continuado hasta ahora mismo con ejemplos como los de Dulce Chacón, Trapiello e Isaac Rosa entre otros. El hecho de que se trate de autores que no vivieron la guerra no quiere decir que la banalicen o caigan en lo trillado, si bien es cierto que, si siguen así las cosas, se podría sucumbir a lo que tanto teme Nora Catelli: el cartón piedra. Sería otra forma de ver la guerra, más distante y también más manierista. Puede que esté al caer.

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