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Oswaldo y Marcos, los cómplices esotéricos del loro homicida

Marcos no sospechó que la víctima estaba muerta a pesar de que se movía más bien poco y olía mal

ÓSCAR LÓPEZ-FONSECA

Van un santero cubano, un fornido pescador y un loro de piedra de 15 kilos de peso. Este podría ser el comienzo de cualquiera de esos chistes malos que cuentan los humoristas pésimos, pero en realidad son los ingredientes de uno de los asesinatos más surrealistas que se recuerdan en la historia negra de España. Sexo, brujería y drogas se mezclaron en mayo de 2006 en un crimen en el que la víctima, Javier Galera Moreno, no murió de un certero disparo, ni de un navajazo a traición ni, tan siquiera, estrangulado en un arrebato de pasión. A Javier lo mataron de un lorazo en el estricto sentido de la palabra: le destrozaron la cabeza con la pesada estatua del plumífero animal en lo que se suponía que era un ritual de santería que debía curarle sus mal de amores. A la pobre víctima no le dio tiempo ni a leer el prospecto de contraindicaciones del expeditivo remedio milagroso que le aplicaron.

Por este crimen, en mayo de 2009 se sentaron en el banquillo de los acusados Oswaldo Bello, cubano de nacimiento y santero de profesión, y Marcos Antonio Carrillo, un pescador aficionado a completar su sueldo con el trapicheo de drogas. Los dos, junto a Javier, habían iniciado una peculiar relación a tres bandas después de que la víctima fuera a la tienda esotérica que regentaba el primero en Pineda del Mar (Barcelona) en busca de consuelo del más allá tras romper con su novia. Todo parecía ir bien entre ellos, que convivían juntos en la trastienda del local de santería, hasta que el 14 de mayo el trío volvió de comer en un restaurante y decidieron celebrar un ritual. Javier se tumbó boca abajo, con la frente en el suelo y los brazos abiertos. No pudo ver cómo sus compañeros convertían el pesado loro en espada de Damocles y lo dejaban caer.

Marcos no sospechó que la víctima estaba muerta a pesar de que se movía más bien poco y olía mal

Durante el juicio, tanto Oswaldo como Marcos aprovecharon para culparse mutuamente de haber acabado con la vida de Javier. El santero aseguro que el pescador sentía celos por la relación que él mantenía con la víctima, sin olvidar que el fallecido estaba a punto de destapar el supuesto trapicheo de drogas del marinero. Este, por su parte, acusó a Oswaldo de haberles embrujado a él y al fallecido para abusar sexualmente de ambos. 'Hacía con nosotros lo que quería con sólo una mirada', aseguró Marcos antes de afirmar que a él también le había golpeado con la dichosa escultura en la cabeza para 'bajarme el espíritu'. En el colmo del absurdo, el marinero aseguró que llegó a dormir tres noches en la misma habitación donde estaba el cadáver sin sospechar nada sobre el luctuoso hecho a pesar de que el fallecido se movía más bien poco, tenía el cráneo destrozado y empezaba a oler mal. Sólo le faltó echar la culpa al pobre loro y a Isaac Newton, por eso de la ley de la gravedad.

Al final de la vista, al tribunal advirtió que no iba a tener en cuenta las incoherentes declaraciones de los dos acusados y que basaría su fallo en pruebas objetivas. Una de ellas, el peso del loro, que hacía necesario que los dos hubieran colaborado para dejarlo caer sobre la cabeza de la víctima. Cada uno fue condenado a 17 años de cárcel. El único que salió absuelto fue el loro de piedra. Lógico. Fue el único protagonista del macabro chiste que no dijo tonterías en todo el juicio.

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