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Una pasión inagotable

JORGE EDUARDO BENAVIDES*

De Vargas Llosa los escritores de mi generación aprendimos muchas cosas, pero sobre todo tres: la decencia política, el compromiso intelectual hoy más que nunca vigente y la disciplina que se requiere para hacer del oficio del escritor precisamente eso, un oficio y no simplemente una actividad vagamente bohemia a la que se le dedica más entusiasmo que rigor.

Incluso sus obras consideradas 'menores' resultan exigentes

Con independencia pues de sus a menudo polémicas posiciones políticas, los escritores del mundo hispanohablante hemos visto en el flamante Nobel de Literatura a un novelista preciso, apasionado, lleno de ese vigor y de ese fuego que requiere el quehacer literario. Sus novelas, como han señalado con acierto en la Academia sueca a la hora de concederle un galardón largamente postergado, son 'una cartografía de las estructuras del poder', pero también unos monumentales frescos de nuestro tiempo, un diagnóstico certero de la batalla íntima que libran los hombres contra sus apetencias y sus deseos.

Por las miles de páginas que conforman un corpus novelístico rotundo, ambicioso y rico en matices, desfilan fanáticos e iluminados, seres abyectos y antihéroes, diletantes, perversos, exquisitos y en fin, personajes casi siempre víctimas de una perplejidad profunda que se enfrentan con sus demonios, para usar una imagen acuñada por el propio Vargas Llosa: minuciosos retratos de una galería humana que entendemos como un espejo de la vida real de la que se nutre tan vastísima obra.

Vargas Llosa no ha sido no es un escritor de altibajos ni de desfallecimientos, pues incluso sus obras consideradas 'menores' resultan exigentes piezas de orfebrería que nos revelan la complejidad de un mundo narrativo que ha ido evolucionando y ofreciéndonos así valiosos hallazgos acerca del comportamiento humano.

Tan pronto nos acercamos a los retablos formidables de Conversación en la Catedral, como desmenuzamos la vida cotidiana de personajes pedestres y solitarios, como en Travesuras de la Niña Mala, para encontrar siempre, siempre, que ninguna de sus historias es frugal ni intrascendente, que en todas bulle la vida en toda su insoportable luminosidad.

Una cosa es clara, pocos escritores contemporáneos nos han ofrecido un cuadro humano y social tan controvertido y complejo.

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