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Philip Glass ilumina las sombras de Disney en 'El americano perfecto'

La ópera, cuyo estreno mundial tuvo lugar ayer en el Teatro Real de Madrid, dibuja un retrato muy poco amable del animador estadounidense en la recta final de su existencia

EFE

La ovación no fue atronadora, aunque se escuchó algún que otro bravo, pero, eso sí, los aplausos fueron sinceros, unánimes y prolongados.

Así recibió esta noche el Teatro Real el estreno mundial de El americano perfecto, la ópera que Philip Glass ha compuesto sobre Walt Disney.

Un estreno que llegaba precedido por una gran expectación y que ha traído a Madrid a mucha prensa extranjera especializada, curiosa por vivir en directo la premiere mundial de una ópera sobre ese fabricante de sueños 'ordinario y extraordinario', como Philip Glass le definía días atrás, que creó criaturas tan mágicas como el Pato Donald, Bambi o Mickey Mouse.

Al caer el telón, hubo aplausos para todos. Para Glass, sobre todo; para la orquesta, la Sinfónica de Madrid, y su director, Dennis Russell Davies; para el director de escena, Phelim McDermott, para el coro, y para un reparto vocal encabezado por el tenor británico Christopher Purves, que puso voz y rostro a un Walt Disney que, según el libreto, se creyó 'el rey de todo' cuanto veía y hacía.

Basada en el libro del mismo título del escritor norteamericano, como Philip Glass, Peter Stephan Jungk, El americano perfecto dibuja un retrato muy poco amable de un Disney en la recta final de su existencia, tres meses antes de que un cáncer de pulmón acabara con su vida en 1966. Tumbado en la cama del hospital, al cuidado de una enfermera que el moribundo se empeña en llamar Blancanieves, Disney se mueve 'entre saber y no saber, entre lo que es real y no', y recuerda el pueblo en el que nació, Marceline, principio y final de todo lo que ha sido y que echa por tierra la teoría de quienes se empeñaron en situar sus orígenes en España.

'Un reino mágico (Marceline) de paz, de salud y fe' para alguien que siente cómo el final se aproxima y que teme que después de la muerte, como así ha ocurrido, su nombre se convierta en una marca. O que su 'imperio' no le sobreviva. 'Mi nombre -llega a decir- ya no es mío, pertenece a la empresa y la empresa es lo que importa'.

La ópera de Glass, su vigésimo cuarta incursión en el género, remite a un Walt Disney racista, egocéntrico, de extrema derecha, obsesionado con la muerte y el día después, hasta el extremo de pedir a su familia que su cuerpo no sea enterrado y permanezca congelado 'hasta el día que la muerte haya sido abolida'. Un deseo que no fue cumplido, ya que fue incinerado.

Alguien que se jacta de mover los hilos de la política a su antojo e interés, a quien no le tiembla el pulso si hay que despedir a un trabajador por sus ideas políticas 'de izquierda' y que se permite aconsejar 'a la cara' al presidente Lincoln que renuncie a sus ideales de justicia social, y al que mira y trata como un autómata. Un Walt Disney tan 'puro' artísticamente como ese Andy Warhol que tanto le admiró, obsesionado con realizarle un retrato y que no duda en afirmar: 'somos la misma persona'.

'Esta ópera no es un documental, sino poesía. No se representan los hechos, sino los sentimientos', ha insistido estos días en Madrid, previos al estreno, Philip Glass, autor de una partitura muy cinematográfica para una orquesta que esta noche en el Real superaba los setenta profesores.

Glass ha utilizado 'un lenguaje armónico muy contundente, con colores primarios, pero a la vez con características disonantes' para poner música al retrato de ese ser humano complejo y contradictorio que, en su opinión, fue Disney, alguien con 'los pies en el barro y la cabeza en las nubes'. 'El americano perfecto' ha sido un encargo del director artístico del Teatro Real, Gerard Mortier, a Philip Glass, y una producción pagada a medias con la English National Ópera de Londres, donde se verá en junio próximo.

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