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El poeta que se convirtió en poema

Se cumplen 20 años de la muerte de Jaime Gil de Biedma,el autor de Moralidades y de Las personas del verbo

 

ANTONIO PUENTE

Criticada por algunos como un juego egocéntrico de resonancias magnéticas y exaltada por otros por su hondura intimista sobre la soledad urbana, la poesía de Jaime Gil de Biedma (Barcelona, 1929-1990) parece cada vez más subsidiaria de la aureola del autor.

Catapultado ahora en 'cónsul' de película, a partir de su encomiable rebeldía la temprana manifestación de su homosexualidad en una España cerril, a la que se atrevió a señalar con el dedo de sus versos ('¡Ese intratable pueblo de cabreros!'), ocurre que como en ningún otro caso entre sus compañeros de viaje generacional, el ego del poeta tiende a confundirse con el ego textual de sus poemas.

'Yo creía que quería ser poeta, pero en el fondo quería ser poema', escribió en Las personas del verbo (1982), el volumen que reúne toda su obra. Para entonces, el poeta no sólo llevaba 15 largos años de silencio editorial, sino que argumentaba la definitiva cancelación de su escritura. 'Mi poesía fue la tentativa de crearme una identidad; una vez creada, ¿para qué escribir?', explicaba, apartándose así de ese grueso generacional que buscaba en la poesía la pulverización de la identidad. 'Las generaciones no son más que guías ferroviarias', lanzaba.

Cierto culto a la pereza y al goce estetizante de la posteridad en vida son, acaso, un motivo añadido a la fascinación que ejerce Gil de Biedma. Genial conversador y conocedor profundo de la poesía europea, su figura no paró de propagarse. Hasta sus detractores admitían la excelencia de sus textos, que, bajo una aparente improvisación, guarda un gran rigor formal y coherencia evolutiva; desde la búsqueda de la redención colectiva en Moralidades y Compañeros de viaje hasta el desengaño final sobre la propia redención individual en los Poemas póstumos (1966).

Tal vez sea su mejor legado ese viaje sin retorno hacia la escisión de la personalidad, en el que el del amante ausente se transfigura en la intimidad de nuestro otro yo. Por ahí los responsos emotivos de Contra JGB, de Después de la muerte de JGB o de Pandémica y celeste, una de las cumbres de la poesía erótico-amorosa.

'Lo importante en poesía', declaró poco antes de su muerte, 'es saber qué se propone un poeta; muchos pretenden hoy ser originales, cuando los poetas escribimos desde y para nuestros antecesores'. Un aspecto escasamente difundido es su rigurosa intertextualidad. Si, como señaló su venerado T. S. Eliot, 'el mal poeta plagia y el buen poeta roba', Gil de Biedma supo atesorar ciertas combinaciones, y servirlas en botellas de náufrago con voz propia. Afluentes del realismo anglosajón y el simbolismo francés inoculados en venas machadianas; o un trasvase del turbulento Sena de Baudelaire al Acueducto de Segovia, sopesando narratividad y lirismo, coloquialismo y reflexión.

Logró paganizar, sobre todo, el púlpito de Eliot en 'las barras de los bares últimos de la noche', y traspasar la recepción que el maestro le indicó para mostrarnos las sábanas maculadas en las 'noches de hoteles de una noche'. Así como muchos poetas admirables dejan poca retentiva para sus versos aislados, una de las singularidades de Gil de Biedma es su proverbial capacidad para cincelar emocionantes versos nemotécnicos. Esos juegos bipolares 'Morir en paz los dos/Como dicen que mueren los que han amado mucho'; 'De los dos, eras tú quien mejor escribía' que parecen destinados, antes en su vida y ahora en su obra, a que un Gil de Biedma salga indemne, si el otro falla.

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