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Rebelión retro en la campiña inglesa

El festival Vintage at Goodwood celebra medio siglo de cultura británica en un 'megarevival' artístico sin parangón

JESÚS MIGUEL MARCOS

Benny Hill se lo habría pasado pipa. Medio siglo de cultura cien por cien british se ha reencarnado (y reconstruido) este fin de semana en una campa de Goodwood, en el sur de Inglaterra, entre vacas, frondosos bosques y algún que otro molino. 'Es una celebración de nuestra historia, pero también una lección de historia', dijo Sheila Lloyd-Graham a la entrada del recinto del festivalVintage at Goodwood, que el viernes inauguró su primera edición.

Sheila, una señora mayor que se pavoneaba entre coches de época vestida con una chaqueta y sombrero al estilo de los años treinta, regenta un establecimiento vintage en Cirencester, donde igual vende un vestido para ir a un espectáculo burlesque que peina a una muchacha al estilo de Marianne Faithfull cuando era la novia de Mick Jagger. También da cursos de buen comportamiento. 'Hay que saber decir hello y thank you en el momento y con el tono adecuado. Y enseño a dar la mano. Hay que estrecharla así', y Sheila roza la mano del periodista con la yema de sus dedos mientras arquea la cadera, mete culo y pone cara de maniquí.

El festival Vintage es una especie de ciudad de cartón-piedra en mitad de la campiña inglesa levantada en honor de la música, el cine, el arte, el diseño y, sobre todo, la moda de Gran Bretaña de la segunda mitad del siglo XX. Lo organiza y lo paga de su propio bolsillo el prestigioso diseñador Wayne Hemingway, que se hizo rico con su marca Red or Dead en los ochenta y que ha invertido cuatro millones de libras (casi cinco de euros) en convertir Goodwood en el corazón cultural de Gran Bretaña durante este fin de semana.

'Queremos ofrecer lo que ningún festival ha ofrecido antes, un lugar donde puedas comer, ir al cine, ver desfiles de moda, asistir a conciertos o tan solo sentarte y mirar a la gente', explicó Hemingway, al que sólo le faltó cumplir su último deseo ('un festival no tiene por qué ser un baile en mitad del fango'), ya que el viernes cayó una monumental tromba de agua que le embarró el vestido de floripondios a más de una espectadora. Aunque claro, si no llueve en un festival que celebra la cultura británica, habría que hacer que lloviera.

'¿Mojados, eh? Nosotros no hemos sido', exclamó Pete Shelley, guitarrista y cantante de los Buzzcocks, grupo pionero del punk a finales de los setenta, delante de un ejército de aguerridos fans pasados por agua. Eran las cuatro de la tarde y la instantánea no tenía nada que ver con la que se vería en un festival español (y no sólo por la lluvia). Vintage at Goodwood se podría comparar con una tradicional fiesta de pueblo en nuestro país, sólo que en lugar de la Orquesta San Francisco toca Wilko Johnson o los legendarios The Faces. Así, se veía a un padre cincuentón gritar ese estribillo de los Buzzcocks que dice 'No sé qué voy a hacer con mi vida', mientras su hijo de cinco años se agarraba a su mano y daba ligeros saltitos debajo del chubasquero, no sabemos si de nervios o de emoción.

'Es una celebración de nuestra historia, pero también una lección de historia', dice Sheila

Treinta años después de la explosión del punk, los niños van a los conciertos con sus padres, mientras que en la época a los padres no les hacía demasiada gracia que sus hijos escucharan ese estilo de música (mucho menos ir a los conciertos). Lo que en su día fue rupturista y transgresor hoy es ampliamente aceptado (en principio, claro), y en Goodwood los estribillos de los Buzzcocks sonaban más nostálgicos que vivos, todo lo contrario que cuando llenan la sala El Sol de veinteañeros haciendo pogos.

La calle principal estaba a rebosar a mediodía. En el cine ponían una de Alec Guinness y enfrente la casa Bonham exponía los artículos que subastarán durante la jornada de hoy. El principal es el piano con el que los Beatles grabaron Tomorrow never knows y Paperback writer, que se estima que podría venderse por casi 200.000 euros. 'Tiene la marca de las tazas de café que posaron sobre él', le explicaba con entusiasmo un fan de los Beatles a su pareja, que ponía cara de interesarse por el tema. 'Mira mamá, Chewaka', gritaba un niño señalando una vitrina. En realidad, no se trataba del famoso personaje de George Lucas, sino de uno de los disfraces de mono que se utilizaron en la escena inicial del filme de Stanley Kubrick 2001: Una odisea del espacio. Chewaka aún no había nacido.

El festival también organizó cursos de costura para hacer vestidos de época. Empezaron con uno típico del movimiento mod, bien sencillo, que servía de modelo para las aprendices de costureras. 'Abrimos a las once y en una hora ya teníamos todas las plazas cubiertas', contaba MaríaPulley, una canaria que lleva 50 años viviendo en Inglaterra y que se encargó de coordinar los cursos.

En Vintage at Goodwood, el público es igual de protagonista que el programa de actuaciones, espectáculos y demás ofertas. La mayoría de la gente se vistió de época, lo que convertía el lugar en un colorido batiburrillo humano donde convivían en paz y armonía una chica de vestido rojo y lunares blancos de los cincuenta con otra que llevaba el pelo a lo afro, un top ajustado y se dirigía a bailar funk al escenario Casino Soul, uno de los diez que se repartían por el recinto.

Se llama Sarah Savage, tiene 41 años y es una aplicada consultora en Londres, pero el viernes parecía ErykahBadu recién levantada de la cama, con una melena erizada que doblaba el volumen de su cabeza. Llevaba, además, una raquetita de juguete, con la que daba golpecitos por aquí y por allá, a cualquiera: 'Tengo un baúl en casa lleno de ropa vieja y he elegido esto, muy deportivo y cómodo, para bailar con Norman Jay yMartha & The Vandellas', confesaba. A su lado, su amiga Alliah Arif lamentaba haber optado por un vestido más clásico 'demasiado encorsetado', mientras hacía equilibrio sobre sus tacones.

Lo organiza y lo paga de su propio bolsillo el prestigioso diseñador Wayne Hemingway

La obsesión por capturar la esencia de cada década de la cultura británica desde los cuarenta hasta final de siglo XX llegaba hasta sus últimas consecuencias: una noria de la época, juegos de fichas que funcionaban con mecanismos simples o el legendario Wall of death (Muro de la muerte), un cilindro gigante en el que una moto circula por sus paredes aprovechando la fuerza centrífuga. Incluso se podía chutar a puerta con un balón de fútbol de los años cuarenta, un armatroste marrón que hacía daño en el pie sólo de mirarlo, sobre todo cuando era una niña de 4 años la que tiraba (y el portero se dejaba meter gol con caballerosidad británica).

Y como la historia es caprichosa, los que antaño eran enemigos acérrimos, el viernes compartían mesa sin provocar un solo aspaviento. Una pareja de mods, con Lambretta incluida (eso sí, en forma de pin en la solapa), bebían al lado de un grupo de rockers con gafas a lo Elvis y patillas hasta la comisura de los labios, algunas originales y otras simuladas con cinta aislante negra.

En un pub corría a mares la cerveza y se oían canciones típicas de los cincuenta como Roll overBeethoven y Summertime blues, y aunque Chuck Berry y Eddie Cochran no son británicos, sus canciones no desentonaban demasiado.

Quién sí es británico es Wilko Johnson, fundador de Dr. Feelgood,que actuó en la carpa Let it rock por la tarde, dando una lección de rock pétreo y febril. Bailando como un robot en una pista de patinaje, extrayendo riffs catatónicos e inmisericordes de su Fender (de forma bastante heterodoxa, ya que no toca con púa) y cantando con el esternón, Johnson ladró mucho y al final mordió. Su bajista se retorcía como si le doliera cada nota y hacía pensar al público que el rock debía ser eso. Los temas de Johnson, chulescos, contundentes, conectan con los creadores del rock and roll y anuncian las transgresiones marciales de The Fall. Eso sí, su calva y su tono agudo de voz al hablar recordaban a Fito Cabrales, que, por otro lado, ha bebido calderos de Wilko Johnson.

Hoy se subastará el piano con el que los Beatles grabaron ‘Tomorrow never knows’

La música fue el foco de mayor atracción a lo largo de todo el día, especialmente la esperada actuación de The Faces, que suponía su regreso tras 35 años sin haber tocado juntos. El programa musical intentó cubrir medio siglo de música (había hasta espectáculos, muy conseguidos, de burlesque) e iba de la canción clásica de Sandie Shaw al reagge de The Wailers, pasando por la electrónica de A Guy Called Gerald y destacando a populares DJ's de la radio británica como Norman Jay. Por supuesto, el punk estuvo bien representado por los Buzzocks y The Damned.

The Faces concentraron a la mayor cantidad de público el viernes (se vendieron 13.500 entradas, según la organización). Al grupo, que ahora cuenta en su alineación con Glen Matlock (Sex Pistols) y MickHucknall (Simply Red) y que había calentado con un mini concierto de preparación en Londres esta semana, le faltó rodaje. Engatusaron al público con éxitos como Oh La La, pero se hundieron en las baladas más pomposas y en tramos instrumentales demasiado largos. El frío y la humedad hicieron el resto y muchos prefirieron enfilar el camino a casa o, los más valientes, al camping. No podría ocurrir en otro lugar: This is England.

 

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