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El regreso de un salvaje

El director Werner Herzog reaparece con el estreno de 'Teniente corrupto' y la publicación del diario de rodaje de su película más accidentada, 'Fitzcarraldo' (1982)

GONZALO DE PEDRO

Desmontar la leyenda o aceptarla por completo. Ante Werner Herzog (Múnich, 1942), el cineasta que más anécdotas salvajes acumula, sólo cabe aceptar como verdad, o al menos como posibles, todas las leyendas que se cuentan sobre él. Que si con 15 años atravesó Europa, de Múnich hasta Albania, a pie. Que si viajó a Grecia poco más tarde. Siempre a pie. Que siendo adolescente vivió con Klaus Kinski en una pensión, antes de saber que se dedicaría al cine; que si subió a la cima de un volcán en erupción...

Herzog, vida y obra, caminan siempre entre la leyenda, la épica y la mentira consciente y descarnada. La biografía que él mismo presenta como oficial arranca así: 'Creció en un remoto pueblo de Bavaria, y de niño nunca vio una película, una televisión, o un teléfono. Comenzó a viajar, a pie, con 14 años. Con 17, hizo su primera llamada de teléfono'. Nadie sabe quién es realmente Herzog, porque su vida y su cine siempre han sido tan inclasificables como irredentos y sorprendentes.

La fimografía de Herzog desdibuja la humanidad y explora la naturaleza

¿Le creemos entonces cuando dice que, para rodar la versión del Teniente Corrupto de Abel Ferrara (1992), que llega hoy a las pantallas españolas, no vio la original? ¿Y cuando dice que nunca ha probado las drogas, aunque tengan una presencia notable en el filme? ¿Creemos alguna página de su libro Conquista de lo inútil, delirante diario de rodaje de su filme Fitzcarraldo (1982), en el que el cine brilla por su ausencia? Poco importa: la vuelta de Herzog a la 'primera línea' no podría haber sido más sonada: desviando el clásico de Ferrara para convertirlo en la historia de un teniente drogadicto e hijodeputa, en la Nueva Orleans apocalíptica y resacosa de los meses posteriores al huracán Katrina, Herzog ha creado polémica. 'No tengo ni idea de quién es ese tal Abel Ferrara. Nunca he visto una película suya', dijo en el pasado festival de Venecia.

'Werner de la jungla', como le llamó Antonio Weinrichter en su libro Caminar sobre hielo y fuego (Ed. Ocho y Medio, 2007), ha cambiado sus queridos paisajes de la selva, el desierto o el hielo por los no menos apocalípticos días que sucedieron al Katrina en Nueva Orleans: un escenario demasiado similar al fin del mundo, perfecto para esas experiencias límites que tanto gustan al Herzog cineasta y al Herzog caminante. Un lugar donde el mal, el dolor y la podredumbre ponen a prueba al ser humano: porque si un tema atraviesa la filmografía de Herzog es la exploración de los confines donde lo humano se desdibuja y lo natural se desvela perverso, nada amigable, aunque divertido y magnético.

Es el último de una estirpe de cineastas que no diferencian entre vida y cine

Drogas, alucinaciones, cadáveres que bailan, y una redención quizás imposible. El cineasta de la naturaleza (la humana y la otra) nunca ha sido un ecologista, si acaso, un explorador arrogante que sabe que se enfrenta a un enemigo más grande que él. El propio Herzog, en Conquista de lo inútil (editado en Argentina por Editorial Entropía y de próxima aparición en España), afirma: 'Vista desde el aire, la selva ondula debajo de mí, aparentemente pacífica, pero eso es sólo una ilusión, porque la naturaleza en su ser más íntimo nunca es pacífica'. Otro fragmento da idea del tono desquiciado, pero siempre tranquilo, de un diario que camina entre la locura y el pragmatismo, entre la voluntad y la temeridad: 'A mi lado un papagayo reía y gritaba como una persona. Gritaba una y otra vez en español Corre, Aureliano y parecía que no iba a parar nunca. Los pájaros son inteligentes, pero no pueden hablar, debería enseñarleFitzcarraldo a su papagayo en la película. Los muertos arrastran a los vivos consigo'.

Tanto el libro como su larga obra documental (demasiado tiempo menospreciada y el lugar donde encontramos al Herzog más auténtico) constituyen el mejor testimonio del que quizás sea el último de una estirpe de cineastas para los que no hay diferencias entre el cine y la vida. Porque si hay películas en el cine contemporáneo en las que el sudor y la sangre empape cada fotograma, esas son las de Herzog; cintas en las que el compromiso del director con su obra va más allá de un contrato o un trabajo con horario.

Filmar desafiando a la muerte como cuestión de supervivencia. La Soufriere (1972), su exploración impávida y temeraria de una isla de Guadalupe, evacuada por la amenaza de erupción inminente de un volcán, o el propio libro Conquista de lo inútil dan buen testimonio de ello, y componen una crónica salvaje de lo que ocurre cuando el cine se adentra en las zonas incontrolables de lo real. Es el caso de Fitzcarraldo, quizás el rodaje más accidentado de la historia del cine, porque, más allá de los problemas de producción, de las peleas con el equipo y el protagonista de la película, constituye el mejor retrato de cómo el cine es capaz de acercarse tanto a la última frontera, la muerte, que recorre el libro, y la filmografía de Herzog, con la tranquilidad pasmosa de lo inevitable. 'La muerte viste un smoking y canta en un micrófono de los años cincuenta', anota Herzog, meses antes de comenzar el rodaje de Fitzcarraldo en la selva peruana.

'La muerte viste un smoking y canta en un micrófono de los años cincuenta'

En el televisor, Tokyo-Ga, de Win Wenders (1985). De entre la vorágine nipona, aparece Herzog. Subido a una torre, contempla la ciudad y habla con desprecio: 'Apenas se puede encontrar una imagen. Habría que excavar hondo como un arqueólogo para intentar encontrar algo con éxito en este paisaje devastado Es difícil hallar aquí lo que da transparencia a las imágenes. Iría donde fuera para encontrarlas'. ¿Hay mejor definición del impulso viajero y trascendente que mueve su cine? Sólo sus películas, y ahora el libro Conquista de lo inútil, son capaces de explicar qué se esconde tras un cineasta atípico, salvaje y viajero, que siempre ha desdeñado la verdad documental para caminar en busca de otra verdad, que él denomina 'extática', más oscura, menos evidente. Furtiva y esquiva.

Un cineasta caminante que rueda documentales en los que la mentira brota como sangre de un animal herido y películas que despedazan la verdad como pedazos de carne. Sólo él podría convertir Teniente corrupto en un viaje lisérgico en el que el mal no es exclusivamente perverso, también atractivo e incluso hilarante; y sólo él podría escribir un diario de rodaje en el que el cine es menos que una excusa para otras batallas, más crudas, reales y dolorosas.

Cuatro años de trabajo, amenazas de muerte, un barco de 300 toneladas en mitad de la selva peruana, muertos, borracheras, y un rodaje que supera lo surreal. He aquí algunas pinceladas, publicadas en el libro de Herzog ‘Conquista de lo inútil’, de un rodaje en el límite de lo humano.

Ataques de ira de Kinski
“Clamó y gritó dos horas seguidas, fue horrible, vomitivo”, recuerda Herzog. Las condiciones de contrato del actor eran: “Agua mineral de una marca específica, ninguna gallina macho en el campamento y ninguna voz femenina en la radio”. Hasta los indios de la selva ofrecieron a Herzog matar a Kinski.

Sexo en la selva
“Hoy K. [Klaus Kinski] durmió poco, porque sobre el gran puente colgante que se bambolea cerca de su choza se fornicó de la forma más ardiente. Una de las señoritas de Iquitos reía y bromeaba con sus clientes, y después empezaban los jadeos y los gemidos, y el puente se bamboleaba y crujía”

Los caballos de claudia
“Tenía que alojar a Claudia Cardinale en una ‘suite’ de dos plantas. Cuando entramos al cuarto nos dimos cuenta de que en el piso de arriba, al que sólo se accedía por una escalera caracol, había un caballo al que el jockey sostenía de las riendas”.

Muertos
“Dos muertos en 12 horas. Contra todo sentido común seguí buceando en la oscuridad, para que no se pudiera ver mi profunda aflicción. El río está, como siempre, inconscientemente bello. (...) El ahogado es un hombre joven y casado. Me dijeron que al mediodía le había dejado toda la comida a su mujer”.

Soledad
“Kinski miró la cuesta por la que subiría el barco y anunció que lo que me proponía era imposible, impensable, dictado por la locura. Se está convirtiendo en el epicentro del desánimo. Nadie está ya de mi lado, ninguno, nadie”.

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