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De reina del cabaret a la Orden Dominica

Liane de Pougy fue la 'chanteuse' más deseada de la Belle Époque

SILVIA CAMPILLO

En tiempos de la Tercera República, había en París un restaurante llamado Le Quatrième Republique. El dueño, monsieur Chuzeville, siempre se justificaba de la misma manera: 'A la velocidad que está cayendo esta tercera, pronto será inevitable la proclamación de la cuarta, por lo que prefiero estar preparado y no gastar el dinero en el cartel dos veces'. Rondaba el año 1890, y en la misma calle de Le Quatrième Republique, en el 32 de la rue Richer, el Folies-Bergère se había convertido en el centro neurálgico de la vida nocturna parisina. Intelectuales y amantes de la absenta se dejaban ver cada noche, movidos por sus espectáculos protagonizados por mujeres procedentes de todas partes del mundo.

Las chanteurs, como describe Michel Souvais, 'conseguían que cualquier hombre perdiese la cabeza por ellas al verlas agitar la falda. Eran ingobernables, bulliciosas y descaradas'. El día de su debut, Liane de Pougy, escribió un telegrama a Enrique VII, que estaba en París de visita oficial: 'Sir: esta noche debuto. Dígnese aparecer y aplaudirme y triunfaré'. A pesar de que el entonces príncipe de Gales no la conocía, esa noche fue al Folies-Bergère. Él apareció y ella triunfó. Poco después, los hombres se morían por ella, destronando a la Bella Otero como reina de las camas pudientes. Pero no todos los parisinos podían permitirse el lujo de enamorarse de ella. La princesa Ghika, nom de plume que tomó a su llegada a París, era tan bella como frívola, y sólo aceptaba meterse en la cama de aquellos señores que ya la habían agasajado con dos o tres joyas. Cuenta Janet Flanner, en una de sus Cartas desde París para The New Yorker, que 'para sus pies, que eran maravillosos, pronto tuvo anillos de esmeraldas que llevaba sólo cuando estaba en la cama'. A pesar de lo mucho que disfrutaba ostentando, no le gustaba lucir sus alhajas públicamente. Sólo una vez, con intención de humillar a la Bella Otero, 'entró a la Ópera sin más joya que el destello de sus ojos y sus dientes. Pero la seguía su doncella con los hombros caídos por el peso de los collares de su señora: en sus manos, sobre un cojín rojo, se extendían todas las diademas, broches, anillos y demás joyas que había decidido no ponerse', continúa Flanner.

El príncipe apareció y ella triunfó. Poco después, los hombres se morían por ella

En la cúspide de su carrera, comenzó a escribir sus memorias. En ellas confesó el nombre de todos los hombres por los que se dejó cortejar: Marcel Schowob, el simbolista Jean Lorrain, Catulle Mendès o el marqués de Mac Mahons quien, como aparece en Mes Cahlers Belus, de 1977, escribió en su lecho de muerte: '¡Quienes lean esto, recen por la última de las mujeres, la princesa Ghika!'. En Idylle saphique, Pougy hablaba abiertamente de sus inclinaciones bisexuales, confesando su relación con la escritora Natalie Clifford Barney. Pero su promiscuidad terminó cuando una noche, estando por equivocación en uno de los palcos del Moulin Rouge, conoció al príncipe rumano George, con el que se casó en 1910 convirtiéndose, así, en una auténtica princesa.

En plena Segunda Guerra Mundial, la pareja (a pesar de sus continuos altibajos) decidió mudarse a Suiza, dejando espacio a los nuevos reyes de la nocturnidad parisina: Picasso, Modigliani y Hemingway. En 1941, la pareja se separó y Liana decidió tomar hábitos en la Orden Dominica, dedicándose, desde entonces, a la oración y a la escritura de su vida. Sin arrepentirse de su pasado, durante sus últimos años no se cansó de repetir: 'Siempre he sido una víctima del amor. Amor de cualquier tipo'.

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