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Desde Rusia con amor y rabia

Daniel Utrilla desgrana en 'A Moscú sin Kaláshnikov' las vivencias de un corresponsal, en una ocurrente crónica autobiográfica que ofrece varias lecturas de una sociedad que vive entre la Rusia que fue y la que pretende

PABLO OLIVEIRA Y SILVA

En A Moscú sin Kaláshnikov (Daniel Utrilla, Ed. Libros del KO) el relato se inicia como un río que avanza con fuerza y no se detiene, viajando continuamente desde la anécdota a la lección de historia y desde la España del felipismo y Aznar hasta la Rusia de Yeltsin y Putin. Esta narración, que ofrece varias lecturas, tiene más de manual iniciático y diario, que de libro de texto. Más que un recorrido en el tiempo es un viaje entre espacios, cargado de búsqueda de historias más que de Historia.

Este sincero ajuste de cuentas con la profesión periodística, con la de corresponsal de prensa concretamente, sin miedo al qué dirán los pedrojotas de turno, conforma un compendio de efemérides, sucesos, vivencias y testimonios de la Rusia de la primera década de este siglo, desde una mirada apasionada y en ocasiones inocente del periodista que siendo niño jugaba al Tetris y no mucho después, tras una suerte de casualidades, visitaba el Centro de Cálculo de Moscú donde fue creado este juego, ya como corresponsal del diario El Mundo.

Es la mirada cándida del que se ríe de la guerra fría estudiando a la vez inglés, para el futuro, y ruso, por pasión, y recién licenciado pasó de ser becario de los de '¡tú-café-ahora!' a corresponsal de prensa en una ciudad ignota, en menos de lo que dura un pestañeo. Es la visión inexperta del que en lugar de ser enviado a otro país es lanzado allí, como un enclenque personaje de Woody Allen, sin planes, abandonando la calidez de la niñez en Madrid y Soria y soltado en plena noche, en pijama, desarmado, al frío moscovita, donde la nieve siempre está sucia.

Esa mirada inocente se va tornando en indecente, en rabiosa e irónica, documentando un análisis de antropólogo que con maña de cirujano abre con exquisita precisión las tripas de una nación que vive todavía desubicada, aún en plena ebullición capitalista, pero con la mirada siempre puesta en su pasado soviético reciente. Una sociedad partida en dos, como un Gollum que se debate entre el bien y el mal, que lucha entre pasado y presente. La memoria cronológica de este fan del Real Madrid se va convirtiendo en una crónica sentimental rusófila salpicada de humor, habitada por intrahistorias curiosas, por asociaciones de hechos delirantes, que viajan en el tren del esperpento de las obsesiones y que se plasman de manera completamente natural, sin forzarlos nunca.

Nos trasladamos de Biriukov a Gagarin, de Napoleón a Kaspárov y de Tolstói a KapuścińskiEn este dislate confesional Utrilla se ha dejado las tripas o las ha soltado completamente, contándolo todo, sin dejarse nada dentro, conformando un cuadro caleidoscópico. En este maremagno de iconos en busca de su Rosebud particular, nos trasladamos de Biriukov a Gagarin, de Napoleón a Kaspárov y de Tolstói a Kapuściński sin apenas darnos cuenta. De la desgarradora crónica sobre el secuestro de una escuela en Beslán transitamos a la cálida entrevista a la mujer más longeva del mundo, o al embalsamador de Lenin, o al sexólogo que conserva el pene de Rasputín y somos conducidos a una conversación espontánea con un pasajero anónimo en un tren ruso, donde el lector reirá sin parar, sintiéndose culpable por no llorar.

En esta ensaladilla rusa emocional se acerca al lector neófito a la Rusia blanca, de paisajes, ciudades y gentes, y a la Rusia roja, más política e ideológica, empapada en litros de vodka, certificando una vez más que Hollywood nos ha vendido una mirada injusta, un retrato deformado y grotesco de los rusos y de Rusia. Este valiente cronista, que confiesa que es un cobarde al no querer vivir el periodismo en un conflicto bélico, mira a Rusia (entre rusas) sin miedo, sin complejos, venciendo todos los estereotipos y la ojeriza de occidente. En esta semblanza sentimental sobre las raíces de la obsesión por este país, en su viaje sin Kaláshnikov al centro de Moscú, a las raíces del comunismo y el socialismo, Utrilla traza el camino evolutivo de una sociedad y de un país en donde podemos vernos reflejados y tal vez también la senda recorrida para descubrir los sinsabores del amor y de la madurez. ['Allá él'].

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