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Sinfonía para una prisión

La Joven Orquesta Nacional de España actúa en la prisión de Soto del Real de Madrid para homenajear al maestro José Antonio Abreu, creador del Sistema de Orquestas de Venezuela

DAVID LERMA

Tres autobuses se aproximan a la cárcel de Soto del Real-Madrid V. Ateridos pero entusiastas, jóvenes de 25 nacionalidades van recogiendo los estuches de sus respectivos instrumentos. Mañana volarán a Nueva York, para tocar en el mítico Carnagie Hall.

La Joven Orquesta Nacional de España (JONDE) lleva varias semanas de gira para homenajear al maestro José Antonio Abreu, creador del Sistema de Orquestas de Venezuela, por el que recibió recientemente el premio Príncipe de Asturias de las Artes en reconocimiento a su labor social y pedagógica durante más de 30 años.

«Es el público más silencioso y el que con más atención ha escuchado»

En esta ocasión, el público no estará compuesto por 'pelos blancos' (en referencia a la edad), como dicen los chicos en su curioso argot, sino por 200 reclusos de la cárcel. Los jóvenes músicos, cuya media de edad ronda los 23 años, esperan con estoicismo el largo trance de identificación para entrar en el penal. Todos acabarán con su identificación colgando del cuello mientras permanezcan en el centro.

En general, cunde el buen rollo, pero el frío es implacable. Distante, ya nevada, la sierra de Guadarrama resplandece, a diferencia de la ominosa torre de vigilancia que domina el patio que conduce hasta el auditorio. Algunos bromean, como el viola Javier López: 'A ver si luego nos dejan salir'.

«Estamos convencidos de que vamos a hacer algo maravilloso»

Silvio Muñiz, el coordinador artístico de la Joven Orquesta Nacional (JONDE), es como un padre para sus 'muy disciplinados' músicos. 'Estamos convencidos de que lo que vamos hacer hoy es maravilloso: música por el placer de hacer música'.

Sí, pero entre rejas, para aliviar el tedio carcelario de los internos que se reunieron en el salón de actos. Algunos, como El Pere, que trabaja en mantenimiento, no las tenía todas consigo: 'Me hubiese gustado más Fito o El canto del loco, pero bueno'. A falta de música pop, buena es la quinta sinfonía de Tchaikovski en Mi menor. A su lado, un recluso que no quiere ser identificado, nos revela que 'no puede dejar de oler el perfume de la gente'. Y aclara: 'Es quela colonia está aquí prohibida'. La libertad, en cierta manera, es un aroma.

En palabras de su director, Pablo Mielgo, la quinta sinfonía versa 'sobre el destino y, en cierta medida, la propia homosexualidad' del compositor ruso, quien 'consideraba que era su peor obra sinfónica'. Un destino que para los presos de Soto permanece en suspenso, al menos hasta que Paul y Valentino, encargados del taller de teatro, hacen las debidas presentaciones, no sin cierto nerviosismo: 'Tchaikovski fue un infeliz toda su vida. Se casó, sí, pero su matrimonio duró sólo seis semanas'. La risa se eleva y supera, siquiera por unos instantes, la monótona realidad del presidio.

Cuando arrancan los primeros compases de la introducción de la sinfonía, el auditorio calla, atento. Los músicos visten tejanos y zapatillas, pese a lo cual la ejecución es briosa, profesional, nítida, sobre todo, en la parte de la exposición, un melancólico vals genuinamente eslavo. Los 50 minutos de la obra se quedan cortos. Se alzan los bravos y el público pide un bis, pero hubo oportunidad de tres: La boda de Ruiz Alonso y el pasodoble Amparito Roca. El tercero, improvisado, invita al cachondeo cuando empiezan a sonar los primeros acordes de Paquito el chocolatero. Músicos y reclusos, incluido el director de la orquesta, se lanzan a bailar el tema por antonomasia de cualquier festejo español.

No fueron los únicos. Los funcionarios que vigilaban el salón de actos dejaron abiertos sus walkie-talkies, para que los presos desde sus módulos pudieran escucharlo. 'Es el público más silencioso y el que con más atención ha escuchado', en palabras del 'emocionado' directorPablo Mielgo.

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