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El tesoro de Noruega

El turismo en verano y la pesca en invierno dan vida a uno de los parajes europeos más impresionantes: las islas Lofoten

EVA ORÚE/ SARA GUTIÉRREZ

Al norte del Círculo Polar Ártico, las islas Lofoten y sus hermanas siamesas, las Vesteralen, ofrecen uno de los paisajes más impactantes del Viejo Continente. Separadas por el Vestfjorden (Fiordo de Vest), sus altas montañas esculpidas por el hielo cierran círculos que más parecen lagos que mar, ofreciendo estampas y sensaciones únicas que atraen a ciclistas (por la solitaria Ruta del Káiser), montañeros (por las arriesgadas subidas de Cabra de Svolvaer y Puerta del Diablo) y turistas de toda condición (por el estrechísimo y profundo Trollfjord, entre otros atractivos).
Un detalle para los temerosos del frío: la temperatura media en verano ronda los 12º C y en invierno, los Oº C.

Y algo especial deben tener también sus aguas, calentadas por la corriente del golfo, porque los bacalaos vuelven a ellas un invierno tras otro. Unos, los gadus morhua, que llegan, ya adultos y con un peso superior a los tres kilos, desde el Mar de Barents para desovar y son pescados antes del apareamiento, se conocen como skrei (nómada). Su carne, blanca, firme y jugosa, es un preciadísimo bocado de temporada (enero/abril), degustado en Noruega desde tiempos inmemoriales, que en la última década ha conquistado Francia, Alemania, Italia y España. Otros, a partir de abril, tapizan una buena porción de superficie insular cuando se secan colgados en los esqueletos piramidales de madera que transforman en catedrales de bacalao, antes de ser el stoccafisso que tanto gusta en Italia. Otros más serán salados para luego aterrizar, fundamentalmente, en Portugal. Las antiguas casas rojas de madera en las que vivían los pescadores, reconvertidas en modernos alojamientos turísticos, los rorbuer, son un buen ejemplo de fusión de ambos mundos: el pesquero tradicional y el turístico moderno.

Habitantes autóctonos

En las Lofoten y las Vesteralen, se respira tradición, en gran parte conservada por los hombres del mar, pero también por la presencia activa de la población indígena, los samis o lapones dedicados fundamentalmente a la cría del reno, la pesca, la caza y la artesanía. Lo cual no es óbice para que los archipiélagos exhiban una sorprendente modernidad: la carretera que une las islas entre sí, sobre y bajo el agua, es una buena muestra de los avances tecnológicos y las posibilidades económicas del país.

En unos tiempos en los que muchos cocineros han anunciado ya que retirarán de sus cartas pescados en peligro de extinción (atún rojo, por ejemplo), es una alegría que, con el mismo ímpetu, se confiesen rendidos ante un nuevo –no para los noruegos– producto marino.

Sergi Arola, Andrés Madrigal, Koldo Royo, Daniel García, Paco Roncero, Joaquín Felipe, Pedro Larumbe y Ángel Palacios son algunos de los maestros que han alabado las bondades del skrei y ofrecen en sus restaurantes innovaciones culinarias inspiradas por
este tipo de bacalao.

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