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Tim Burton recae en su obsesión por el mito de Frankenstein

El director de 'Eduardo Manostijeras' vuelve a sus orígenes con 'Frankenweenie', un corto de 1984 con tintes autobiográficos convertido ahora en película

MARÍA JOSÉ ARIAS

La historia de Frankenweenie nació para ser contada en stop-motion, una vieja técnica de animación (fotograma a fotograma) de la que Ray Harryhausen era el maestro y Tim Burton, un entusiasta seguidor que recurre a ella siempre que el presupuesto y lo que quiere contar se lo permiten. Después de dos años de producción y muchos más rondando la cabeza de Burton, el director de Burbank estrena el que supone un regreso a sus raíces y obsesiones. Esas que arraigaron en él en la infancia y que no le han abandonado a lo largo de su carrera.

Tim Burton creció siendo el rarito de la clase, un niño solitario que vivía obsesionado con las películas de terror de la Universal y la Hammer. Se veía a sí mismo como uno de esos seres diferentes que no lograban la aceptación del resto. Drácula, La Momia... De todos, hubo dos títulos que le impresionaron sobremanera, Frankenstein (1931) y La novia de Frankenstein (1935), ambas dirigidas por James Whale. Tan hondo le marcaron al pequeño Burton que de adulto no cesa de contar una y otra vez la misma historia. Vive obsesionado con el mito de Frankenstein y lo rememora en prácticamente todas sus películas, ya sea directa o indirectamente, consciente o inconscientemente.

No siempre es tan evidente como en Frankenweenie, Eduardo Manostijeras o Pesadilla antes de Navidad, pero existen conceptos (creador y criatura, padres e hijos, el regreso de la muerte) y elementos estéticos (costurones, molinos, laboratorios...) que se repiten una y otra vez. Su sello personal es contar historias de seres inadaptados, rechazados por la sociedad por su aspecto o su carácter. De Pee-Wee a Víctor, pasando por Eduardo, Bitelchús, el catálogo de freaks de Batman, Ed Wood, Willy Wonka... Hasta el Ed Bloom de Big Fish era una suerte de outsider.

Frankenweenie supone una recaída en esa obsesión por el mito de Frankenstein del que se impregnó a través de la adaptación que James Whale hizo de una obra de teatro basada en la novela de Mary Shelley. No conviene olvidar que el mito que la mayoría conoce es el que ha creado el cine. Ese que habla de una criatura que vio la vida gracias a la electricidad. En realidad, Shelley nunca explicó cómo Víctor Frankenstein consiguió hacer respirar a su engendro. Lo de los electrodos en el cuello y el rayo también es un invento del cine. Burton es un hombre de cine, así que para su versión del mito bebe directamente del trabajo de Whale y no del texto Shelley. Aunque lo reinventa a su modo. Porque la mayoría de sus personajes no son malvados como lo era el monstruo de los treinta.

En Frankenweenie Burton vuelve a dejarse arrastrar por su obsesión de la infancia por partida doble. Primero por la historia y después por el formato para rodarla, stop-motion. Víctor Frankenstein es un niño solitario, un director de cine en ciernes que disfruta con las películas de terror (sí, Burton era así de niño). Un día su perro muere atropellado y él lo reanima utilizando el mismo procedimiento que el Frankenstein adulto de Whale. Lo conecta a un sinfín de cables y captura un rayo que le da la vida. Sparky regresa de entre los muertos, pero está lleno de costurones y su aspecto inspira miedo y repulsión.

Cuando en el pueblo conocen la resurrección de la mascota, le culpan de todas las desgracias y le persiguen antorchas en mano hasta el molino del pueblo. La escena es casi un calco de la vista en Frankenstein (1931). De hecho, tanto en el corto original como en el largo que ahora se estrena los guiños a las películas de Whale son muchos y constantes. El personaje llamado Elsa, como la actriz de La novia de Frankenstein. Los dos mechones blancos surcando el elevado pelo de la perra de la que se enamora Sparky en alusión a los del personaje de La novia de Frankenstein. El molino, la electricidad, el personaje de Edgar (jorobado) incorporado en esta nueva versión...

Destaca, por otro lado, el hecho de haber rodado la película con el sistema de animación fotograma a fotograma. Para alguien obsesionado con la historia de Frankenstein o el moderno Prometeo y aquejado de un profundo complejo frankensteiniano no existe una forma mejor de contar una historia cámara en mano. El propio Burton lo reconoció hace algunos años en el libro de Mark Sallisbury titulado Tim Burton por Tim Burton:

'Lo mejor de la stop-motion es que está muy relacionada con Frankenstein, en la medida en que estás haciendo que algo inanimado cobre vida. (...) Uno intenta analizar porqué le gustan las cosas, qué te atrae hacia un medio y no hacia otro. Por qué coges un muñequito y te pones a hacer una película de animación. Y me he dado cuenta de que una de las razones es que, cuando eres pequeño, el mito de Frankenstein es algo muy primario. Y por esto te gusta este tipo de animación, está relacionado con el cariño a este tema'.

Son las palabras de un director/creador que ha declarado sentirse en cierta manera el padre de todas y cada una de sus criaturas. Esas a las que da vida en el cine. En cada proyecto, Burton cambia los personajes, la época, el vestuario... pero al final todas sus películas se parecen en algo. Sobre todas planea su semejanza con el Víctor Frankenstein de Mary Shelley. El director ha creado su propio universo, que ha poblado con una nueva especie de cabezas grandes, ojos desproporcionados, cuerpos de alambre y pies pequeños. La diferencia entre el personaje de la novela (también del cine) y el cineasta es que el segundo no reniega de sus criaturas.

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