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La última nocilla

Agustín Fernández Mallo remata su trilogía con una novela que volverá a encender el debate

PEIO H. RIAÑO

Han pasado tres años desde que Candaya publicara Nocilla Dream y muchas cosas han cambiado en la vida de Agustín Fernández Mallo (La Coruña, 1967). Otras no tanto: sus personajes siguen rodando solitarios, como él, aunque en la última entrega de su trilogía, Nocilla Lab (Alfaguara), su personaje ya tiene una pareja con la que caminar largo y confiar en silencio probablemente como él. De hecho, sus personajes siguen cenando ensaladas y agua, y él verduras a la parrilla. Siempre tiene cerca un paquete de Lucky Strike, como sus criaturas, y sigue viviendo en Palma de Mallorca y trabajando en el mismo hospital.

Han sido tres años en los que ha habido de todo, desde la creación de una generación literaria a la discusión de la legitimidad de sus propuestas revolucionarias en la novela. Tres años en los que se ha leído y escrito de todo, mientras él iba soltando año a año la nueva entrega del experimento. Escribió las tres en apenas siete meses, al hilo de un accidente en Tailandia en el que se rompió la cadera. Postrado en la cama fue derivando desde la novela completamente fragmentada, como la visión de toda esa televisión que debió tragarse durante su convalecencia, a esta tercera entrega en la que la narración tiene un motivo de recorrido y un personaje en evolución.

En septiembre llegará la hora de ver cómo sienta la última nocilla a sus fieles y a sus enemigos. Quiere saber qué dirán los más reaccionarios porque en este tiempo que Agustín Fernández Mallo se ha convertido en Agustín Fernández Mallo ha tenido que escuchar y leer más de lo que pensaba: 'Que no tengo ni puta idea de escribir, que lo único que sé hacer es mezclar fragmentos al azar, que no sé formar una historia, que eso lo que hago lo hace cualquiera (como aquello de Picasso y los dibujos de los niños)', se queja con cierta amargura. También durante estos años le hemos visto decir que estas críticas contra lo contemporáneo sólo ocurren en literatura, que en otras artes asumen aspectos como la hibridación de los géneros.

'Ahora seguramente dirán que cuando quiero hacer una novela de verdad es fallida, que tenían razón Hay mucha mala hostia'. 'No gasto un segundo en amargarme porque alguien haga algo que no me gusta. ¡Hay para todos! Tranquilidad, hombre, tranquilidad. No me ofende que haya otras cosas', suelta, con un acentazo gallego que mantiene, a pesar de estos 13 años en la isla.

En Nocilla Lab ha partido el libro en cuatro, desde toda la densidad de la palabra en la primera parte, hasta la práctica desaparición de la misma al final, momento en el que se convierte en imagen e incluye una breve historia en formato de cómic, dibujada por el grandísimo Pere Joan. Por cierto, el dibujante lleva desde enero recreando Nocilla Experience en novela gráfica, que también publicará Alfaguara.

En Lab, una pareja trama su 'Proyecto' y él lo cuenta como una road-movie, aunque en ningún momento se aclare en qué consiste ese gran plan que elaboran entre los dos. La pareja participa de una búsqueda obsesiva, que se hace extenuante en los pensamientos (sin un solo punto y seguido) del personaje, que se llama como el autor del libro.

'Como en todos mis libros, nunca pensé en la estructura antes de ponerme a escribir. Empiezo a hacerlo automáticamente, a lo Thomas Bernhard, pam-pam-pam, y cuando siento que aquello se acaba cambio. Me muevo por impulsos poéticos y cuando se agotan, cambio. Sin más. Así llegué a la disolución del personaje en los fragmentos finales y después al cómic', cuenta Agustín en plena comida. Le hubiera gustado incluir un DVD que él mismo hizo con piezas de películas y entrevistas para contar este proyecto suyo en las solapas del libro, y la editorial ya lo tenía rematado, pero los derechos de autor acabaron con la idea.

¿Es Agustín Fernández Mallo un romanticón? Acaba la primera parte del libro con una cita de Allen Ginsberg hablando del amor y la pareja aparece retratada como el colmo generador de proyectos e ilusiones. Es cierto que el personaje protagonista se ha vuelto más introspectivo, que no tiene más referencias que las suya y las de su pareja, pero también es parte de su juego.

'Si me defino como postpoeta, puedo usar todas las herramientas que están a mi alcance si lo creo pertinente', que debe ser un disfraz multiusos. '¿Romanticismo? Venga. ¿Informalismo? Venga. ¿Thriller? También', de hecho Nocilla Lab termina por ser una novela absolutamente negra, de espacios asfixiantes, en los que el personaje se enfrenta a la amenaza de perder su identidad.

No salimos de la pareja. Ya hemos hablado de esa primera parte como un gran vómito de palabras que arrasan con todo, sobre todo, con los pensamientos del protagonista que, siempre en primera persona, no deja que su mente se calme un segundo. 'A mí me interesan las historias de pareja, la verdad. En todo lo que he escrito siempre aparece alguien solo o en pareja, nunca en grupo, nunca en comunidad o en pandilla. Últimamente le he dado muchas vueltas a eso y creo quizás sea una idealización de la pareja', está convencido de que si hay alguien más por medio 'la cosa se jode'.

Es fiel a la soledad. Y ahora habla de la película Perros de paja, la más polémica de Sam Peckinpah, porque al verla a los 16 años se dijo: 'Cuando sea mayor me gustaría vivir así, en mi mundo, con mi pareja y nada más'. Porque según Agustín Fernández Mallo, hasta el más cínico acaba buscando a su pareja. Es un romántico y además postpoeta.

Ahora traen dos botellas de Coca-Cola de 35 cl. Gigantes. 'Cuando éramos pequeños sí había de éstas'. En Nocilla Lab hay una constante referencia a la Coca-Cola con un limón dentro, el protagonista sólo bebe eso. Y cuando mata, reconoce en ese acto el más primitivo de todos los que ha hecho en su vida. 'El único acto no publicitario', escribe. Es en ese momento, cuando paladea aquella bebida que como él no se parece a nadie ni a nada conocido. 'Es un juego entre el producto de consumo y la persona. Él quiere asimilarse a un producto de mercado, curiosamente, para ser único'.

Es incapaz de evitar este tipo de referencias, que se tachan de innecesarias. Uno de los pensadores del grupo, Eloy Fernández Porta, ha llamado 'el borrado del pop' para criticar la intención de acabar con lo que se supone que no es digno de la novela. 'Pero si esto es lo más natural de nuestra vida. Intentar evitarlo es caer en impostura. No puedes ser Kafka hoy. Ya Kafka hablaba de sus cosas, de su vida, cuando sus contemporáneos no lo hacían. El experimentalismo no es vacuo, lo que es vacuo es querer tapar dónde estás y cómo estás', tampoco quiere un retrato de su tiempo porque entonces sería costumbrista o, lo que es peor, sociólogo.

Ni quiere retratar explícitamente, ni quiere ser moral con sus palabras. Se lo hace decir a su personaje, ese que se llama como él, al poco de arrancar: 'Siempre he intentado escribir de una manera totalmente amoral, como la Coca-Cola'. Es verdad, la bebida no plantea problemas, sólo refresca. Esa es la base de los ejercicios experimentales, la estética por la estética. 'No necesito que nadie me cuente en un libro que las cosas pueden ser de otra manera. No me suelen emocionar las ideas. Si en una novela veo un telón de fondo, una idea que supera al libro y que me lo quieren demostrar, pierde todo el interés', cualquiera sabe a estas alturas lo que es bueno y lo que es malo.

Así que si no tenemos moral, qué nos queda. La estética. A Agustín Fernández Mallo le emocionan los productos estéticos en sí mismos. 'La estética está muy devaluada pero para mí es importante, joder', y certifica que somos humanos porque hay una estética, no sólo una ética. Por eso reniega de los autores garantes del bien o del mal en términos absolutos, dice que de eso hablan el Papa y los políticos. Vale, pero entonces, ¿de qué va su literatura? 'Pues ni yo mismo lo sé. De mi vida, de nada, no sé. Va de algo que no tiene un propósito'.

En estos tres años hemos conocido a un tipo llano y directo, para el que la literatura no está por encima de cualquier cosa. Hemos sabido de sus intenciones narrativas: nada de realzar lo patético, cero moral y, en definitiva, la cámara sin sentimientos, como él mismo dice. Porque las cosas hablan por sí solas. 'Por ejemplo, me gusta lo que hace Belén Gopegui, porque hasta las cosas más violentas las cuenta de manera fina, no añade carne al asador. Aunque luego haya cosas de su literatura que no me interesen'.

Quizás quieras acabar con la literatura francesa del compromiso, Agustín. 'Quizás, pero no es un propósito. Me siento y hablo de mí, como todos'. ¿Antes estaba peor visto hablar de uno mismo? 'En cierto modo sí. La literatura no pasaba por el filtro de una escuela literaria no tenía cabida. Hoy eso ha cambiado. La literatura es contar algo, nada más. Por eso hemos ganado mucho, porque cualquiera puede escribir'.

Llega el momento en el que se descubre como un escéptico. La Coca-Cola está a medias, ya dijimos que era gigante. 'La literatura no tiene ningún impacto en nada, es como la ópera. El cine cambia las cosas, el libro nada. La literatura es como fumar en pipa. La única literatura que mueve cosas es la que aparece en las etiquetas del supermercado', se ha puesto duro al hablar del 'último lujo estúpido'. Quizá estas palabras sean parte de esa parodia que requiere todo producto artístico que pretenda ser creíble, eso dice: 'Lo que se presenta como incuestionable ya no es creíble'.

Esa es otra características del gusto 'nocillo', la de sentirse cerca de la novela anglosajona y muy lejos de la novela francesa. De ahí la idea de trabajar con lo próximo, desde Youtube a Wittgenstein. En el resto, el grupo no se parace en nada, pero ahí están. Han salido a flote unos cuantos autores que antes estaban soterrados en sus incipientes carreras y Agustín se siente orgulloso de haber destapado las esencias de ese grupo de rebeldes y de que el panorama literario se haya llenado de pulgas molestas que le de de qué hablar y quejarse.

Insiste en el hecho de que se ha demostrado que no hay que ser alguien para llegar a la novela, no hace falta pedigrí. La novela sin estirpe ni ortodoxia ha abierto espacios a quien quiera contar sin obligación de hacerlo de una determinada manera.

Con Nocilla Lab llega el final de la literatura más dulce y pringosa, la más punk y amable, llega el final de la primera fase de una de las apuestas más sonadas. Dice que no está con novela nueva, que ahora trabaja poemas en prosa con imágenes que se acercan más al arte visual. Es difícil pronosticar a qué se dedicará un autor que reconoce escribir sin programa, y que de hecho es fácil imaginárselo en otro lado. 'No siento ninguna fidelidad con nada, salvo con las personas que he contraído una fidelidad. Así que podría hacer vídeos, obra gráfica otra cosa es que sean buenas o malas', apunta con humildad.

Contra 'los funcionarios de la literatura', Nocilla Lab se defiende aunque su autor no lo sepa como una propuesta de compromiso, en la que las ideas se han llevado hasta las últimas consecuencias y se asume el error como todo un éxito. Eso sí es un planteamiento moral para un autor con disfraz, porque ya nadie es experto en nada y, como dice antes del último sorbo, 'todos somos mediocres en todo'.

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