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La venganza cómica de Roman Polanski

La Mostra estalla en carcajadas con Un dios salvaje', adaptación de una obra de Yasmina Reza sobre dos parejas burguesas que pierden los papeles tras una pelea entre sus hijos

CARLOS PRIETO

Algún sádico de la organización ha decidido que este año todos los pases de prensa de la Mostra sean en la sala Darsena. Nombre que a usted no le dirá nada, pero que para los periodistas con hernia es sinónimo de vía crucis. En efecto, sus butacas son lo más parecido a un potro de tortura medieval construido en los últimos cinco siglos. Por tanto, dado que uno está condenado a retorcerse de un modo agónico en la butaca, qué mejor que hacerlo viendo un filme de alguien con la mente tan retorcida como Roman Polanski. Uno se muere de dolor, sí, pero también de risa: en Un dios salvaje, el perverso director somete a sus criaturas a una avalancha de humillaciones cómicas, lo que hace mucho más placentero el crujir de vértebras. Gracias, Roman, por colectivizar el sufrimiento.

Un dios salvaje, adaptación de un libreto de la dramaturga francesa Yasmina Reza coproducida por Francia, Alemania, Polonia y España (Jaume Roures, editor de este periódico, es uno de los productores), cuenta en clave de comedia negra la historia de dos parejas de la burguesía neoyorquina que quedan para tomar café tras una pelea escolar entre sus hijos pequeños. El matrimonio formado por Jodie Foster (una escritora y activista más bien seria) y John C. Reilly (un campechano vendedor de artículos domésticos) abre las puertas de su casa a Kate Winslet (broker y ama de casa estresada) y Christoph Waltz (abogado malencarado). 'El mundo de los parques infantiles tiene unas normas entre ridículas, complejas y divertidas', dijo ayer Kate Winslet, actriz y madre, en la rueda de prensa. Y algo de las tres cosas hay también en las convenciones que rigen las relaciones entre adultos, como se ve en el filme, ovacionado por la prensa internacional.

Un saloncito burgués es convertido en sala de los horrores domésticos y sociales

Las dos parejas de Un dios salvaje se muestran en principio dialogantes, educadas y razonables, como buenos miembros de la clase media-alta occidental. No puede ser que nuestro hijo haya pegado al suyo, esto hay que arreglarlo, que lo hablen y firmen las paces. Gracias por el café y buenas tardes. Pero cuando Winslet y Waltz se disponen a salir por la puerta, alguien hace un comentario que eleva el tono de la discusión... En efecto, como ya se habrán imaginado, esta reunión fraternal sólo puede acabar como el rosario de la aurora. La mierda va a acabar saliendo a borbotones, salpicando a todos hasta hacerles irreconocibles.

La maquinaria cómica funciona a un ritmo endiablado gracias al choque de contrarios. Por un lado, Winslet y Reilly no pueden parar de ser conciliadores (por una mezcla de hipocresía y miedo a afrontar el conflicto). Por el otro, Foster y Waltz se ofuscan al analizar todos y cada uno de los matices del arreglo entre sus hijos. Y cuanto más se conocen, más se enconan las posturas. Waltz se pasa todo el rato hablando por el móvil (por momentos parece que le han implantado una Blackberry en la muñeca) sobre cómo ocultar que la farmacéutica para la que trabaja vende un fármaco pernicioso, mientras Foster, militante chic, escucha horrorizada sus cínicos argumentos.

El juego de las apariencias se rompe en mil pedazos. Luego llegan los insultos, el desahogo y el arrepentimiento. Y el adiós muy buenas y gracias por el café. Pero con la puerta del ascensor abierta... la chispa vuelve a prender. Y vuelta otra vez al saloncito burgués convertido en sala de los horrores domésticos, matrimoniales y sociales.

Waltz: 'Ha sido un trabajo muy preciso y detallista, ese es el fuerte de Polanski'

Los roles se intercambian a gran velocidad dentro de esta dinámica pasivo-agresiva. De pronto son los matrimonios los que se enfrentan entre sí sacando a la luz sus miserias cotidianas delante de unos extraños. Luego las parejas hacen piña para volver a poner verde al hijo del otro. Y, por último, los hombres se alían entre ellos y se inicia una parodia de la guerra de sexos. Y, cómo no, el sector pacífico, educado y razonable es el que finalmente pierde los papeles de un modo más grotesco.

Dentro de esa montaña rusa de subidón/bajón, de pasar en un segundo de la calma educada a la agresión verbal, se mueve como pez en el agua Christoph Waltz, que ya ganó un Oscar (Malditos bastardos) por su capacidad para mutar de persona extremadamente razonable a psicópata peligroso con una mínima inflexión de voz y sin mover una ceja de más. Aunque es justo señalar que los cuatro actores bordan el timing humorístico.

John Reilly: 'Mientras rodaba, sólo era consciente del trauma de los personajes'

Hay tantas escenas delirantes en Un dios salvaje que resulta difícil destacar una. Quizás aquella en la que Winslet le extirpa la Blackberry a su marido para sumergirla en un florero. Un estupefacto y desahuciado Waltz (con cara de acabar de perder a toda su familia en un terrible accidente) intentará devolver el móvil a la vida usando un secador de pelo. Estimada Kate: hay cosas que no se le hacen a un hombre moderno de negocios (aunque sea tu marido). Si le hubiera cortado sus partes nobles en lugar de las llamadas e internet, seguro que el pobre Christoph no se hubiera quedado ni la mitad de traumatizado.

'Mientras rodaba, sólo era consciente de que los personajes pasaban por situaciones traumáticas. Confiaba en que la comedia viniera luego, de la mano de Polanski', explicó ayer John C. Reilly.

'Estábamos confinados en un espacio reducido durante el rodaje, aunque nos rodeara un equipo técnico numeroso. Fue un trabajo muy preciso y detallista. Ese es el fuerte de Polanski. La exactitud con la que rueda', afirmó Waltz sobre el director, que filmó sin interrupciones y en una habitación. 'Es un desafío hacer un filme en tiempo real, sin una sola elipsis', ha dicho Polanski, que no pasó por la Mostra... por si acaso (Italia tiene tratado de extradición con EEUU).

El paisaje después de la batalla de Un dios salvaje es el siguiente: detrás de la fachada armónica hay dos parejas cuyas relaciones sentimentales huelen muy mal. Y que, por cierto, no tienen ni idea de cómo educar a sus hijos. En dos palabras: la debacle. Atención, preguntas. ¿Su mujer/marido le vuelve loco? ¿No soporta a usted a su vecino pero no puede parar de sonreírle? ¿Su hijo ha atizado a un niño en el colegio y no sabe usted si meterle dos sopapos o comprarle una moto? No se preocupe. Puede usted pedir cita con el doctor Polanski a partir del 18 de noviembre (fecha del estreno del filme en nuestras salas).

El cineasta empezó a preparar la cinta con Reza horas antes de ser detenido. Pasó los siguientes meses en arresto domiciliario en Suiza. No es difícil imaginar que, en medio de la angustia por temor a ser extraditado, disfrutara fantaseando con las miserias de cuatro ciudadanos honorables que acaban convertidos en salvajes que no respetan las convenciones sociales. Nadie está a salvo. Quien esté libre de pecado, pues, que tire la primera piedra (a Polanski). La venganza/justicia poética es un plato que se come frío. Adultos histéricos, humor ácido, telefonía móvil y espaldas doloridas. Larga vida al infierno cómico cotidiano.

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