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Frank Casañas, el discóbolo que abandonó La Habana

Casado con la lanzadora de martillo gallega Loli Pedrares, espera debutar con España en Pekín

IGNACIO ROMO

Frank Casañas tomó una decisión arriesgada en 2005, la decisión. “Cambiar de vida: ésa fue mi resolución”, afirma con rotundidad. Había conocido a Loli Pedrares, una lanzadora de martillo española, cinco años atrás en los Campeonatos Iberoamericanos celebrados en Brasil.

“Después de aquel campeonato, ella vino a Cuba y estuvo allí seis meses conmigo. Nuestra relación evolucionó, y ya decidí que un día lo dejaría todo y me iría a vivir a España”, cuenta Frank, que continúa su historia confesando que lo más difícil fue comunicarlo en casa. “Salí de Cuba en 2005 para competir en los Mundiales de Helsinki y ya me despedí de mi madre. Fue muy duro”.Frank Casañas abandonó la concentración de la selección cubana cuando regresaba de Helsinki. Pasaron unos días en Madrid y decidió marcharse el mismo día en que debía volar de regreso a La Habana. La noche anterior, se despidió, en el hotel de Madrid, de su compañero de habitación:

- Yo me voy.

- ¿Cómo que te vas?

- Que sí, que me voy

- No entiendo ...

Su compañero lo comprendió todo momentos después, cuando Frank le entregó su billete de avión rumbo a La Habana, un billete que no utilizaría nunca. La atleta gallega le esperaba abajo, en un coche que simbolizaba el comienzo de una nueva vida.

Sin papeles

Loli Pedrares ha sido una de las mejores lanzadoras españolas de martillo en toda la historia. Pero acaso su mayor aportación a nuestro atletismo  aún esté por llegar. Gracias a ella, a su relación sentimental con un joven cubano convertido ya en su marido, España cuenta con una nueva opción de medalla en Pekín. El lanzamiento de disco ya no se reduce a las opciones, muy amplias por cierto, del canario Mario Pestano.

Casañas vivió sin papeles durante un año. Su boda, a finales de 2006, le otorgó la residencia. Ahora, busca la nacionalización, que debe llegar antes de los Juegos. Este discóbolo afable, de 29 años y del barrio habanero de Guanamacoa, ya sólo piensa en Pekín. Lo cierto es que Frank lleva el deporte en su código genético. Su padre fue internacional de balonmano con la selección cubana y su tío es la gran estrella deportiva de la familia.

Los buenos aficionados al atletismo y, sobre todo, el gran Javier Moracho recuerdan que Alejandro Casañas fue uno de los mejores vallistas del mundo hace tres décadas. El tío Alejandro perdió la medalla de oro olímpica de los 110 metros vallas frente al alemán oriental Munkelt por unos pocos centímetros en Moscú-80.

Récord cubano

Lo curioso de Frank es que comenzó en las escuelas de atletismo de alto rendimiento de Cuba, pero sin ser lanzador. “Empecé corriendo velocidad y saltando longitud a los doce años. No me convertí en lanzador hasta los 15, pero ya al año siguiente fui campeón de Cuba y batí el récord nacional de disco para atletas de 16 años”.

Por entonces, se fijaba ya mucho en Luis Mariano Delís, el mejor discóbolo cubano de toda la historia. “Era un satélite, el mejor. Para mí, era un gran ejemplo: técnicamente, era espectacular”.

Los grandes lanzadores de disco tienen grabada en su mente una fecha muy especial: el día que superaron la barrera de los 60 metros por vez primera. Casañas lo hizo en La Habana, en el mítico Memorial Barrientos, la competición más emblemática del calendario anual del atletismo cubano. “Recuerdo muy bien aquella prueba. Estaban Delís y Juan Martínez, los dos grandes. Costó mucho. Todos los tiros se iban a 58 y a 59 metros. Al final, la marca llegó en el quinto lanzamiento: lo midieron en 60,54 metros. No lo olvidaré nunca”.

Según Frank, el factor psicológico es uno de los más importantes en un lanzador. “El ejemplo de los 60 metros lo explica. Llega un momento en el que físicamente sabes que ya vales esa marca, pero te obsesionas y no te termina de salir. Entonces, el día que te relajas, te sale”.

Mentalización

Precisamente, la principal asignatura pendiente de Casañas se refiere a la mentalización con vistas a las grandes competiciones. En los Juegos de Sidney , pagó la novatada. “La inexperiencia acabó conmigo. Yo me emocionaba simplemente con ver a todos aquellos grandes lanzadores por televisión. Cuando les vi a mi lado en aquel estadio enorme, me puse muy nervioso. Competí fatal”.

En 2003, el cubano tomó parte en los Campeonatos del Mundo de París. Tampoco llegó a la final. “Aquello fue diferente. Veníamos de los Juegos Panamericanos, disputados en la República Dominicana. Yo había ganado la medalla de plata, pero salimos de aquella pasados de forma”.

Un año más tarde, Frank acudió a sus segundos Juegos. Y fue allí, en Atenas, donde cometió uno de los errores más lamentables de su carrera deportiva. “Fue una gran tontería. Había realizado mi mejor lanzamiento. Me quedé observando la caída y salí del círculo andando... por delante, por la zona prohibida. Fue un despiste absurdo, producto de la emoción, porque había sido un gran lanzamiento. Me dieron nulo y al final me tuve que conformar con el puesto decimotercero”.

Al año siguiente, en los Mundiales de Helsinki –los que marcarían su abandono de la selección cubana– tampoco logró un buen resultado. ¿Bloqueo psicológico? Frank opina que no. “El origen de mis problemas en los grandes campeonatos estuvo en el sistema de competición. Pienso que el atleta necesita fogueo. Es fundamental competir con los grandes, adaptarse a la competición. Y aquello lo teníamos muy limitado en Cuba”.

Frank habla del dopaje: “Es bueno que haya controles porque así no hay diferencias. Permiten igualar a los países desarrollados y subdesarrollados. Es fundamental que todos los atletas estén al mismo nivel de ayudas y se vea quién es el ganador de verdad. Además, mejor si son  por sorpresa, sin avisar”.

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