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Correr para contarlo y terminar la primera

Una redactora de Público, ‘amateur', recibe el encargo de disputar el Maratón de Barcelona y finaliza como primera española y octava mujer

NOELIA ROMÁN

Hace sol. Un punto de calor. Un día perfecto para subirse al tren del maratón y tomar Barcelona en 42 kilómetros y un poquito más. Un poquito más (195 metros) que, a menudo, se hace eterno: al otro lado, tras la meta, aguarda el orgullo, la satisfacción, una suerte de fecilidad. Una amalgama de sentimientos que cuesta poner en palabras porque, sin pedir permiso, los nombres y las caras se cuelan.

Aparece Silvia, con el pequeño Víctor y el que viene en camino, siempre dando aliento. Y Chema, el primero en lanzar el gran reto, el sueño de bajar de las tres horas. Y Toni y Fernando, recuperando ese maltrecho tobillo a marchas forzadas. Y Ferran, que no ha podido participar. Y ese grupo de amigos fantásticos que, la noche anterior, se presenta en tu casa por sorpresa con un delicioso pastel que lleva alas y mucho amor. Y el Pequeño Saltamontes, que espera en la meta para darte un abrazo de felicitación por tu marca. Y Johnny, y Justri y Galindo, tus compañeros de profesión, que te acribillan a preguntas después de justificarse: 'Es que has sido la octava mujer, la primera española en cruzar la meta'.

Y, entonces, los miras, incrédula, y les dices que no puede ser, que no puedes estar al otro lado, en el lugar del entrevistado y no en el del entrevistador, que esa posibilidad no entraba, ni de lejos, en tus planes. Que las tres horas, sí, que ése era el objetivo, siempre que el tobillo se portase bien y los elementos se diesen, cosa siempre incierta en un maratón.

Y antes de que Bep, con su sonrisa de satisfacción, aparezca para conducirte hasta el podio para recoger tu copa de primera española clasificada, les dejas una frase, en un arranque de sinceridad: 'Que una amateur como yo haya sido la primera clasificada ilustra la situación del maratón femenino en España'.

No es momento de grandes reflexiones sino de disfrutar. De felicitar a Roger Roca por su excelente tercer puesto y reproducir la película de una carrera que ha resultado fantástica, pese a los pequeños dolores y los instantes de duda.

Porque es fantástico salir, camuflada entre la élite, rodeada de 9.100 atletas y avanzar al ritmo que marcan las liebres de las tres horas con sus globos de color. Y abandonarlas, apenas unos kilómetros después, superado el Camp Nou, porque hacen la goma y el ritmo del grupeto que va justo delante te conviene más. O eso crees.

Y seguir ahí, rodeada de hombres, al paso por la plaza Espanya, la Pedrera y la Sagrada Família, que rebosan gente. Y escuchar cómo esa gente, que no te conoce de nada, te anima, gritando el nombre que luce en tu dorsal, por el simple hecho de ser mujer en un territorio aún muy masculino. En cualquier caso, se agradece. Porque, en esos ánimos, hay también un reconocimiento.

Y entonces, se aproxima el medio maratón y decides dejar que el grupo progrese porque su ritmo es demasiado fuerte: 1h28m. El calor aprieta. Bebes agua, atrapas medio plátano y prosigues, a tu ritmo, buscando aliados ocasionales que hagan la cosa más llevadera. Y sigues viendo gente y gente, en las aceras, animando. Y te felicitas porque los barceloneses han decidido unirse a la fiesta.

Llega el fatídico kilómetro 30, el viento sopla y el gemelo se queja; los cuádriceps se cargan, las piernas flaquean. Aparecen las dudas, el temor. Pero la mente se impone, el corazón puede. Reajustas el ritmo y sigues. Quemando kilómetros, atravesando parajes cotidianos, la Ciutadella.

Te semirecuperas. Y, de repente, encuentras un nuevo aliado que, silencioso, te conduce por las Rambles y el Paralelo. Y cuando no sabes si las piernas resistirán, superado ya el kilómetro 40, te dice: 'Venga, que ya está, que has hecho una carrera fantástica, que bajas de las tres horas'. Y, sin saber de dónde, sacas las últimas fuerzas, cruzas la meta y miras el reloj: 2h58m. Tiras el billete de metro que habías guardado por si acaso y dices: '¡Ha sido genial!'.

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