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España se cae de la nube

Estados Unidos hace pagar a la selección su falta de humildad y la deja fuera de la final a base de orden defensivo y atrevimiento a la contra. Primera derrota de la era Del Bosque (0-2)

JOSÉ MIGUÉLEZ

Por la boca decía que sí, que mucho cuidado con el rival, que ya no hay enemigo pequeño y todas esas cosas, pero realmente nunca se lo tomó en serio. Estados Unidos sonaba demasiado débil, muy poca cosa frente a la abrumadora contundencia del juego y los números de la todopoderosa selección española.

Tan pequeña que España perdió por una vez la humildad, su mejor aliada, y cuando la recuperó ya era demasiado tarde. Estados Unidos tenía un plan para dar la campanada. Para marcar por velocidad y entusiasmo, y para manejar su ventaja, si llegaba, por oficio, físico y orden táctico. Para llevarlo a cabo, necesitaba que España se confiara. Y eso ocurrió.

El pecado de soberbia apartó a España de la Copa Confederaciones, de su partido soñado con Brasil y de la prolongación de sus récords. No perdía desde noviembre de 2006. Y fue Estados Unidos, el supuesto sparring, el que dejó la racha española en 35 encuentros seguidos sin perder, en 15 victorias consecutivas. Un equipo menor, ninguneado, que se ganó que le hagan caso.

Su propia gente no le presta la menor atención, pero ya tiene los ojos del resto del planeta encima. El sector de la población mundial a la que sí le gusta el fútbol, ese espectador mayoritario capaz de aguantar 45 minutos seguidos sin buscar una bolsa de palomitas o necesitar de la distracción de una cheerleader, lleva una semana (y lo que queda) pendiente de las evoluciones de la selección de Estados Unidos, que no es nadie. O que no lo era.

A Italia ya le dio un susto, que se desvaneció en cuanto una expulsión la dejó en inferioridad. Frente a Brasil no pudo ni asomarse. Y contra Egipto, virtualmente eliminada y ya con las maletas hechas para regresar a casa, se animó a dejar una proeza en forma de goleada y clasificación milagrosa.

A golpe de velocidad, un punto de organización táctica respetada con disciplina militar y ese plus competitivo que llevan en sus genes desde la cuna, los estadounidenses se acercaban a las potencias de este deporte. Tocaban un nuevo techo. O eso parecía.

Porque ayer, en esa semifinal que pisaban con la eliminación grabada en el escudo, ante la selección del momento, la de todos los récords, los yanquis decidieron crecer mucho más alto. Con un arranque explosivo, mezclada la agresividad con el atrevimiento, con tres ocasiones consecutivas en ocho minutos, Estados Unidos le bajó los humos a España y la sacó del partido.

Tácticamente bien agrupada en dos líneas de cuatro que no insinuaban agujeros y dos puntas capaces de colarse en la final olímpica de los cien metros, le fue ganando terreno a la campeona de Europa. Por mucho que tocaba, España no encontraba un claro. Lo hacía sin rapidez, sin lucidez y sin confianza, las características que parecían cosidas ya para siempre a su juego.

Un error defensivo de Capdevila, que trató de quitarle la pelota a Altidore por el sitio equivocado, ofreciéndole la salida franca hacia la portería, empeoró del todo el panorama. El gol cambió los papeles asignados (la inocencia la enseñó el jugador español, el oficio, el estadounidense), fortaleció del todo la moral de los de Bob Bradley y sepultó la de los de Del Bosque, que no se levantaron, y sólo a ráfagas, hasta la segunda mitad.

Tras el descanso, España acumuló ocasiones, pero Estados Unidos no se dejó impresionar. Se defendió sin descomponerse y sin renunciar a sus puntas. Durante un rato, lo pasó mal, cuando España parecía que se reencontraba y sólo la frenaba los golpes de poca fortuna. Cuando Del Bosque tocó la alineación, retiró a Cesc y dio a entrada a Cazorla, lejos de darle una vuelta al partido, lo sepultó.

Poco después llegó el otro regalo defensivo, el exceso de confianza de Ramos en el área pequeña cuando la situación ya era desesperaba, y la gesta se acabó. España se dejó su reputación y su racha, los sueños de otro título, en la fonda más inesperada. Ante esa débil Estados Unidos a la que nadie se tomó en serio.

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