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El señor de los anillos

Su vinculación al franquismo empañó sus logros pero nunca frenó su carrera como dirigente

IGNACIO ROMO

“Samaranch nunca pierde una votación”. La frase es de Carlos Gil, director técnico del atletismo español en los ochenta. La pronunció días antes de que Barcelona se enfrentara a la elección que otorgaba los Juegos de 1992.

Juan Antonio Samaranch, el señor de los anillos, el hombre que modernizó para siempre el movimiento olímpico, tampoco perdió aquella vez. Gil, a su vez fallecido las pasadas navidades, dio en el clavo en su definición. El barcelonés fue maestro en diplomacia, en negociación, en captación de votos, en innovación y en percepción de la realidad: si un proyecto no lo veía maduro, lo detenía. Se movía como nadie en las alfombras del poder.

Consiguió atraer a los Juegos a las grandes estrellas profesionales

Samaranch es probablemente el dirigente deportivo más importante de la historia después del barón de Coubertin. Presidió el Comité Olímpico Internacional (COI) durante más de dos décadas (entre 1980 y 2001), un periodo en el que siempre trabajó por sanear las finanzas del organismo y en el que persiguió de forma obsesiva que los mejores deportistas profesionales del mundo (ciclistas, baloncestistas y jugadores de hockey hielo) compitieran en los Juegos Olímpicos. La participación de las estrellas de la NBA en los Juegos de Barcelona’92 fue la cristalización de su éxito en este proyecto.

Samaranch, nacido en una familia de la burguesía catalana que había obtenido una fortuna considerable en la industria , fue siempre un hombre ligado a la empresa y al mundo de los negocios. De familia adinerada, estudió administración de empresas en la escuela IESE de Barcelona, considerada aún hoy en día. Su formación en el mundo de los negocios le proporcionó una base que utilizaría como dirigente deportivo: fijación de objetivos, diseño de estrategias y seguimiento de la evolución de los planes de trabajo.

Su carrera política no conoció pasos atrás. Arrancó como concejal de Deportes del Ayuntamiento de Barcelona en 1955, pasó por las Cortes franquistas y la embajada de España en la Unión Soviética y desde ahí fue catapultado a la presidencia del COI.

Samaranch es probablemente el dirigente deportivo más importante de la historia después del barón de Coubertin

Su pasado franquista queda resumido en la frase que pronunció tras la muerte del dictador. “El mandato de Francisco Franco ha significado la era de prosperidad y paz más larga que ha conocido nuestro pais desde hace muchos siglos”. Y la publicación de una foto con el saludo falangista el 18 de julio de 1974 motivó el pasado verano una campaña desde Catalunya para forzar su dimisión del COI. “Nunca se ha retractado” afirmaban sus detractores.

Lo que ninguno de sus rivales negó jamás a Samaranch es el impulso modernizador que supo dar al olimpismo. El barcelonés nunca entendió que los mejores deportistas profesionales estuvieran ausentes de los Juegos, como sucedió hasta los años noventa.

La información fue otro de los puntos fuertes de Samaranch. Su puesto como embajador en la Unión Soviética le proporcionó contactos al máximo nivel y cimentó su plataforma de lanzamiento al COI gracias a los paises de la Europa del Este.

Una frase atribuida a un periodista de The New York Times refleja el valor que el dirigente olímpico daba a la información. “Samaranch sabe más que la CIA y el KGB juntos” afirmó el cronista neoyorquino. Una frase que se ha convertido en premonitoria. Un libro publicado en 2009, El KGB juega al ajedrez, defiende que Samaranch perteneció a los servicios secretos soviéticos.

El gran día de Samaranch llegó en 1980. Eran las dos y cinco de la tarde cuando fue elegido como nuevo presidente del COI. Su antecesor, Lord Killanin, desde un pequeño balcón de la escalera de la casa de los sindicatos soviéticos, proclamaba el nombre del español. Fue elegido en la primera votación y por mayoría absoluta. De los 77 votos emitidos (por miembros de 48 países) 44 fueron para él. Fue un auténtico ministro de Exteriores.

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