Público
Público

Encadenado al amarillo

Alberto Contador aventaja en ocho segundos al luxemburgués Andy Schleck en la general tras ceder este 39 en meta

MIGUEL ALBA

Caía el sol. Plomizo. Abrasador sobre un asfalto que desde 2006 esconde el camino de cabras que dirigía hacia la cima de Balés. El puerto de la oda a la naturaleza. Una carretera estrecha, ratonera, preciosa entre dos valles con tonos de verde que sólo se mezclan en la paleta de los pintores. Una imagen bohemia por la que andaban los esfuerzos del pelotón forzando los actos de valentía. Unos por sobrevivir, por ganar la meta que siempre significa un mañana. Otros, como Voeckler, el superviviente de la fuga de cada día, por conseguir ese recuerdo al que llenar de orgullo. Los últimos, los favoritos, por mover una carrera a la que le debían acción.

Por allí, en esa foto de paz, a 25 kilómetros de la meta en Bagnères de Luchon, el contoneo de tubulares sonaba a tambores de guerra. Las pinturas llevaban todo el camino bajo los maillots del Saxo Bank y el Astana. Los de Schleck, para proteger el amarillo a golpe de intensidad. Por el escaparate del esfuerzo aparecieron todos: O'Grady, Voigt, Nicki Sorensen, Fuglsang, Cancellara, Chris Sorensen. A su rebufo, los corredores del Astana sintiéndose pirañas. Olisqueando la sangre, esperando la seña de Contador para avalanzarse sobre la carnaza.

En una de esas trampas para las piernas de Balés, con porcentajes que aspiran a la animalada, rondando el 10%, el Tour se quedó sin calma. Primero atacó Andy Schleck. Un aviso duro, de los de plato pequeño, de poco más de cien metros, una eternidad cuando el centro de gravedad pica al cielo. Un aviso que, tras la respuesta de Contador, Van de Broeck, Samu Sánchez y Menchov, se quedó en una purga a su cobardía en Ax 3 Domaines. Un aviso que rompió a los que ya pedalean más para preservar el buen nombre que por convicción.

En las migajas de las imágenes de la tele quedaban Armstrong, Evans, Basso o Sastre. Ilustres que a golpe de riñón se reinsertaron junto a Contador y Andy Schleck, antes de que el segundo ataque del amarillo los dejara en el olvido. De nuevo, otro escalofrío con el plato pequeño. Un latigazo, sin embargo, cargado de contraindicaciones para el gemelo luxemburgués. Su exceso de vatios, sin sincronía con el cambio de piñón, atascó la cadena en el mecanismo, obligándole a poner pie a tierra, mientras Contador metía velocidad a su balanceo en busca del amarillo. El arrebato reclutó a Samu y Menchov, mientras Andy Schleck se desgañitaba con su bicicleta. Cuando acertó a colocar la cadena, después de un amago de cambio de montura y 28 segundos de estrés, el amarillo empezaba a mudarse de sus hombros.

Los segundos ante el terceto se le escapaban por más que la adrenalina del momento alentara su pedaleo hasta la cima de Balés. Allí apareció Andy, todavía líder, con sólo 15 segundos de desventaja ante el de Pinto. Pero en los Pirineos, el eslogan hacia el éxito en París se argumenta tanto en el sufrimiento de las rampas como en el peligro de las bajadas. Algunos, como a Perico Delgado, se les recuerda tanto por sus culebreos entre la cadena fronteriza como por su arrojo en el descenso. Por eso le apodan el Loco de los Pirineos. Un mote que hoy revitalizaron Contador y Samu Sánchez.

En curvas de 90 grados, el velocímetro rondaba los 90 km/h. Algo menos cuando el dibujo de la orografía describía una medio circunferencia. En esos kilómetros de valientes, de locos, de poco cariño por el instinto de protección, Contador fue aglutinando ventaja a su causa. Alrededor de 28 segundos a la entrada de Bagnères de Luchon. Once más en la meta donde Voeckler celebró su triunfo con un ritual de gestos y reverencias que se manifestaron durante más de 500 metros. Primero, se quitó las gafas, antes de volvérselas a poner para la foto de los brazos en alto. A diferencia del resto, el francés sólo buscaba gloria, no crédito temporal.

Tras Voeckler, Ballan y Aitor Pérez Arrieta, que desfallecieron ante el ataque del francés en Balés, aparecían por meta antes de que Contador se encadenase al amarillo por 8 segundos, tras ceder 39 Andy Schleck en el pueblo termal de Luchon. Allí, al luxemburgués se le escapó el Tour tanto como se le complicó el podio de París ante Samu y Menchov, mejores contrarrelojistas. Su estigma ahora es el ataque en los dos días del Tourmalet. Sin amarillo. Ahora ya lo luce Contador. El pistolero que se encadena al jersey, sin soltarlo, hasta París. Así lo dicta la historia de sus dos Tour.

Encuesta: ¿Debería Contador haber esperado a Schleck?

¿Te ha resultado interesante esta noticia?