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Tiago saca la chistera

Un golazo del portugués rescata al Atlético de una desastrosa sesión defensiva

JOSÉ MIGUÉLEZ

La tarde pintaba mal a esas horas. El Atlético naufragaba tras dejar pasar de largo un primer tiempo de lo más plácido, con el marcador a favor desde el minuto tres, dos oportunidades para sentenciar dilapidadas y un puñado de minutos de simple sobeteo de balón. Los rojiblancos se retorcían en una segunda parte desastrosa, desenmascarados defensivamente por un Rosenborg rocoso, pero simple, que apretaba sólo a base de pelotazos y físico. Hasta De Gea parecía por una vez un flan, un alevín impresionado y fallón, que concedió gratuitamente el empate y sembró su área de pánico. Pintaba por entonces mal la tarde en Trondheim para el campeón cuando, de repente, con la lengua fuera, irrumpió Tiago sobre el césped disfrazado de Maradona. Y lo arregló todo. El campeón está ya más cerca de la segunda fase, acariciándola, que de la eliminación.

Fue una jugada aislada, imprevista, consecuencia de ningún razonamiento previo. Pero fue un jugadón, lo mejor que concedió el partido y posiblemente toda la temporada: un balón domesticado en el centro del campo, intrascendente en apariencia, un arreón inicial para irse de uno, un túnel para quitarse de encima a otro, un recorte hacia el lateral para despejarse del todo el camino y, cuando ya parecía que el pase era la salida más útil, un latigazo con la derecha que se empotró en la red por la escuadra. Un gol para guardar en un museo. El gol de Tiago, que así se llamará ya para siempre.

El Atlético, por fútbol, no merecía semejante desenlace. Y eso que se encontró bien pronto con el viento a favor, con un gol de esos que tranquilizan todas las urgencias. A los tres minutos, casi al primer intento. Un cambio de juego de Raúl García (hizo de Reyes como centrocampista por la derecha, y fue de lo mejor del equipo), un control orientado de Simao con pase al área pequeña y el remata fácil del Kun, a quien el colegiado perdonó su posición ilegal. Otra vez el Kun, que la ha tomado con el Rosenborg.

El Atlético no supo crecer a favor del marcador. Pretendió hacerlo unas veces a la defensiva y otras al toque para nada, perdonó dos ocasiones de las que están prohibidas (una paradójicamente de Tiago y otra de Costa) y a golpe de errores, los primeros protagonizados en exclusiva por Perea, fue animando al Rosenborg a venirse arriba.

Lo hizo el conjunto noruego ya del todo en la segunda mitad. Y no por una vía exquisita, sino por la vía directa de los pelotazos frontales o los centros laterales ante los que siempre sangró el Atlético. Perea insistió en sus fallos y se le unió De Gea, que dejó de parecer De Gea. El meta se comió el primer tanto y ofreció un nerviosismo nunca visto en su caso. Dejó paradas tras el 1-1, pero todas envenenadas de histerismo, sin noticias de su habitual frialdad. Sin la protección de su portero, la clave de los nuevos tiempos, el Atlético volvió a su era de terror. Hasta Quique se puso a pensar en el derbi y retiró al Kun por Forlán, que se cruzó otra vez de brazos. El Atlético parecía resignado a morir... Y entonces, de repente, Tiago decidió grabar su nombre en Trondheim.

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