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El amor imposible del Barça

ALFREDO VARONA

Ganó hasta una Champions con el Chelsea. En Stamford Bridge a David Luiz (Sao Paulo, 1987) ya no le quedaba casi nada que demostrar. Por eso era el momento de irse este pasado verano al Barcelona a heredar a Puyol, a simplificar el trabajo de los centrales y a consumar un viejo amor. Pero, al final, no fue posible. Quizá porque no sólo hay amores imposibles en esta vida. También en los equipos de fútbol. Amores, incluso, que no se cansan de perder oportunidades como le ha pasado al Barça con David Luiz. La primera vez fue en 2010 cuando se negó a pagar los 24 millones de euros que pedía el Benfica por él. La última ha sido este verano en el que ni se aproximó a los 50 millones que el París Saint Germain pagó al Chelsea. Así que David Luiz marchó a París, donde su fama de hombre gentil, enamorado de la vida, no triunfa por ahora en la grada del Parque de los Príncipes. La hinchada no acepta que asuma tantos riesgos. El entrenador, Laurent Blanc, ha tenido que salir en su defensa. Ha pedido tiempo para un futbolista que tiene a su favor que nunca fracasó en ningún lado. Ni siquiera en un Mundial tan catastrófico para Brasil como este último.

Sus lagrimas, indispensables para entender aquel drama, jamás se olvidarán. Tampoco la honradez con la que peleó cada balón, incluso en el 1-7 de semifinales frente a Alemania. Pero así es David Luiz. Quizá el futbolista del mundo que más se parecía a Puyol por la manera de dejarse caer la melena, de contagiar vida o de aplicarse en la cancha. Sin haberse criado en La Masia, David tiene parte de su ADN en el césped y fuera del césped. En las antípodas de los ídolos, representa un tipo tranquilo y emotivo, capaz de conceder hasta ocho entrevistas consecutivas y no perder la palabra. También se dirige al personal de seguridad o a los voluntarios de los estadios de fútbol con la naturalidad que no lo hace casi ningún futbolista. Pero, embutido en esa melena, David Luiz reduce las distancias entre los ídolos y el resto del mundo, capaz hasta de opositar al Premio Nobel con una frase como ésta: 'Si hay algo que siempre he soñado y que siempre he intentado mostrar a la gente es que, en esta vida, todos somos iguales'.

En realidad, David Luiz es un multimillonario, no ya por lo que gana en el fútbol. Su popularidad en Brasil, donde le han pedido que haga carrera política, es incuantificable. Tiene contratos con Pepsi, TAM, Nike, la telefónica Vivo o la cooperación sanitaria Unimed. Pero la abundancia no ha alejado del mundo a un hombre que sabe lo que es esto. 'En el fútbol se habla siempre del último partido y yo voy más allá'. Barcelona perdió la oportunidad de conocer de cerca a un jugador, que interpreta el fútbol sin dramas. Por eso juega más de lo que juegan los defensas y él se defiende diciendo que si tiene 'la mejor profesión del mundo' es para disfrutarla. Y en el camino no se deja invadir por la vanidad a las que nos tienen acostumbrados tantos futbolistas. David Luiz es un hombre con facilidad de palabra, millones de seguidores en Twitter, donde nos pide a todos que 'disfrutemos de la vida como si fuésemos niños'. Al rato, siempre recuerda: 'Nunca he vendido una imagen. He sido siempre el mismo'.

Un tipo espontáneo, al que tras ganar la Champions con el Chelsea, no le importó salir en televisión con unas copas de más. Tiene algo, indudable. Le queda la amistad de Mourinho, fotografías a su lado en la que humaniza al entrenador, y auténticos tesoros como aquella carta que le envío Analuz, esa niña brasileña, tras el 1-7 frente a Alemania en el Mundial. En ella, la niña le dijo que 'tú no tienes que llorar, porque hiciste lo que pudiste', pero el futbolista hizo ver a la jovencita, de once años, que 'los hombres también lloran'. Por eso a estas alturas de su vida, siendo un defensa, David Luiz ha logrado que la hinchada brasileña le dedique una pancarta ('ahí lo tienes, es nuestra Madre Teresa de Calcuta') que justifica a un hombre y quizá a un futbolista muy grande que por ahora, y quizá ya nunca, formará parte del vestuario del Barça. Pero así son los amores imposibles.

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