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Al filo de lo posible

FINAL ENTRE ESPAÑA Y ALEMANIA: La selección se entrenó para el sufrimiento con un vivac en los Pirineos a 3.000 metros de altitud 

NOELIA ROMÁN

El objetivo era el Puigpedrós, a 3.000 metros de ascensión. Hasta alcanzar su cima, en el Pirineo catalán, unos 30 kilómetros de marcha. Fueron en tres grupos. Con las tiendas de campaña, los sacos de dormir, las esterillas y los víveres, unos 10 kilos a la espalda. Así es el vivac, la aventura, un aprendizaje del sufrimiento en pos de una meta.

Un grupo, el de la línea defensiva parte de Porta, en Francia. El segundo, el de los centrocampistas, de Maranges, en la Cerdanya catalana. Y el tercero, el de los delanteros, lo hace de Grau Roig, Andorra. Un día después, sobre las nueve de la mañana del 24 de julio, las tres expediciones coronan el Puigpedrós. Una cuarta, integrada por el staff técnico y encabezada por su máximo responsable, Maurits Hendricks, el promotor de la aventura, espera ya en la cima. Estos han hecho la ruta en coche y la ascensión a pie.

Y entonces, los expedicionarios maldicen a Hendricks. Y sólo algunos, pocos, le aplauden. Porque esta historia no la protagonizan montañeros aguerridos, sino deportistas de élite cuyo hábitat natural es una cancha de hierba a nivel del mar, un rectángulo con un par de porterías, terreno más que suficiente para desplegar su diestro manejo del stick. Esa es su especialidad.

“Si quieres ganar unos Juegos, que es la montaña más alta del deporte, tienes que sufrir. Y si lo haces, al final logras tu objetivo”, razona Hendricks, el holandés que ha conducido a la selección española de hockey hierba hasta su tercera final olímpica, la que disputará hoy (14.30), ante Alemania, la campeona del mundo. Concluye así una travesía que se inició hace cuatro años, tras los Juegos de Atenas, y alcanza su cumbre en Pekín, presidida aún por el dolor de aquella derrota que dejó a España cuarta, a las puertas de la gloria.

Por eso, ahora, las penurias del Puigpedrós, grito de guerra del grupo para las postrimerías, adquieren sentido. “Cosas así, fuera del campo, ayudan a hacer un equipo más compacto. Te pones un objetivo y lo asumes, en grupo, como hemos hecho estos últimos años hasta llegar aquí”, expone Francisco Cortés, meta de la selección. “Siempre viene bien sufrir juntos, eso nos hace más fuertes, es lo que más puede unir”, abunda Rodrigo Garza, cuyo recuerdo de aquella experiencia, la “más bestia” vivida por el grupo –así lo reconocen técnico y jugadores–, aún le hace arrugar el gesto. “No entendía por qué lo teníamos que hacer, qué tenía que ver aquello con el hockey”, cuenta el centrocampista. “Y me resultó muy duro, sobre todo al principio, cuando no sabes muy bien hasta dónde tienes que llegar”, añade.

El fin de la aventura no aparece indicado con exactitud en los planes de los grupos que, sin móviles, cuentan con un guía y un mapa como únicas ayudas para llegar hasta el punto de acampada, antes de atacar la cima. Allí llegan los medios y los defensas, sobre las nueve de la noche, tras sortear el ataque de una plaga de mosquitos. Unas tres horas más tarde, arriban los delanteros, muertos: atrapados por la oscuridad, se han desorientado y han extraviado su ruta, la más compleja.

Atrás quedan horas de charla, bromas, cánticos y rajadas, con el seleccionador como blanco. “Es que sufrimos mucho y es bueno liberar las energías negativas”, ironiza Garza. “Sé que los he llevado al límite”, asume Hendricks, consciente de que, en el fondo, sus jugadores valoran la experiencia. “Cuando empiezas a sufrir, te pones el mono de trabajo y tiras hacia adelante”, admite Garza. “Y así es en el campo. Nos llevaremos el oro. Hemos trabajado y sufrido mucho”, concluye. Hasta la gloria olímpica por el Puigpedrós.

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