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Calles sin ley

La tozuda realidad de Suráfrica no se cansa de poner en entredicho la efectividad de sus fuerzas de seguridad

CARMEN GONZÁLEZ

Con 50 asesinatos al día, Suráfrica se ha acostumbrado a convivir con la violencia. Escarbar en sus razones en busca de un alivio es un proceso largo, complicado y doloroso, que escapa a las capacidades de un Mundial. Los organizadores se han centrado en diseñar un plan que permita mantener a salvo a todos los participantes. 46.000 policías ayudados por agentes internacionales custodiarán las nueve ciudades sede, los puestos fronterizos utilizarán tecnología punta para controlar los pasaportes, tres fragatas del ejército vigilarán las costas y tribunales especiales solventarán de urgencia cualquier delito relacionado con el torneo. Un exhaustivo despliegue de medios, valorado en no menos de 200 millones de euros, que tratará de dejar sin oxígeno al crimen durante un mes en el que se decidirá quién es el nuevo campeón del mundo.

Sin embargo, la tozuda realidad del país no ha cejado de poner en entredicho la efectividad de las fuerzas de seguridad. Sin ir más lejos, este domingo, cuando una avalancha humana en el amistoso entre Nigeria y Corea del Norte dejó 16 heridos. Por contra, diez hinchas argentinos fueron deportados nada más poner pie en el aeropuerto de Johannesburgo dentro de un grupo de 80 que viajó desde Angola. La policía precisó que los diez deportados figuraban, por sus antecedentes violentos, en la lista negra del Mundial.

46.000 policías vigilarán las nueve sedes; el ejército, las costas

Tan sólo unos días después del atentado contra Togo en la Copa de África, las presiones para llevarse el Mundial lejos de Suráfrica arreciaron. Para lidiar con ellas, las fuerzas de seguridad surafricanas, comandadas por el general Bheki Cele, se comprometieron a lanzar una campaña que demostrase al mundo su capacidad para garantizar la seguridad del torneo en todos los frentes, desde atentados terroristas hasta tirones de bolsos. Desde entonces, un bombardeo de simulacros y ruedas de prensa tratan de desmontar los temores surgidos en torno a la seguridad del Mundial.

La estampida del domingo no ha sido la única sombra. En abril, el asesinato del líder de la extrema derecha blanca Terreblanche alimentó el temor de un nuevo conflicto racial. Y, por supuesto, la entrada en escena de Al Qaeda, aunque sus amenazas han sido menospreciadas por los máximos responsables de seguridad.

Con el rostro surcado de marcas y una mirada de permanente desconfianza, el general Cele dice que tratar con la percepción que el mundo tiene sobre la seguridad en Suráfrica ha sido 'más duro que planificar la seguridad sobre el terreno'. En Alemania e Inglaterra, se llegó incluso a pedir que los jugadores llevaran chalecos antibalas. El miedo alimenta la paranoia pero la realidad surafricana no se cansa de alimentar el miedo.

Un despliegue de 200 millones de euros tratará de ahogar al crimen

Hace unos días, 3.000 policías y militares ejecutaban un espectacular simulacro por las calles de Sandton, uno de los barrios más ricos de Johannesburgo donde se alojarán muchos visitantes que lleguen al Mundial. Con despliegue de helicópteros y paracaidistas, demostraron su contundencia para lidiar con secuestros de coches y atentados contra edificios. A la misma hora y no lejos de allí, en una zona universitaria que se cuenta como segura, una banda atracaba a golpe de pistola un centro comercial y dejaba a dos viandantes heridos. Poco después, los jugadores de la selección colombiana eran desvalijados en su hotel tras disputar un amistoso contra el equipo anfitrión, los Bafana Bafana.

Más allá de las amenazas exteriores, es la cotidianidad de la violencia en Suráfrica una de las razones que ha disuadido a los aficionados extranjeros de viajar al país. Los vaticinios iniciales de la FIFA de 500.000 hinchas foráneos no han hecho más que achicarse. Las últimas cifras hablan de 300.000. A los que vengan, se les pide que no se dejen llevar por la paranoia pero que se manejen con prudencia y, por ejemplo, eviten el callejeo improvisado en las grandes ciudades como Johannesburgo o Durban, especialmente al caer la noche.

Los vaticinios iniciales de la FIFA de 500.000 hinchas foráneos no han hecho más que achicarse

'No deben venir a Hillbrow, este es un lugar muy peligroso', dice con un ojo hinchado, huella de un reciente apaleamiento, un vecino de este barrio, corazón de Johannesburgo en la época del apartheid y convertido hoy en uno de los lugares más peligrosos del país. Flanqueado por mujeres que se dejan hacer peinados imposibles sobre taburetes en la calle y edificios de paredes desconchadas y aspecto lúgubre, confirma que en las últimas semanas la policía rastrea las calles en busca de delincuentes pero no duda de que, una vez terminado el torneo, la violencia se va a disparar. Y también, dice, los ataques xenofóbicos contra los inmigrantes de los países vecinos, a los que se responsabiliza del incremento del crimen.

Las raíces de la violencia en el país son hondas y enrevesadas. El fracaso de la democracia para reparar la injusticia social y el aumento de la disparidad entre ricos y pobres no ha hecho más que incrementar una violencia ya de por sí latente tras siglos de guerras, décadas de apartheid y algunos modelos sociales que alimentan ciertas agresiones como las sexuales, que no bajan de medio millón al año. El Mundial, dicen los organizadores, estará bien pertrechado contra cualquier sobresalto. De paso las compañías de seguridad, desbordadas por la demanda de guardaespaldas para el torneo, nutrirán unos beneficios de por sí habituales que las han hecho convertirse en uno de los negocios más lucrativos del país.

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