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Diario de una luchadora

ALFREDO VARONA

A las ocho de la mañana suena el despertador. Cada día lo hace con puntualidad en la vida de una mujer, Alessandra Aguilar (Lugo, 1978) que hoy se pegará una paliza de 42,195 kilómetros. El final será a un ritmo extremo. Pero ese es el precio del maratón: cuando llegué a la meta, en la Bürkli Platz de Zürich, no la quedará nada más que dar. Ante esa descripción, Alessandra es la última que se asusta. Lleva seis años luchando con esta distancia, en la que la frustración no le merece la pena. 'Hago lo que me gusta y, además, puedo vivir de ello, me parece fantástico'. Y quizá por eso da una impresión tan normal y promete que, excepto en los reconocimientos médicos, no pisa la báscula. 'La mejor báscula es cuando me pongo la ropa', rebate, 'si me aprieta o no'. Algo que hoy, en su vida poseída por miles de kilómetros, no pasa. 'A veces, hasta la talla 34 me queda grande'. Porque así es el oficio de maratoniana, el mismo que la ayudó a ser quinta el año pasado en el Mundial de Moscú o el que le ayuda a diario a ser feliz. 'No creo que la mía sea una vida espartana', rebate. 'Sí es verdad que tengo que cuidarme más, descansar más, pero, en general, no me privo de hacer lo que me apetece'.

Alessandra Aguilar Morán tiene un recorrido enorme en el atletismo. También una sonrisa, culta e impregnada por los libros que invaden las librerías de su casa. A los 18 años, llegó a Madrid 'para estudiar Derecho', pero en el cuarto curso decidió cambiar. No fue una locura. 'Opté por Magisterio en la rama de profesora de inglés'. Y no se equivocó, porque, una vez licenciada, arrancó otra aventura universitaria en Producción e Interpretación de Idiomas. Todo ese tránsito obedece a su manera de ser en la que los sueños necesitan libertad para ser como son. Viaja entonces a Lugo, la ciudad de su infancia, en la que Daniel, su padre, se diferenciaba de los demás, porque la aficionó pronto 'a la verdura y al atletismo'. 'A los dos años', señala el primogénito, 'ganó su primera carrera con chupete'. Luego, cuando ya se hizo mayor, Alessandra vio que esto sería algo más que su afición. Podría ser su futuro. 'Fue cuando viajé a un campeonato de España cadete en San Sebastián y me encantó la experiencia, la posibilidad de conocer ciudades diferentes, gentes de otros sitios... En el viaje de vuelta ya lo tenía claro y me convencí de que esta era la vida que quería para mí'.

Hoy, Alessandra siente la misma devoción por el oficio. En realidad, tiene algo de su padre, ese caballero de pelo y barba blanca que se identifica como 'un hombre con alma de vagabundo'. Y los que conocen a Alessandra no lo niegan. Serrano, su entrenador, asegura que 'es difícil encontrar mujeres a quienes les guste hacer tantos kilómetros como a ella'. Y ella misma lo reconoce: 'Soy la antítesis de compañeras mías', admite Alessandra que, a diferencia de la mayoría, asegura que su entrenamiento favorito para el maratón 'es la tirada de 30 kilómetros'. Y no se engaña: 'Hay veces en las que estoy cansada y me cuesta salir a entrenar, pero entonces me recuerdo que eso valdrá para la competición'. Todo eso es la consecuencia de la decisión que adoptó hace años cuando pasó al maratón. Su vida en la pista pedía una renovación. Alessandra lo admitió sin miedo. Se llevó sus decepciones como en los Juegos de Pekín, donde fue 54a clasificada. A su regreso, optó por el cambio de entrenador que creía necesitar. 'Me pidió que la entrenase', explica Serrano, que sabía que se trataba de un proceso distinto. 'A mí me gusta hacer a los atletas, pero aquí no había posibilidad; Alessandra, cuando vino a mí, ya estaba hecha'. El entrenador le ayudó a administrar sus energías. Descubrió que, a su edad, Alessandra ya 'no puede pasar de los 170 kilómetros semanales'. 'Nunca doblo más de tres días a la semana, porque me cuesta recuperar'. Pero no se ofende por el paso de los años. 'Me gusta lo que hago. Para mí, el maratón es una prueba mágica. Tiene algo que engancha que no sé lo que es. Eres tú contra ti misma y aprendes cuáles son tus límites'.

En realidad, al lado del maratón, Alessandra Aguilar ha fortalecido su prestigio y ha desafiado la historia. Hasta la última pieza del maratón, ha encajado totalmente en su vida, y no se ofende ante sus venganzas. Por eso una vez le preguntaron si se ve compitiendo como Merlene Ottey hasta los 50 años. No cerró la puerta. 'Hasta esa edad, no creo que llegue, pero no voy a decir nada por si acaso'. Y lo reafirma cada día en su diario de maratoniana, en el que no pretende engañar a nadie: la dureza se escribe con mayúsculas. Todavía más esas veces en las que hace la tirada de 30 kilómetros siempre en progresión. 'Los primeros 15 voy a una intensidad no muy alta en la Casa de Campo, a 4.10 el kilómetro, pero luego en la pista termino entre 3.30 y 3.28'. Pero quizá sea eso lo que luego la permite estar ahí, durante tantos años, en los que su vocación no se apaga. Aún menos, en una mañana como la de hoy, en la que el Lago de Zürich será testigo de su esfuerzo.

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