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El discreto encanto de la perfección

La mano silenciosa de Guardiola ha hecho de este Barça un referente que marcará una época

ÁNGEL LUIS MENÉNDEZ

Pep Guardiola levantó la cabeza, perdió la mirada en el infinito y, sin pretenderlo, se le escapó un mohín de satisfecho reproche. 'Estuvimos muy cerquita de la perfección', rezaba el titular del periódico que descansaba sobre la mesa. El autor de la frase, Xavi, seguramente el tipo más parecido dentro y fuera del campo al propio entrenador azulgrana, se refería al fútbol desplegado por el Barça durante la primera parte del partido de Liga de Campeones disputado el pasado miércoles en el Camp Nou ante el Olympique de Lyon(4-1 al descanso y 5-2 al final). Pep, alérgico a la ostentación, no pudo evitar una punzada interior desaprobatoria. Fue algo muy fugaz, una reacción instintiva inmediatamente borrada por otra. Sin pretenderlo, deseando incluso huir de ese pensamiento, el técnico le dio la razón a su capitán.

'Como entrenador triunfará seguro, es perfeccionista en el campo y detallista fuera de él', auguró en septiembre Luca Toni, delantero italiano del Bayern de Múnich que coincidió un temporada (2001-02) con Guardiola en el Brescia. Que los resultados le estén dando la razón al espigado goleador es lo de menos. Lo que de verdad, e íntimamente, le satisface a Pep es que su generoso concepto de fútbol no sólo brilla sino que, además, según certifica un Publiscopio tras otro, engancha al aficionado y hace crecer a sus jugadores.

La nueva propuesta azulgrana convence en lo colectivo y abruma desde la perspectiva de lo individual. En poco más de seis meses, el proyecto de Guardiola suma logros de enorme calibre, encubiertos a veces por la exquisita e innegociable discreción del técnico y ensordecidos con demasiada frecuencia por el ruido que genera el perenne barullo instalado en el Real Madrid, el otro gran actor con el que acostumbra a compartir históricamente el escenario balompédico español.

El nuevo Barça no sólo convence como equipo, sino que en su escaparate lucen futbolistas admirados aquí y allá. Con naturalidad pasmosa, Messi atisbó el trono vacío dejado por su ex compañero y amigo Ronaldinho el más votado durante la pasada Liga y, sin más estrépito que el provocado por sus regates imposibles, se acomodó en él y no se vislumbra en el horizonte nadie capaz de hacerle sombra.

Con idéntica espontaneidad, Xavi, Etoo, Puyol e Iniesta han adquirido el protagonismo necesario como para copar, junto a Messi, más de la mitad de los puestos de la lista de los más admirados por la afición. El porcentaje de apoyos que reciben cada mes fluctúa entre ellos, pero sólo una hecatombe en forma de lesión o improbable desplome deportivo parece capaz de bajarlos del merecido pedestal.

A su lado, sin desfallecer, aguantan Raúl y Casillas. Otro dúo de perfeccionistas. Dos privilegiados, como cualquier deportista de élite, que pulen a diario el don que les ha permitido llegar a la cima. Un delantero y un portero que, con la cabeza alta, ejercen de esforzados guardianes de la esencia histórica del Real Madrid, una entidad carcomida por una nefasta gestión deportivay por la fraudulenta dirección institucional.

Raúl y Casillas hacen de tripas corazón cada mañana. Sin un reproche, sortean los escombros acumulados en la casa blanca, se calzan las botas el portero se ajusta los guantes y, ya sea en entrenamientos o en partidos, procuran honrar el escudo que defienden. Rara vez desfallecen pero, si lo hacen, se levantan y vuelven a tirar del carro. Los aficionados les han visto cargar sobre sus hombros el titánico esfuerzo de la remontada blanca y por eso les premian con su confianza.

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