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Djokovic sobrevive a Federer

El serbio jugará la final e intentará rubricar un año para la historia

GONZALO CABEZA

El tenis a veces es cruel. Exige a los jugadores pasar horas y horas en soledad, rebotando pelotas que envía un rival. El físico, consecuentemente, es una carta que juega en cada partido. Y por eso Federer hoy es menos jugador de lo que fue. Él, que es el más grande, ve ahora cómo la victoria, por muy cerca que esté, se escapa como el agua entre los dedos. A pesar de eso, una tara difícil de solventar, sigue teniendo tenis para mostrar en los partidos épicos. El de anoche lo fue. Un día de alternativas, un juego para la historia. Perdió, sí, pero demostró su grandeza.

Djokovic sabe que a Federer el tiempo se le termina y que su físico, en declive, aguanta ya menos batallas. Por eso ayer no se puso nervioso cuando se vio dos sets por debajo contra el mejor jugador de siempre, una losa que para cualquier otro hubiese sido demasiado pesada para poder levantarse.

El serbio, mostrando más madurez que nunca, mantuvo su juego, la incesante búsqueda del revés de Federer, un buen nivel en el servicio y el intento de que el suizo no parase nunca de correr, pues golpeando en parado aún le quedaban golpes para someter a cualquiera. Le buscó el revés siempre, ese golpe en el que Federer ya no confía tanto, y le encontró hasta igualar a dos sets.

Pero hasta con el empate en el marcador hubo un amago de resurrección de Federer. La grada de la Artur Ashe, volcada con el mito, le llevó hasta el break en el séptimo juego. Lo rozó con las manos, tuvo dos bolas de partido a favor, mas las desaprovechó como ya hiciese el año pasado en la misma ronda, contra el mismo jugador y en la misma cancha. Djokovic se rehizo demostrando que está hecho de una pasta de campeón y de superviviente. Al final, 6-7, 4-6, 6-3, 6-2 y 7-5 en casi cuatro horas. Federer, frustrado, hoy sabe que en este 2011 no ganará ningún grande, algo que no pasa desde 2003.

Djokovic no está tan fino como a mediados de temporada, en esos días en los que parecía que nadie podría toserle. Ahora se le ve un poco más lento, algo menos hábil, pero sigue estando por encima del resto de tenistas del circuito. La temporada del serbio, que puede ser superlativa si consigue mañana una victoria en el Abierto de Estados Unidos, es una de las mejores de la historia. Su única mácula relevante llegó en Roland Garros, en un partido precisamente contra Federer, en semifinales, que por instantes se asemejó mucho al que anoche se vio en la Artur Ashe neoyorquina. Intenso y de final incierto. Los últimos estertores del talento suizo contra la exuberancia de Djokovic. Ayer el desenlace fue diferente. Esta vez supo imponerse a los nervios se minimizaron los fallos y el número uno se llevó el gato al agua.El final feliz para él ha dejado de sorprender.

Djokovic, en su pelea por hacer la mejor temporada que se recuerda, no parece muy nervioso. Después del partido incluso se atrevió a marcarse un baile en la central y pedirle a la grada que le acompañase en sus monerías. Djokovic, un tipo que siempre fue alegre, ahora tiene bastantes motivos para estar desbordado de pasión y felicidad. No hace nada por ocultarlo, no se contiene. Ahora mismo es el más grande e intentará demostrarlo en la final de mañana.

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