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Entrada y pollo, 30 euros en la reventa

Los revendedores se saltan las normas de la FIFA sin ningún rubor

CARMEN GONZÁLEZ

El sol está bajando y con él las temperaturas. Faltan tres horas para que empiece el México-Francia y en el Fan Fest pegado al Peter Mokaba de Polokwane grupos de aficionados, en su mayoría mexicanos, salpican la hierba ante una pantalla gigante que retransmite la derrota de Nigeria frente a Grecia. Los cuerpos tratan de entrar en calor con el único alcohol autorizado por la FIFA: cerveza Budweiser. A dos euros el vaso. Como salido de la nada un hombre sortea a los aficionados echados sobre la hierba y con exquisito acento british pregunta: '¿Alguien necesita entradas?' '¿A cuánto?'. 'Son de primera categoría (1.125 rand), pero las vendo a 500 rand (50 euros)'. 'Sólo tengo 300'. 'Vale'.

La entrada lleva el nombre de un tal Uche. Al vendedor no parece importarle que sobre su cabeza penda el peligro, si alguien lo descubre, de pagar una multa de hasta 1.500 euros y cinco años de cárcel. De hecho, un nigeriano acaba de ser condenado a tres años de cárcel después de que la policía lo encontrase con treinta entradas de origen desconocido. Sin embargo, mi revendedor hace su trabajo con tanta naturalidad que parece un agente de la FIFA. Los revendedores se saltan las normas de la FIFA sin ningún rubor. Las reglas dicen que todo aquel que se quiera deshacer de entradas debe hacerlo tres días antes del partido y a través de los canales oficiales.

Un nigeriano, condenado a tres años de cárcel por tener 30 entradas

En abril la FIFA presentó ufana las entradas del Mundial. Personalizadas, con el nombre y el documento de identidad del poseedor. Mucho ruido y pocas nueces. Juan Carlos, un mexicano de Guadalajara que combate el frío con un poncho, entrará al Peter Mokaba como si fuera surafricano. 'Compré por Internet un boleto de cuarta categoría, o sea, para surafricanos, porque me hacía ilusión vivir con ellos el partido'. Por si acaso, también se hizo con uno para extranjeros. Pero a estas alturas, sabiendo ya que el personal de las entradas no tiene tiempo para cotejos, la vende minutos antes de que empiece el partido a un nacional botsuano que ha conducido cuatro horas desde Johannesburgo. Con la entrada, Juan Carlos le regala un pollo asado de los que venden unos surafricanos en un aparcamiento del estadio. Otra norma de la FIFA rota por el pueblo. 

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