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La épica se lleva dentro

La dejadez del Villarreal le impide aprovechar el tropezón del Mancherster para ser primero

ALFREDO VARONA

La historia la mejoran los equipos que no se cansan de vencer. Es lo que diferencia la épica de la dejadez. Lo de anoche no hace buena publicidad del Villarreal, que ya no es un equipo virgen. Lo tenía difícil para ser primero. Pero los goles del Aalborg en Old Trafford le anunciaron unas opciones de liderar el grupo por las que en otra época el Villarreal se hubiese desvivido.

Anoche, no. Anoche, ni siquiera pidió las llaves para abrir el buzón y comprobar si ahí dentro estaba el demonio o una carta de amor. La opción nunca existió. Para eso no hacia falta viajar a Glasgow. Salió el equipo B del Villarreal, entre ellos Guille Franco, que en la calle parece ser un tipo admirable. Evangelista convencido, tiene un discurso muy humano de lo que debe ser la vida. Pero en el césped sale lo más perverso de su corazón. Entonces puede convertirse en un suicida que se salta todas las señales de tráfico. A veces le ovacionamos por ello, porque logra goles en los que no cree nadie más que él. Pero otras lo detestamos, porque saca la navaja como si estuviese rodando una película del oeste en el desierto de Almería. El codazo de anoche, desde luego, no procedía.

La pena es que Guille Franco no rompió nada, porque no había nada que romper. Hasta entonces, el Villarreal tampoco se había dignado a abrir la maleta. Así era muy difícil poder estropear algo. Los equipos, en buena medida, son estados de ánimo. Si los futbolistas no los cuidan, nadie lo puede hacer por ellos. En una condición así, da igual que sea Senna, Edmilson o un futbolista de Regional el que ocupe su lugar en el césped. La ideas son como los huéspedes. Sólo entran en la posada si se les admite.

El Celtic sólo se jugaba el orgullo. Pero en el mundo anglosajón el orgullo tiene el mismo valor que la patria. Sus futbolistas se hacen tan admirables en la taberna como en el césped. Llevan siempre el escudo en el pecho, caso de Brown que, sin ser gran cosa, sacó un pase muy correcto que produjo el primer gol. Lo atizó Maloney, que ni en las rebajas de los centros comerciales lo hubiera tenido más fácil. De nuevo, el portero Viera se marcó uno de esos errores que tan mal alimentada tienen su biografía. Lástima tener que escribirlo, pero Viera no deja otro remedio. El partido dejó ratos soberbios de Nakamura, una zurda de otra época. Y eso que no cazó ningún golpe franco, su tarea favorita. Pero sobre todo enseñó a McGeady, el chaval rubio y larguilucho que hizo patria en el segundo gol. Que manera de trepar hasta portería. Hay que darle la enhorabuena a Stachan por haber construido un futbolista con mayúsculas: McGeady.

La entrada de Nihat, un futbolista que no consiente tanta miseria, procuró un Villarreal más activo en la segunda parte. Hasta Cani, que lleva un tiempo desesperante, se animó algo. Hubo hasta alguna opción de batir a Boruc, magnífico portero polaco, del que se dice lo que se decía de Yashin. Que desvía los balones con la mirada. Así que ya era tarde para remediar lo irremediable. La épica, ya lo saben en Villarreal, no admite esperar. O se lleva o no se lleva dentro. Porque sino se queda más tranquila, a la orilla de la chimenea. 

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