Haciendo de la necesidad virtud, el Athletic se despojó en el descanso de todos complejos y miedos para, aferrado a su fútbol racial de toda la vida, regresar al césped con las garras afiladas, dispuesto a doblegar a un rebelde Espanyol. Los rojiblancos se remangaron, apretaron los dientes y, fieles a sí mismos, remontaron por la vía del carácter.
La diferencia entre el Athletic y el Espanyol es idéntica a la que existente entre un sobrio coche familiar del Este europeo y una coqueta berlina de fabricación japonesa. El primero te lleva sin más; el segundo convierte en confortable cualquier desplazamiento. Así, los bilbaínos se mostraron ayer renqueantes en defensa y cuadriculados en ataque. Los barceloneses, irregulares atrás y brillantes en la delantera.
A Caparrós, obseso del control absoluto y férreo de todo lo que se ventila sobre el césped, se le aprecia preocupado. O, al menos, incrédulo. Le cuesta comprender la flojera que lastra a sus defensas, especialmente a la pareja de centrales, en las últimas citas. San José y Amorebieta desmienten la tradicional solvencia de los zagueros formados en Lezama. Lentos, mal colocados y dubitativos, su tembleque propició el descaro espanyolista.
El grupo de Pochettino salió sin miedo y, con el paso de los minutos, se volvió descarado. Con un formidable Osvaldo generoso y hábil en la recepción de mil y un balones, sus compañeros Verdú, Callejón y Luis García se asociaron para fabricar veloces jugadas, muchas al primer toque, que asustaron al Athletic y, como consecuencia de ello, incomodaron a la grada con los suyos.
El gol del delantero argentino del Espanyol fue escaso premio a las ocasiones visitantes y, fundamentalmente, al fútbol vistoso y espectacular de los blanquiazules durante la primera parte. Un recital inconcluso que acabaron pagando.
En la caseta, Caparrós, de natural pragmático, prescindió del virtuoso Javie Martínez y tiró de Orbaiz, notable centrocampista y mucho más directo que el campeón del mundo. El cambio fue providencial, cuasi milagroso. El Athletic asumió con descaro el mando, por ganas y por la estrepitosa bajada de brazos de los catalanes, desconocidos durante toda la segunda parte.
Inspirado, el entrenador andaluz miró de nuevo hacia el banquillo y en sus profundidades encontró a David López, fino centrocampista que había pasado de favorito a segundón para Caparrós. El riojano, un tanto pusilánime en tardes tormentosas, se reivindicó ayer con el gol del triunfo, fruto de la ejecución de una falta con el estilo y precisión de los elegidos.
Entonces, con el 2-1 y San Mamés en ebullición,Pochettino despertó de su letargo y realizó dos cambios. Demasiado tarde. Empujado por la excitada afición, el pesado automóvil bilbaíno ya rodaba rotundo y a toda pastilla hacia una de esas victorias que tanto gustan en Bilbao.
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