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El extraño enroque de Del Bosque

 

 

JOSÉ MIGUÉLEZ

Del Bosque no lo está pasando bien. Se nota. Trata de digerir la crítica con educación, como de costumbre, pero se le ve herido. Casi hasta ofendido. Actúa como si se sintiera rodeado de enemigos, atacado por comentarios malintencionados. No pierde las formas, desliza ironías, pero detrás de su siempre correcto tono de voz y sus buenas palabras se le percibe harto. Está obsesionado con el pasado, con la sombra de Luis, con sus comentarios, con la opinión de los que los comparten. Y ese punto exagerado de tormento, quizás el clásico vértigo que afecta a los seleccionadores en la gran competición, está enredando su discurso.

No es habitual que un técnico modifique su punto de vista sobre un partido de la noche a la mañana, esta vez literalmente. Que se acueste enfadado e insatisfecho por la actitud de los jugadores. Y que se despierte orgulloso de ellos tras repasar su actuación por la tele. Tal vez, Vicente se arrepintió de hacer público su descontento, pero esconderlo con un desmentido de su propio análisis no refuerza la confianza en su criterio. Todo lo contrario.

Luego está lo del estilo, un laberinto. Un entrenador puede jugar a lo que quiera, hay muchas formas de esperar o llevar la iniciativa. Todas son válidas para ganar y perder, para atraer o no. Pero enrocarse en que todas las propuestas son iguales es demasiado simple, sobre todo para un entrenador. España no jugó ante Suiza a lo mismo que ante Honduras, y además no es pecado. Por eso negar ahora los cambios (más allá de haber coreado que nunca se harían) carece de sentido.

Porque además, le rectifican sus propias declaraciones. Es Del Bosque el que dice que esta es la selección de Alonso y Busquets y no la de Xavi, el que defiende el viraje hacia el juego de banda y centro al área por la presencia de Navas, el que denuncia que en el pasado también hubo bandazos. Y sí, Luis también cambió mucho hasta dar con el equipo de los bajitos, pero eso no borra que España variase su estilo el lunes (cabría conceder que hasta para mejor). Negar el giro es absurdo y desconcertante. Pero lo realmente preocupante sería que fuera verdad que el seleccionador, por más que busca, no encuentra las diferencias.

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