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Guardiola, un emigrante de lujo en Alemania

En una apuesta arriesgada, el catalán se encontrará en Múnich con un club con exigencias máximas y gobernado entre egos. La Bundesliga, sin números rojos, supone un aliciente para que el técnico aplique su f

AITOR LAGUNAS

En el verano de 2011, con motivo de un trofeo veraniego, Pep Guardiola visitó la modélica ciudad deportiva del Bayern en la Säbener Strasse. Pudo conocer de primera mano las instalaciones que han acunado a algunos de los principales valores de la nueva cantera alemana (Lahm, Schweinsteiger, Badstuber o Müller), saludó a Arjen Robben (en la enfermería, dónde si no), charló amistosamente con el entrenador Jupp Heynckes y conoció a Karl-Heinz Rummenigge, mito del pasado y mandamás del presente. Esa visita dejó huella tanto en el Bayern como en Pep, y sentó las bases del acuerdo que ayer oficializó el club bávaro.

Alemania es un país reciente, que no se unificó hasta 1870. La marcada personalidad de sus regiones y la historia posterior, con dos guerras mundiales y una división artificial en plena Guerra Fría, explica que la capitalidad del país se encuentre sumamente repartida: la peculiar realidad de Berlín durante el siglo XX permite que Fráncfort sea la sede de la bolsa, Hamburgo concentre buena parte del negocio editorial o Bonn, una pequeña ciudad a orillas del Rin, todavía albergue varios ministerios. En lo futbolístico, sin embargo, la metrópoli germana se llama Múnich: capital de la pujante y regionalista Baviera (que se autoproclama como Estado Libre en su constitución), el equipo que pregona el Land en su denominación y escudo amasa 22 títulos ligueros, 15 copas y cuatro Champions. Amado y odiado a partes iguales por todo el país, ningún aficionado rival -por muy ultra o ebrio que sea- pone en duda su apodo: Rekordmeister. El máximo campeón.

En las últimas tres décadas, ningún equipo ha podido sostenerle la mirada al Bayern a nivel doméstico. Sólo el mítico Borussia Mönchengladbach de los 70, y el Borussia Dortmund de finales de siglo pasado pudieron acercarse a la categoría de contrapeso. Quizá por eso, alguna voz con un conocimiento futbolístico inversamente proporcional a su tendencia por la provocación al dictado ha presentado la decisión de Guardiola como un gesto de cobardía. Argumentos de altura, como la ausencia de buen gusto al elegir Múnich en lugar de Londres, se dan el pie con especulaciones muy del gusto de su amo, que sonríe cada vez que el perro le acerca el periódico y las pantuflas.

En primera instancia, más que de valiente o cobarde, la opción de Guardiola resulta impactante. Quien sorprendiera con su propuesta futbolística, con su decisión de prescindir de figuras decadentes y nocivas como Ronaldinho o Deco (o todavía muy valiosas, como Eto'o), con su acertada apuesta por jóvenes como Pedro o Busquets (o fallidas como Chigrinsky o Ibrahimovic), vuelve ahora a descolocar al inframundo de charlas de bar en que se ha convertido una parte del periodismo, deportivo o no. Y lo hace asumiendo algunos riesgos importantes, que todo buen timorato preferiría obviar.

Precisamente por su papel hegemónico, las exigencias en Múnich son mucho más altas que en Londres. Ganar la Bundesliga -a pesar del renovado auge del Borussia Dortmund estas dos últimas temporadas- se da por descontado. El Bayern recurre al preparador catalán para convertir en ganadora una propuesta futbolística que le resulta familiar: de inspiración holandesa -aún no se ha borrado la huella de autor que dejó Louis Van Gaal- e intensa apuesta por la cantera. Como bien saben Mancini o Mourinho, ganar la liga en Manchester o Chelsea puede celebrarse durante varias noches seguidas, pero el Bayern exige además la Champions que se le ha negado dos veces en los últimos tres años. Con ella llegaría el primer título europeo para el fútbol germano en la última década.

Los clubes germanos pertenecen a sus socios y evitan el rojo a la hora de escribir sus númerosLa Bundesliga es, claro, una competición un peldaño por debajo de la Liga BBVA o la Premier League; eso lo sabe hasta cualquier enfant terrible con acceso a la Wikipedia. Más perspectiva exige tal vez valorar las tendencias: mientras el fútbol español pincha su propia burbuja, inflada por las televisiones y las subvenciones públicas -la Caja de Ahorros o el gobierno autonómico de turno están de saldo-, y en Inglaterra recurren a los jeques árabes u oligarcas rusos para no perder pie, los clubes germanos pertenecen a sus socios y evitan el rojo a la hora de escribir sus números. La Bundesliga es una competición saneada, con estadios llenos y una cantera pujante, que hasta ahora había vivido acomplejada por la falta de estrellas internacionales. Algo cambió con la decisión -¿valiente o cobarde?- de Raúl al fichar por el Schalke 04 en 2010. Y en esa misma línea se interpreta la llegada de su amigo Pep. Las estructuras del balompié germano desprenden un potencial del que apenas existe algún indicio: la temporada pasada, la Bundesliga se ganó el derecho a clasificar cuatro de sus equipos para la Champions, adelantando por la derecha a la Serie A italiana, otrora referencia y hoy juguete roto.

Colaborar en el crecimiento de esa competición constituye sólo una parte del reto. Enfrentarse a una cultura muy distinta, también en lo extrafutbolístico, exigirá un peaje en forma de adaptación. Los entrenadores foráneos no suelen triunfar en Alemania: desde la reunificación sólo Giovanni Trapattoni (1997) ha levantado la ensaladera sin dominar el idioma. El resto de los técnicos campeones habían nacido en el país, salvo Van Gaal, procedente de la cercana Holanda y, por tanto, casi germanohablante de cuna.

Otra de las complicaciones que se le presenta al catalán pasa por entrenar a un club global pero de gestión muy familiar. Casi todos los cargos directivos los ostentan viejas glorias del equipo (Rummenigge, Hoeness, Breitner) bajo la escrutadora mirada de Franz Beckenbauer. Todos comparten una extraña tendencia por las declaraciones extemporáneas y la intromisión en el vestuario, en el que se cambian además algunos egos de complicada convivencia (Robben o Ribéry). Guardiola, sabedor de lo bien que le trata la cámara y acostumbrado a un rol global que en ocasiones trasciende lo deportivo, deberá aprender a compartir la exposición pública con otras figuras que se consideran incluso más legitimadas que el entrenador.

Interpretar que Guardiola rehuye el enfrentamiento con Mourinho reduce el fútbol a la categoría de riña de patio de colegio. Quizá Pep no toma cada una de sus decisiones en función de lo que pueda hacer Mou. Quizá, simplemente, busca ser feliz haciendo lo que mejor sabe: entrenar en un equipo con mucha tradición, buen gusto por el balón y ambición por elevar el futuro por encima de su mejor pasado. Y quizá, en el fondo, hasta sea un valiente por querer hacerlo sin el paraguas de los petrodólares.

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