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Un héroe de Los Ángeles'84 obligado a reinventarse lejos de su hábitat

José Manuel Abascal, primer medallista olímpico en pista en los JJOO de Los Ángeles 84,
ha tenido que dejar su Cantabria natal después de 23 años de director de deportes en Bezana para continuar trabajando. “Tenía una nómina de 1.500 euros netos”.

José Manuel Abascal levanta los brazos en la final de los 1.500 metros en Los Ángeles'84.

MADRID.- La memoria perdió de una sola vez. El recuerdo no valía toda la vida. Ni siquiera en su tierra, la que le había prometido no olvidarse nunca de sus hazañas. “Pero la vida es así. Frente a la envidia no se puede luchar”, explica José Manuel Abascal (1958, Alceda, Santander) hoy, desde Calafell, a 800 kilómetros de Cantabria, “viajado como un emigrante” cuando ya casi no tenía ni edad ni idea de hacerlo. Llevaba 23 años de director de deportes en el Ayuntamiento de Santa Cruz de Bezana hasta esta nueva legislatura, en la que se juntaron cuatro grupos políticos, que decidieron “eliminar los cargos de confianza” y le eliminaron a él, que sintió el derecho de preguntar, “¿cuál es el problema?”

La respuesta del alcalde (PSOE) fue “para ahorrar dinero” y José Manuel Abascal, el primer medallista olímpico de nuestro atletismo, JJOO Los Ángeles 84, capaz de combatir, como hizo José Luis González, frente al magnífico imperio británico de Coe, Cram u Ovett en los ochenta, emblema de España y de Cantabria, se fue al paro. “Vino alguien que por el artículo 33 decidió eliminarme a la vez que me felicitaba por lo bien que lo había hecho en estos últimos 23 años”.

“Podría vivir sin trabajar. Invertí. Ahorré. Compré pisos, apartamentos… Siempre fui un hombre austero, de vida sencilla, pero después de seis meses en paro me di cuenta de que aún no ha llegado el momento de parar"

Tenía una nómina de 1.500 euros netos, el aprecio de la tierra y la admiración de atletas, profesionales y aficionados, que vivían al mito, al hombre que en 1984 formó junto a Sebastian Coe y Steve Cram un podio en 1.500 que entonces nos parecía inconcebible en el Memorial Coliseum de Los Ángeles, frente a 100.000 espectadores. Una carrera maravillosa, vecina hoy de la nostalgia, que a Coe y a Cram los hizo inmortales en Inglaterra, miembros del Parlamento, y que, sin embargo, a Abascal lo tiene hoy en un despacho de Calafell, un pueblo de Tarragona que cuando se enteró de que estaba desempleado le ofreció el cargo de director de deportes. “Podría vivir sin trabajar. Invertí. Ahorré. Compré pisos, apartamentos… Siempre fui un hombre austero, de vida sencilla, pero después de seis meses en paro me di cuenta de que aún no ha llegado el momento de parar. Aún es pronto para el descanso del guerrero. Todavía puedo aportar parte de lo que aprendí y por eso he venido a Calafell para recuperar la sonrisa perdida”.

Hoy, efectivamente, es un hombre en un hábitat nuevo, lejos de su casa de Soto de la Marina, “donde lo tenía todo, mi familia, mi club de atletismo, mi vida, llevaba desde el año 92, no tenía necesidad ni de opositar a funcionario. Me decían que no hacia falta. Cada nueva legislatura, fuese del signo que fuese, contaba conmigo”.

Quizá porque Abascal era algo más que un empleado, parte de esa tierra, que tantas veces le puso de ejemplo a él, capaz de preparar “unos Juegos Olímpicos en Áliva, en los Picos de Europa al lado de vacas, ovejas y caballos, durante seis semanas en un entorno paradisíaco, corriendo sin camiseta sin ruidos y sin la más mínima polución”, explica hoy, vencido por la nostalgia cuando recuerda los meses que precedieron al bronce olímpico de Los Ángeles. De hecho, Abascal siempre vuelve una vez al año a Áliva y recuerda que allí, “a 1.600 metros de altitud, todo sigue como entonces, aquella recta en las que hacía la series de 400 metros…, no, ahí no ha llegado la mano del hombre y, si acaso, lo único que se han movido son las piedras”, ironiza.

Abascal, hoy en día en una pista de atletismo.

Abascal, hoy en día en una pista de atletismo.

Aquella sala de estar de casa

No es esta, en cualquier caso, la conversación que necesitaba Abascal, una herida que no ha curado tras 23 años. “No, no, todo lo que yo he hecho por mí o por mi tierra aquí, en España, no te da derecho a nada. Ni siquiera en aquellos años coticé a la Seguridad Social y ahora, cuando ha pasado esto, he descubierto que en el fondo no era más que un soldado raso”. Quizá porque la memoria a veces es así, “descarada como el desconocimiento”, incapaz de inmortalizar a casi nadie en vida. “No, hombre no”, replica.

“Yo nunca me sentí inmortal, pero es verdad que al volver a España y bajar del avión me di cuenta de que había hecho algo importante. Todos los periodistas se abalanzaron hacia mi, que había sido la única medalla individual en esos Juegos de Los Ángeles"

“Yo nunca me sentí inmortal, pero es verdad que al volver a España y bajar del avión me di cuenta de que había hecho algo importante. Todos los periodistas se abalanzaron hacia mi, que había sido la única medalla individual en esos Juegos de Los Ángeles, y allí estaban los de baloncesto, que habían logrado la plata. Y, sin embargo, venían a por mí…”

“Luego, recuerdo, como si fuese hoy, aquel día que entré en la cafetería Picos de Europa de Santander y toda la gente se puso en pie para aplaudirme en un aplauso que, para mí, duró toda la vida”, recuerda Abascal que, al día siguiente, a las nueve de la mañana, nada más levantarse en la casa de sus padres, donde vivía, vio como su madre le decía que se “asease rápido, que tenía a 15 periodistas esperándome en la sala de estar y, nada más entrar, fue increíble. Era verdad. Allí estaban los de ‘As’, ‘Marca’, ‘Diario 16’, ‘Alerta’…, qué se yo”.

"Al principio, para tener un dinero, recuerdo que iba a descargar sacos de azúcar al puerto y que los ocho años que precedieron a los JJOO daba clases de educación física ocho horas diarias"

El caso era que todo eso forma parte hoy de las memorias de un hombre que, según él, ya no vale para su tierra. “Al menos, eso me han hecho pensar. Pero supongo que esto es un reflejo de la vida que te deja caer y te pide que te levantes como me pasó a mí tantas veces en el atletismo. Yo no era un gran talento. Mi familia tampoco tenía grandes posibilidades económicas. Al principio, para tener un dinero, recuerdo que iba a descargar sacos de azúcar al puerto y que los ocho años que precedieron a los JJOO daba clases de educación física ocho horas diarias en un colegio, algo que hoy se lo dices a un atleta de elite y sería impensable”.

El pasado, sin embargo, anota cosas así. “En invierno, después de los Juegos, iba yo solo de estado en estado, de costa a costa, en EEUU, porque había que ganarse la vida. Tenía esa posibilidad y había que aprovechar”. Hoy, dueño de recuerdos y de propiedades que lo desahogan, ha reaparecido el emigrante de entonces. “La diferencia es que ahora ya no contaba con ello, pero también es cierto que en esta vida hay historias más duras que la mía. No se puede personalizar tanto en uno mismo”. Quizá por eso José Manuel Abascal, el atleta de Alceda, casi en la falda del puerto de El Escudo, se acuerda de la literatura de Saramago para situar las emociones en su punto justo. “La derrota tiene algo positivo, nunca es definitiva. La victoria tiene algo negativo, jamás es definitiva”.

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