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La pelota entierra el quijotismo

España borra el recuerdo de aquella del 82 y da un repaso a Honduras con Del Bosque impasible ante la exhibición

LADISLAO JAVIER MOÑINO

Honduras calienta con todo el equipo. Una práctica no muy común. Los 23 a la vez con trote marcial al ritmo que marca su preparador físico. Trasmiten sensación de manada, de superioridad. Demasiados azules contra pocos rojos y esto no es el año 39. Puede que la apreciación esté engordada desde la perspectiva encogida que provoca la derrota con Suiza. Puede que también haya algo de ese quijotismo del que el fútbol no se escapa: reduce la memoria, estira la derrota hasta cubrir un pasado reciente tan glorioso como estético.

Casillas vive un complot Mundial contra su persona. Lo mismo The Times le hace una portada que un árbitro japonés le dice que el fular que lleva para protegerse del frío es antirreglamentario. Incrédulo, se desprendió de él; la moda le ahoga. Unos metros más atrás El Niño Torres aguanta con sonrisa nerviosa las preguntas de otro niño. La imagen es el cordón umbilical entre el sueño y la realidad. Entre el soy y el querer ser.

Suenan los himnos. Honduras mano en pecho sobre las estrellas de su escudo. La misma camiseta, ya blanca, de hace 28 años. El mismo gesto sentido. Otra vez el quijotismo derrotista. Pero esta no es la España del 82. Aquella aún llevaba de la mano los complejos de un país que empezaba a mirarle a los ojos a la modernidad y a la libertad. Esta selección, no. En cinco minutos, con tres ocasiones, es capaz de reventar ese quijotismo. En cuanto la pelota circula de pie a pie transforma la derrota con Suiza en un mal sueño. Villa se afila con un pelotazo al larguero. Después se pone flamenco con un par de quiebros y torero para festejar su derechazo a la escuadra.

En el banco hay una figura pasiva a la algarabía roja. Del Bosque permanece de brazos cruzados. La vista fija en el frente. Hay cierto dolor en esa mirada; ha sido el que más ha sufrido ese fatalismo histórico. Embotado en ese abrigo negro y con ese rictus se refuerza esa imagen exterior seca y fría que le acompaña desde que interpretaba el fútbol desde la geometría.

Villa funde la red por segunda vez. Del Bosque sigue impasible mientras el banquillo ha explotado. Varias veces se levantó para corregir a Navas, su novedad en la alineación, su apuesta. El chico sigue apadrinado por Ramos, que no paró de azotarle anímicamente en el calentamiento. También abandonó el banquillo Del Bosque para recriminarle un mal pase Piqué; la pelota es el arma indiscutible de este grupo y le revientan la pérdida precipitada.

Villa falla un penalti y escupe su infortunio con un salivazo rabioso. Del Bosque pone cara de matemático porque la diferencia de goles puede ser decisiva en los cálculos de la primera fase. También Torres abandona el campo con el gesto torcido. Ya no lleva la sonrisa floja con la que aguardaba ilusionado el partido. Compone otro cordón umbilical entre lo que pudo ser y no fue.

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