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Los ronquidos de Manolo y el chófer suicida

El autobús de los periodistas españoles sufrió un pequeño percance con un puente

JOSÉ MIGUÉLEZ

Durante una noche, la que tocaba dormir en el vuelo que llevaba a la selección y su tropa de periodistas desde Madrid a Johannesburgo, uno se convenció de que no existe sonido más molesto que el que parte de Manolo, el del bombo. Pero no el de sus golpes de tambor, de los que no hubo noticias en las diez horas de trayecto, sino el de sus ronquidos, que martillearon a traición y sin remedio al pasajero de la butaca de al lado.

Pero bastó pisar suelo africano para comprobar que Manolo no es nada en comparación con lo que nos espera. Suráfrica es la capital del ruido. Así que costará dormir, y no por el miedo a que alguien te entre en la habitación, sino por las dichosas vuvuzelas. Todos en Johannesburgo van armados, sí, pero de trompetas que a golpe de pulmón derrotan a cualquiera.

Con todo, el verdadero peligro surafricano no estuvo el primer día ni en el ruido ni entre sus delincuentes. Todo se concentró en el conductor del autobús (muy raro, con dos asientos en un lado y tres en el otro, bien apretaditos) que nos debía trasladar, y le llevó su tiempo, hasta Potchefstroom, la ciudad universitaria, a 150 kilómetros del aeropuerto, donde ha decidido concentrarse España. En su descargo hay que reconocer que las calles estaban imposibles, llenas de coches y de peatones, pero no calcular la altura del bus antes de pasar por debajo de aquel diminuto puente no tiene disculpa. Desde luego, no la encuentra Roberto Gómez, al que le cayeron encima los trozos rotos de la claraboya trasera.

La escena, dada la sugestión que hay entre los periodistas españoles, desató un ratito de histeria. El ruido de las claraboyas al golpear contra el techo hizo pensar a algunos que estábamos siendo víctimas de un ataque desde al aire. Y eso que los periodistas de la selección vamos protegidos por un armario de dos cuerpos de esos que en Madrid no te dejan entrar con zapatillas en algunos garitos. Su presencia es tranquilizadora. Sobre todo desde que nos lanzó el primer consejo. 'Si alguien saca una pistola, agáchense'. Eso sí, lo dijo sonriendo.

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