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Rubén Castro descuartiza al Zaragoza

El betis vence al equipo maño 2 - 0

ALBERTO CABELLO

El Zaragoza ha aprendido a competir desde la llegada de Manolo Jiménez. Tiene su mérito hinchar de orgullo y espíritu a un equipo al que le separa de la salvación una distancia sideral. No habrá rendición hasta que las matemáticas aplaquen las esperanzas. Ese afán por competir tiene el inconveniente de la urgencia. Los maños se apresuran por quitar del marcador un empate que ya no sirve para nada y se desquician cuando el rival se pone por delante.

Todo ese juego de sensaciones las supo manejar ayer con habilidad el Betis en cada uno de sus episodios. Aguantó como pudo el cohete aragonés del comienzo de partido. Con el paso de los minutos la nave fue perdiendo propulsión y ahí el conjunto de Mel pegó el mordisco definitivo.

El recorrido de la noche podía haber sido muy diferente si Micael no se hubiera topado con la parada de Fabricio o si Dorado no hubiera sacado un remate de Luis García bajo palos. Tuvo su momento el Zaragoza, pero no le sacó provecho. A un equipo tan apresurado le cuesta tener paciencia después de que las dos o tres primeras ocasiones fracasan.

Llegó el momento entonces en que Salva Sevilla y Beñat pisaron el freno. Dejar sin pelota a los locales volteó el encuentro. Dejó al descubierto la poca consistencia defensiva de un equipo que sólo piensa en ganar partidos. Una pérdida de balón en el centro del campo abrió la vía para que Jorge Molina y Rubén Castro consolidaran su buena afinidad en el campo. El canario resolvió con clase el pase del compañero.

Ese fue el principio del fin del Zaragoza. Todo voluntad, la losa que lleva sobre el lomo atenaza y precipita. El Betis se concedió un festín ofensivo en los primeros 20 minutos de la segunda parte. Otra vez Rubén Castro castigó a un equipo fracturado en sus órganos principales. El corazón bombea, pero los órganos ya no responden ante la visión de un imposible. La permanencia se escapa.

 

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