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El sabio de Uruguay

ALFREDO VARONA

Cada país del mundo tiene a su Luis Aragonés (Madrid, 1938), a su hombre insignia, a su entrenador imprescindible. En el caso de Uruguay ya lo es por derecho propio Óscar Washington Tabárez (Montevideo, 1947), un hombre que no se cansa de estar en todas partes. Apodado El Maestro, aguarda cada partido con proyección filosofal y aspira, como Obdulio Varela en 1950, a silenciar Maracaná el próximo 13 de julio, día de la final.

Para lograrlo, necesita eliminar esta tarde a Italia (18.00 horas, Arena Das Dunas, Cuatro y Gol T) en un partido 'made in Mundial' con un aroma capaz de motivar a indecisos del fútbol y de explicar que esta tarde en juego, más que una victoria, está un sueño. Un sueño con el que El Maestro, el hombre que ya debería estar jubilado, disfrutando de la bahía de Montevideo, puede fortalecer el mito que ya es. Nació como profesor y morirá como entrenador, con ese pelo aplastado que podría ser el de Frank Sinatra y con su inolvidable legado: 'Brindo por la confusión de nuestros enemigos', decía La Voz.

Tabárez pertenece a un país como Uruguay en el que la literatura futbolística ha hecho mundo en la imaginación de Benedetti o Eduardo Galeano, capaces de señalar a Montevideo, esa ciudad en la que nació el entrenador hace 67 años, como 'un campo de fútbol con casas'. Desde allí, Tabárez aprendió a triunfar, a sobrevivir y a fracasar cuando no quedó más remedio. Siempre ha intentado explicar que, pese a todo, el mundo no se termina por perder un partido o un campeonato. Cosas fáciles de entender y difíciles de explicar en un país vehemente como Uruguay, extraordinariamente crecido en los últimos tiempos con las semifinales del Mundial de Sudafrica, la Copa de América 2011 y la sensación de que ahora tiene a los dos mejores del mundo, Luis Suárez y Cavani. Sin embargo, el secreto está en organizar eso, y el que lo hace es Tabárez, un hombre que ha sabido saltar de generación en generación como si esto fuese lo natural. Hace 24 años, en el Mundial de Italia 90, ya fue seleccionador de un equipo en el que estaban Francescoli o Rubén Sosa. Luego dirigió a Recoba, a Forlán y hasta al Loco Abreu. Y toda esa gente, como la de ahora, habla con verdadera devoción del El Maestro, un tipo educado, con aspecto de galán de Hollywood y sin la motivación envejecida. 'Nos propusimos ser un equipo difícil para cualquiera y lo logramos', explica de cara a esta tarde frente a Italia.

Alineado al hambre de Luis Suárez y Cavani, que sueñan con ser como Ghiggia y Schiaffino en el Maracanazo de 1950, Tabarez nunca desconfía de los milagros. No los señala con vehemencia, pero sí se acerca con responsabilidad hacia ellos en un país que disfruta con los partidos al límite. Quizá porque en número siempre fueron menos que los demás. La población total de Uruguay, cifrada en 3.344.938 habitantes, no alcanza ni el grupo de futbolistas federados en Brasil. Sin embargo, eso no es impedimento para que Luis Suárez sea mejor delantero que todos ellos o para que la Uruguay de Tabarez imponga sus condiciones en el césped.

El país, a pesar de su inseguridad y horas de comisaría, siempre presume que en su hábitat 'la esperanza se levanta varias veces al día' y también presume de Tabárez, el entrenador historico. Un entrenador que no fue demasiado afortunado en Europa. Entrenó al Milan o al Oviedo, donde dejó huella por esas frases suyas que tal vez repita veinte años después. Entonces siempre decía desconfiar 'del complejo de superioridad de las grandes potencias' y apelaba al fuego de la cancha, 'donde el mundo gira al revés', como demostró Luis Aragonés en la Eurocopa 2008 cuando nadie creía en ello. La oportunidad pasa ahora a El Maestro Tabárez.


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