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Un Tour de juguete

Es tan esponjoso este Tour que ha desaparecido hasta el malo

 

PEIO H. RIAÑO

Esto no es el Tour, esto es una película de Pixar. Una de las más blanditas. A mí Andy Schleck siempre me ha recordado a Rex, el personaje de Toy Story que se pasa la saga enseñando el filo del diente, tratando de convertirse en lo que no es: un bicho feroz. 'Me corren hormiguitas de revancha por las piernas', amenazó... Grrrrrr, qué miedo.

Si Schleck es un tiranosaurio verde gigante con el corazón de un caniche enano malva, Contador es el vaquero Woody, empecinado en caer bien a todo el mundo, en mantener la paz social, el muñeco de la palmadita en el hombro, del ok con pulgar, el especialista en ocultar peligros para que nadie se asuste. Un conciliador incapaz de crear mal rollo... hasta que alguien le toca lo suyo.

El vaquero dispara y el público le silba. No soporta ver a la gente enfadada con el capítulo del día y por la noche suelta un 'lo siento' que lo llena todo de caramelo y musiquita de violines. En este filme tan blando como una nube de golosina, prima el abrazo, la lagrimita y el arrumaco. No hubo 'avería mecánica', fue un fallo humano. No hubo 'accidente', fue novatada. No hubo palo en los radios, el fair play se mantuvo.

Es tan esponjoso este Tour que ha desaparecido hasta el malo, ahora arrastrando por las cunetas su mala suerte, su ánimo tan 'Strong' y su pata tan seca. ¿Alguien ha visto una película sin malo? El año en que el caniche Schleck y Mr. Pesc Contador se quedaron sin enemigo común sobre el que fundir su noble amistad, a punto estuvo de romperse. Esa amistad inquebrantable, por encima de la competición y la competitividad, del éxito y el fracaso, de película, corría peligro, así que firmaron un final ex aequo en París... en el capítulo de ayer. Mañana, los dos peluches olvidarán los besitos.

 

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