El anunciado caos turco fue dinamita para la pulcritud española. El llamado caos turco fue, sin la pelota, una presión decidida, agresiva y adelantada, mucho más coordinada de lo que contaban los prejuicios, y una defensa solidaria, atenta y anticipativa en las inmediaciones de su área. El infravalorado caos turco fue, con el balón, ambición, movilidad y técnica, una mezcla capaz de discutirle al principio la posesión a España como nadie había logrado en los últimos tiempos.
El célebre caos turco, en suma, disimuló su anarquía y desorden y se las apañó para apagar por una vez la luz de España, para volverla más espesa y plana que nunca. El verdadero caos turco sólo apareció una vez. Suficiente: sobre la hora de juego, en la mala defensa, horrorosa, de un libre indirecto que, untado de fortuna, entregó finalmente los puntos a España, que ya también gana sin jugar nada bien.
El tejido táctico de la selección jugó contra sí misma, contra su habitual superioridad reciente. La herida de las bajas (Iniesta y Cesc) forzó un nuevo centro del campo que no funcionó. Desnudo por la derecha, sin nadie en la banda, para dejársela entera a Sergio Ramos. Y superpoblado por el medio, con Xabi Alonso y Senna (demasiado iguales posicionalmente) comiéndose un terreno que uno solo habría podido asumir (mejor el donostiarra) y alejando además a Xavi de su escenario de maniobra favorito.
El azulgrana, jefe de la selección, jugó demasiado adelantado para imponer el ritmo y la temperatura al duelo. Acostumbrado a dirigir la circulación, a ser el centro de cada jugada, su improvisada demarcación le desplazó a un rol secundario. Y eso es lo peor que le puede pasar a Xavi. España lo notó.
Nula España en los primeros 25 minutos, al menos recuperó tiempo de balón con el viaje de Cazorla a la derecha y la recomposición del equipo hacia un 4-2-3-1 con Villa algo inclinado hacia la izquierda. El dibujo se volvió más ortodoxo y aunque España siguió sin hacer daño y, por supuesto, sin poner música a su juego, al menos terminó la primera mitad con el dominio a favor.
Volvió Cazorla a la izquierda tras el descanso y volvió la espesura al juego. Dio lo mismo. Le arregló la noche una acción a balón parado y un fallo de Ramos en el remate que se disfrazó milagrosamente de asistencia para Piqué. Turquía se rindió.
Tras el gol, Del Bosque retiró a Villa, sacó a Mata y volvió al dibujo con el que había concluido la primera mitad. Y como entonces, sin profundidad ni desequilibrio, la ortodoxia le garantizó minutos de pelota. Y esta vez, además, con sentido. Los que necesitaba para dormir el partido, agarrar el resultado, dejar intacta su racha y reforzar su liderato. La fase final del Mundial está sujeta.
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