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La nueva burbuja de liquidez bancaria

Un año después de la caída de Lehman los bancos siguen sin conceder préstamos

ERNESTO EKAIZER

De todos los testimonios sobre la catástrofe que se cernía sobre el sistema financiero norteamericano y mundial en los días que siguieron a la caída del banco de inversión Lehman Brothers, el 15 de septiembre de 2008, hay uno muy preciso que permite saber hasta qué punto las cosas habían escapado del control. Es el que ofreció en la cadena de televisión pública C-Span en el programa Washington Journal el pasado 6 de febrero de 2009 el congresista demócrata Paul Kanjorski, presidente del subcomité de mercado de capitales de la Cámara de Representantes. Los datos, según Kanjorski, están basados en el relato personal que le hicieron el entonces secretario del Tesoro, Henry Paulson, y el actual presidente de la Reserva Ferderal, Ben Bernanke.

'El día jueves 18 de septiembre de 2008, a las once de la mañana la Reserva Federal advirtió una tremenda retirada de las cuentas de los mercados monetarios en Estados Unidos; hasta 550.000 millones de dólares fueron retirados en cuestión de una hora o dos. El Tesoro abrió su ventanilla para ayudar mediante la inyección de 105.000 millones de dólares en el sistema y advirtió rápidamente que no podía contener la marea. Estábamos ante una retirada electrónica masiva sobre los bancos. Las autoridades decidieron cerrar las operaciones, clausurar las cuentas y anunciar una garantía de 250.000 dólares por cuenta para frenar el pánico. Si no hubieran hecho esto, su estimación es que para las dos de la tarde de ese día se hubieran retirado 5,5 billones de dólares del mercado monetario norteamericano; esto hubiera colapsado toda la economía de Estados Unidos y en 24 horas la economía mundial estaría colapsada. Hubiese sido el final de nuestro sistema económico y nuestro sistema político tal como lo conocemos'.

Esto es, pues, lo que sabía Ben Bernanke cuando ese mismo día, 18 de septiembre de 2008, compareció ante el Congreso y solicitó un plan de salvamento del sistema financiero. 'Sin este plan, el lunes podemos no tener una economía [por el 22 de septiembre]', explicó Bernanke. El 25 de septiembre Paulson anunció un plan de 700 millones de dólares para adquirir los activos dañados que nadie era (ni nadie es todavía, un año más tarde) de cuantificar y Bernanke prometió 600 millones de dólares para el mismo fin. Las acciones de los principales bancos y los precios de las materias primas iniciaron una caída abrupta y el comercio y la economía real conocían un repliegue sin precedentes desde la Segunda Guerra Mundial (en duración y profundidad de caída).

Según acaba de confesar la semana pasada Lloyd Blankfein, responsable ejecutivo del banco norteamericano Goldman Sachs, en Francfort lo que pasó se debió en gran parte a la pérdida de control de la situación por parte de las instituciones financieras de su país. 'La industria [bancaria] dejó que el crecimiento y la complejidad de los nuevos instrumentos [financieros] superara su utilidad económica y social así como la capacidad operativa de gestionarlos'. Precisamente, lo que hubiese sido un fenómeno local, norteamericano, a saber, los préstamos hipotecarios subprime, y, por tanto, unas pérdidas controlables, se esparció al sistema bancario mundial a través de la securitización o el procedimiento de utilizar esas hipotecas como garantía de 'los nuevos instrumentos' a los que alude Blankfein. Las principales instituciones financieras norteamericanas cayeron como fichas de dominó. Y algunos de los bancos más importantes de Europa confesaron sus pérdidas.

Había instrumentos financieros fuera de control y sin utilidad social

España resultó ser diferente. La normativa bancaria impidió a la banca española deslizarse por el tobogán de la excelente rentabilidad que ofrecían los nuevos productos basados en las hipotecas de alto riesgo. Pero, en cambio, la economía española compartía con la norteamericana, británica e irlandesa un pecado original: los años de crecimiento se habían basado en un endeudamiento fuera de serie de las familias y las empresas españolas. Y en ese crecimiento también había un nexo común con los tres países apuntados: el motor había sido el crédito barato y la burbuja inmobiliaria.

Cuando los tipos de interés comenzaron a subir en 2005 y 2006 en Estados Unidos y en Europa para desactivar, muy tarde ya, la especulación, los primeros síntomas comenzaron a sentirse en España. Cuando la crisis afloró en el resto del mundo, España ya tenía incubada su propia crisis. El endurecimiento de las condiciones financieras (encarecimiento del crédito, subida del Euribor, cierre del mercado interbancario para las entidades españolas) precedió y perfiló la crisis económica, representada por el aumento extraordinario del paro y la brutal retracción de la demanda de consumo. Pero todavía no ha llegado, salvo alguna excepción, a ajustar cuentas con las entidades financieras expuestas. He aquí, pues, la fórmula del ciclo español: endurecimiento monetario/crediticio-recesión/depresión-crisis de entidades financieras. Hemos pasado la primera, estamos en la segunda y, sin abandonar la segunda, entraremos en la tercera.

La normativa española impidió el uso de productos complejos

A un año de aquellos días negros de septiembre de 2008, cuando las peores consecuencias devastadoras están en curso, comienzan, paradójicamente, a acumularse factores que pueden reproducir la situación en un plazo no muy lejano. Los bancos amasan una liquidez extraordinaria, una vez más inyectada por los bancos centrales, pero no conceden préstamos y los mercados bursátiles apuestan (¡apuestan nunca mejor dicho!) por un crecimiento en flecha de las economías el próximo año. El índice Standard & Poors de la bolsa de Nueva York registra una subida del 50% en sus valores desde marzo pasado, mientras que el Ibex de la bolsa de Madrid ha tenido un aumento del 68%. La mano invisible Alan Greenspan ha advertido esta misma semana: 'Habrá una nueva crisis, pero será diferente. Todas las crisis son diferentes'.

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