Público
Público

El valor de educar sin pizarra

Los expertos lamentan que la innovación pedagógica encuentre una difícil cabida en el aula

MARTA HUALDE

“¿Cómo vemos? Cuando los ojos ven algo, hacen una foto y el cerebro nos dice lo que es”. Esta es la aportación de Luna, una alumna de Primaria, al Libro de curiosidades de nuestro cuerpo, que diseña su clase –1º C del Colegio Mariana Pineda, en Getafe (Madrid)– para la asignatura de Conocimiento del Medio. Su tutor, Manolo Martí, quiere que sus alumnos busquen información, pregunten, investiguen, lean de manera comprensiva, hagan sus propios libros o diseñen un blog. Pero no es sencillo saltarse el guión.

A pesar de la “gran tradición” de innovación en la enseñanza en España, heredada de los maestros de la II República, según explica José Luis Gordo, de la organización de Movimientos de Renovación Pedagógica, “cada vez es más difícil innovar en la escuela actual”. Gordo echa la culpa a la burocracia de las administraciones y a la preferencia que se da a la antigüedad respecto a la capacidad de innovar a la hora de pedir un destino.

En la escuela actual, a su juicio, hay calidad renovadora, pero se aplica con cuentagotas. “Se da siempre en un espacio minoritario”, confirma el profesor de Didáctica de la Facultad de Pedagogía de la Universidad de Valencia Jaume Martínez Bonafé.

El grueso de la innovación pedagógica se concentra en la Educación Infantil. Los maestros son, al parecer, más arriesgados que los profesores de Secundaria. Del mismo modo, en los centros públicos se innova más que en los privados; al menos eso defiende Gordo: “Los centros privados buscan más el negocio o siguen el compás de una ideología, religiosa, por lo general”, con la excepción de algunas escuelas concertadas “muy singulares, de cooperativas con proyectos progresistas”.

¿Qué encorseta al modelo educativo? Sobre todo, las administraciones, que sitúan al currículo y no al niño como eje central de la enseñanza. Por ello, los renovadores demandan que el temario sea más amplio, para dar libertad a cada centro en su aplicación.

Maestra de Infantil desde hace 23 años, Pilar Martínez defiende: “Por muy pequeño que sea el niño, viene a la escuela con algún bagaje cultural, por lo que no podemos limitarnos a llenarle la cabeza de cosas”. Martínez también lamenta la “obsesión” de los padres por que se siga el contenido de los libros de texto y el miedo de algunos profesores a soltarse respecto al manual.

Otra piedra en el camino es la rigidez de un horario lectivo que fragmenta el tiempo en asignaturas, denuncia Martínez Bonafé. Las leyes no prohíben experimentar, pero tampoco obligan. A lo máximo que se llega en la normativa, dice, es a incorporar el concepto de la cooperación en el aprendizaje, es decir, aprender unos alumnos de otros, pero sólo como “sugerencia”.

Los docentes renovadores insisten en pedir políticas que dirijan un cambio de mentalidad, dando visibilidad, por ejemplo, en la televisión o en la radio a los escondidos proyectos renovadores.

Parte de culpa está en la formación de los enseñantes. Gordo denuncia que los profesores de Secundaria se limitan con frecuencia a transmitir conocimientos y examinar, tal y como han aprendido, en lugar de apostar por una educación integral. Así, apuesta por introducir fórmulas renovadoras en la formación inicial de los docentes. A su argumento se suma una directora de Escuela Infantil recién jubilada, Carmen Ferrero: “No se incentiva para la metodología innovadora porque es más trabajoso, aunque sea también más gratificante”.

A pesar del frecuente uso de métodos “decimonónicos”, con lecciones ajustadas a los libros de texto y el profesor como figura sabelotodo a quien creer a pies juntillas –como denuncian los innovadores–, hay experiencias educativas que toman la ciudad como punto de partida, invitan al niño a proponer temas y convierten al docente en un compañero que les guía.

El colegio Mariana Pineda tiene clara su apuesta por el aprendizaje activo. Su proyecto educativo se centra en partir de las ideas previas de los niños para transmitirles conocimientos de forma progresiva; motivar para buscar el sentido de aprender o concebir el aprendizaje como reflexión sobre la acción. Todo empieza con actividades globales de todo el centro, con talleres y asambleas entre cursos o proyectos conjuntos de cada ciclo, en los que se interrelacionan las materias.

En la práctica, esa teoría se traduce en pasar de la observación de los animales en clase a buscar las dudas en el aula de informática y plasmar lo analizado en un mural o ver a diario el distinto ritmo de crecimiento de un tomate o un pepino en el huerto del centro.

Le siguen otras actividades: un libro que cada día se lleva un alumno de primero de Primaria a su casa y en el que escribe una experiencia, una canción, un deseo, una redacción; cumplir labores de secretariado, para encargarse de ver quién falta, cuidar los animales... En Matemáticas, se intenta que busquen procedimientos para resolver cuestiones y luego se les indican los más idóneos, y en Lengua, prescinden del manual.

Son coletazos del método realista o constructivista, centrado en aprender desde la observación y experimentación y en dejar atrás la autoridad del profesor. Esta práctica data del siglo XVI, según la presidenta de la Sociedad Española de Historia de la Educación, Nieves Gómez. La experta advierte de que no hay que perder el norte: “No se puede prescindir de la idea de que el alumno aprende del profesor, a pesar de la camaradería entre ambos”. Y alerta de que en la informatizada sociedad actual, si el profesor no domina las nuevas tecnologías de la información, la experimentación de los estudiantes corre el riesgo de confundirles entre la realidad y la imagen virtual.

¿Te ha resultado interesante esta noticia?

Más noticias