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Paz, amor y drogas... en un paraje protegido

Miles de 'hippies' celebran la llegada de la primavera en Órgiva, en la Alpujarra granadina

ANA LOZANO

Unión de culturas y tribus, fiesta de libertad, alcohol y drogas junto a un río, en un paraje natural de incalculable belleza y valor ecológico. Es el Dragon Festival, la fiesta de los hippies que cada año reúne a miles de personas para celebrar la llegada de la primavera en Los Cigarrones, un paraje ubicado en un anejo de Órgiva, en la Alpujarra granadina. Este domingo ha concluido su duodécima edición.

Hace siglos, estas celebraciones pedían buenas cosechas y hoy, según Callum, un galés de 78 años que ha asistido a todas las ediciones, 'este festejo une a todos los seres humanos a sus raíces, para agradecerle a la Tierra lo que nos da'. Y razón no le falta, ya que todas las tribus están representadas a orillas del río Guadalfeo. A la abrumadora mayoría de hippies, se suman pijos, punkies, heavies, pijipies (hippies adinerados), además de serios profesores de Universidad o familias que pasean carritos con bebés, llegados desde cualquier parte del globo.

Esta libertad encubre el consumo ilimitado de cualquier tipo imaginable de estupefacientes durante los tres días de fiesta entre puestos que anuncian comida macrobiótica y vegetariana, dulces de chocolate, paella, vino, cerveza, mojitos, maría o polen. Mientras una granadina que se ha quedado en paro por la crisis vende palomitas hechas en un camping gas a un euro, una almeriense y una canaria hablan por zapato con su madre para decirle que están bien. Destacan los niños que balbucean con la cara pintada mientras bailan o se cuelan en tiendas o furgonetas entre el denso humo de la marihuana. Varios jóvenes descansan unos minutos sobre una almohada de piedra.

'En el control de la Guardia Civil a la entrada del pueblo nos han dicho que cómo se nos ocurría traer a los niños aquí. Pues porque esto es una celebración de unidad y libertad, y todo aquí es natural', afirma Silvia, una española casada con un francés que visita por primera vez el festival con sus tres hijos. Lo que los agentes intentaban advertirles es que la Fiesta del Dragón no es una excursión idílica de armonía entre hombre y naturaleza. Los agentes realizan controles de estupefacientes a los miles los vehículos que intentan acceder al paraje durante los tres días que dura la celebración. El caos y la anarquía hacen extremadamente complicada una intervención de los cuerpos de seguridad o de efectivos sanitarios, si fuese necesario. “Esperamos no tener que intervenir ni bajar al río para nada”, explicaba el sábado uno de los agentes.

El Festival de 2008 reunió a casi 6.000 personas. Éste no ha superado las 2.000, porque apenas hay espacio. Las grandes explanadas que antes servían para aparcar y acampar, hoy están horadadas por grandes hoyos realizados por la Confederación Hidrográfica, como parte de un programa de reforestación de la Cuenca del Guadalfeo. En el pueblo afirman que ha sido un acierto que la entrada de las máquinas excavadoras coincida con el festival, porque reducir el espacio es la única forma de controlar la afluencia de visitantes.

El descontrol y el desfase se deben a que el Dragón es un festival espontáneo. Se realiza en un paraje protegido en la cuenca de un río que abastece a pantanos de agua potable. Acampar, por lo tanto, está prohibido, excepto en propiedades privadas. Sin embargo, la mayoría de los dueños apoyan que el festival se celebre allí, ya que ellos mismos participaron en su nacimiento hace ya 12 años.

El Ayuntamiento intenta controlar el volumen de visitantes. Hace una semana, la alcaldesa, María Ángeles Blanco, recordaba en un bando la normativa andaluza que regula la celebración de espectáculos y el consumo de alcohol en espacios públicos. Desde hace tiempo intenta trasladar el festival a otros terrenos, pero los asistentes lo rechazan, 'porque organizada, cercada y controlada, no sería la Fiesta del Dragón'. 'Aquí no tienes que pagar, no se necesita seguridad y todo el mundo es libre para vender, comprar, dar o recibir lo que quiera', dicen algunos de los impulsores.

El mercadillo, las fiestas para los más pequeños, las carpas con música tecno, el alcohol y las drogas han convivido este año con los inmensos agujeros para la plantación de árboles. De momento, el resultado ha sido de empate. Algún que otro esguince y la reducción de casi las dos terceras partes de los asistentes y del consecuente caos que producen.

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