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Jiménez, de nuevo la musa de Zapatero

La ministra de Sanidad es elogiada desde el PSOE y ha logrado en el tema de la gripe A el único consenso con el PP, más allá de la lucha antiterrorista

GONZALO LÓPEZ ALBA

El 28 de agosto, cuando el Consejo de Ministros celebró su primera reunión tras las vacaciones de verano, todos sus miembros aprovecharon su turno de palabra para felicitar a la titular de Sanidad y Política Social. En menos de cinco meses, Trinidad Jiménez se ha convertido en un modelo a imitar. Es el paradigma de lo que debe ser un ministro, a juicio de sus compañeros más veteranos y, sobre todo, del presidente. Pero los elogios proceden también de la oposición. 'Es una política de raza', ha dicho de ella la baronesa del PP, Esperanza Aguirre.

Jiménez ha vuelto a demostrar algo tan sabido como con frecuencia olvidado: para ser un buen ministro, no hace falta ser un especialista en el ámbito de sus competencias, sino tener vis política, algo de lo que adolece la mayoría del Gobierno de Zapatero.

La ministra de Sanidad sobresale, entre otras razones, porque forma parte de un equipo que tiene un perfil más técnico que político, si por político se entiende no tener un carné de partido sino la clara conciencia de que para el éxito de cualquier medida, no basta con que sea técnicamente impecable, sino que ha de acompañarse de un argumentario y una puesta en escena que conquiste la complicidad de la mayoría social. Eso que se llama oficio.

Su gestión ha merecido hasta el aplauso público de Esperanza Aguirre

Cuando José Luis Rodríguez Zapatero cerró en abril la última remodelación de su Gobierno, Trinidad Jiménez fue uno de los últimos nombramientos que decidió. La llamó la víspera de anunciar el cambio, desde Estambul, y después de hablar sobre la Alianza de Civilizaciones, le dijo que estuviera localizable al día siguiente, cuando ella tenía previsto hacer las maletas para tomarse unos días de vacaciones.

En ese momento, era secretaria de Estado para Iberoamérica. Acabó de ministra de Sanidad y Política Social, pero su nombre pasó antes por la casilla de Cultura.

Jiménez no se esperaba el ascenso. Zapatero había frenado los intentos de Ferraz por incorporarla como número dos al Parlamento Europeo para reforzar la candidatura encabezada por Juan Fernando López Aguilar. Pero ella nunca pensó que lo hiciera porque estuviera pensando en nombrarla ministra. Lo atribuyó a la satisfacción del presidente con el desempeño de la tarea que le había encomendado apenas hacía dos años y al horizonte inmediato de la Presidencia española de la Unión Europea.

Su nombramiento fue uno de los últimos en la crisis de abril

Sus compañeros valoran especialmente que, siendo novata en el cargo, no se arrugara ante un desafío como la gripe A y también su intensa tarea de pedagogía pública. Jiménez aterrizó en el Ministerio el 8 de abril y el día 27, sin tiempo apenas de estudiarse los papeles, tenía que enfrentarse a la primera pandemia del siglo XXI desde un departamento prácticamente vaciado de competencias.

Aquel día convocó una rueda de prensa para informar del primer caso positivo confirmado en España y desde entonces no ha dejado de salir a la palestra cada vez que se ha producido alguna novedad de interés público.

Otra prueba de su inteligencia política es que ahora tiene decidido modular sus apariciones para no saturar ni generar alarmas innecesarias.

Jiménez estuvo a punto de recalar en la cartera de Cultura

'Lo está haciendo muy bien porque saber hacer política', ha comentado en privado el presidente del Gobierno al elogiar su gestión. El comentario resulta más significativo cuando esta semana ha tenido que convocar a sus tres vicepresidentes para reclamarles una mayor presencia pública.

Zapatero ejerce la Presidencia sin nadie que desempeñe el papel de cortafuegos general, como hacía Alfonso Guerra con Felipe González o Francisco Álvarez-Cascos con José María Aznar, con lo que se ve obligado a salir al quite de todas las controversias.

De la gripe A, apenas se le ha oído hablar, salvo para garantizar que habrá una disponibilidad suficiente de vacunas. No ha dejado resquicios la muralla que con su frenética actividad e intensa presencia pública ha levantado la ministra, capaz de pasarse un año de campaña electoral y de protagonizar cien actos en una semana sin venirse abajo, como hizo en 2003 durante el trinimaratón con el que se dio a conocer como candidata a la Alcaldía de Madrid.

Sus compañeros valoran su intensa tarea de pedagogía política

Fue entonces cuando empezó a tener proyección pública, pero Trinidad Jiménez es la primera musa del zapaterismo. La ministra se disputa con el diputado José Andrés Torres Mora y con Jesús Caldera el mérito de quién fue el primero en intuir que un desconocido diputado de provincias llegaría a ser presidente.

El 4 de abril del año 2000, tras la dimisión de Joaquín Almunia como secretario general del PSOE, en el pequeño apartamento que entonces era su casa se apretujaron alrededor de unas tazas de café, además de la anfitriona, Jesús Caldera, Jordi Sevilla, Germà Bel, María Irigoyen... y José Luis Rodríguez Zapatero. Fue la primera reunión con participación de diputados en la que se habló abiertamente de que había que plantear una renovación a fondo del PSOE y, por primera vez, allí planeó en el ambiente la idea de presentar una candidatura alternativa a las que ya se daban por hecho de José Bono y Rosa Díez.

Su oficio político sobresale en un Gabinete de perfil técnico

Curiosamente, de quienes participaron en aquel primer embrión sólo Trinidad Jiménez está en fase ascendente. Entonces llevaba la voz cantante Jesús Caldera, hoy desterrado en la Fundación Ideas. Y Jordi Sevilla, que acaba de dejar el Congreso como manifestación de su desencanto, fue el único que aquel día se atrevió a plantear abiertamente que lo que había que hacer era 'tomar el poder'.

Bel fue la primera víctima del éxito, porque José Montilla no le perdonó que rompiera la estrategia de neutralidad del PSC y tuvo que buscar refugio en la Universidad, hasta hoy. Irigoyen sigue trabajando, como entonces, de asesora, ahora en la Secretaría General de la Presidencia, aunque se convertirá en eurodiputada cuando entre en vigor el Tratado de Lisboa.

Hija del magistrado José Jiménez Villarejo y militante socialista desde 1983, después de pasar cinco años trabajando en actividades de cooperación al desarrollo en Guinea Ecuatorial, Israel y Camerún, Trinidad Jiménez se había reenganchado al PSOE en 1995 como asesora de la Secretaría de Internacional y, más tarde, de la Fundación Progreso Global que se creó para Felipe González.

Esta relación la hacía poseedora de una llave esencial, la que permitía cruzar la puerta hasta el oráculo del socialismo español. Ella fue la que llevó a Zapatero hasta el retiro de bonsáis de González, que influiría a favor de la elección del hoy presidente más de lo que ha querido reconocer nunca.

Trini tuvo un papel clave en la llegada de Zapatero al liderazgo del PSOE

Tras la toma del poder en julio de 2000, Zapatero la situó al frente del área de Internacional de la Ejecutiva del PSOE y, tres años después, la eligió para intentar el asalto a la Alcaldía de Madrid confiando en el revulsivo que podía suponer su identificación como símbolo de la renovación zapaterista frente a un dinosaurio como José María Álvarez del Manzano.

La apuesta resultó envenenada porque José María Aznar maniobró hábilmente y opuso como contrincante a Alberto Ruiz-Gallardón, que logró mayoría absoluta para el PP.

Trinidad Jiménez hubiera preferido no recibir aquel encargo porque, aun en el supuesto de haber ganado las elecciones, la alejaba de la política nacional. En 2006, Zapatero la recuperó como secretaria de Estado para Iberoamérica, aunque con este nombramiento volvió a convertir en un agujero negro al socialismo madrileño. Tras este rodaje, que Zapatero suele aplicar a su gente, llegó el ascenso.

Ha conjugado renovación y continuidad en el equipo ministerial

La inteligencia para rodearse de un buen equipo es otra clave del éxito de su gestión. Jiménez conoce primero y juzga después. Así, de los dos secretarios generales que tiene en el Ministerio, uno el de Salud Pública ya trabajaba con Bernat Soria y Elena Salgado, y el otro es de su estricta confianza.

No sólo son expertos en su ámbito de responsabilidad, sino también militantes del PSOE, un dato que en clave interna no es irrelevante porque si el Gobierno tiene dos vicepresidentas sin carné, la ausencia de militantes brilla más cuanto más se desciende en la jerarquía.

De su gestión de la gripe A, lo más valorado entre propios y extraños ha sido el acierto en alcanzar y mantener el consenso con el PP el único vigente, junto al antiterrorista,aspecto en el que se ha visto claramente su cintura política.

Aunque la clave ha estado en el entendimiento con los consejeros de las Comunidades Autónomas, en cuanto atisbó que el acuerdo con el PP se resquebrajaba, multiplicó los contactos y no sólo buscó la complicidad de los portavoces sectoriales, como Ana Pastor y Santiago Cervera, sino que la extendió a la portavoz parlamentaria, Soraya Sáenz de Santamaría, y a los presidentes autonómicos, empezando por Esperanza Aguirre, como hizo también José Blanco cuando asumió la cartera de Fomento.

Cuando el presidente la nombró ministra, le marcó como prioridad el impulso de la política social y el despliegue de la ayuda a la dependencia. Por ahí empezó, pero en esto llegó la gripe A.

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